Un Emir, un Califa, un collar, una literatura y un templo universal.

Por Artepoesia

El poder del imperio islámico pasó, en el año 750, de la dinastía Omeya inicial a la de los Abasíes, y de Damasco (Siria) la capital se trasladó a Bagdad, en Mesopotamia. Fue una lucha sangrienta a muerte, y los Abasíes persiguieron a todo sospechoso de pertenecer a la anterior familia gobernante. Sólo uno de ellos logró escapar y llegó hasta el norte de África, cerca del estrecho de Gibraltar, a donde pasó a España, que por entonces llevaba ya poco menos de cuarenta años bajo poder musulmán. Abderramán I (731-788) fue ese Omeya que consiguió establecerse y dominar todo Al Ándalus o la Hispania musulmana del siglo VIII como Emir independiente de Bagdad.
Uno de los Califas de la disnastía abasí de Bagdad fue Harún al-Rashid (766-809), que gobernó desde 786 hasta el final de sus días. Llegó a ser el más famoso Califa abasí de Bagdad, en donde el Califato consiguió un desarrollo cultural y económico muy importante. Tan relevante fue su figura que pasó a ser inmortalizada gracias a un relato que ha pasado a ser conocido como Las Mil y Una Noches. Su esposa fue Zobeida y con ella el Califa inspiró varias de las historias que se contaban y recopilaban en estos cuentos árabes llenos de fantasía y esplendor. Inicialmente estos relatos se originaron en Persia y después se tradujeron al árabe en el siglo IX, desarrollándose y adaptándose a lo largo de toda la historia.
Este Califa abasí regaló en una ocasión un extraordinario collar de perlas, el Dragón, a su esposa Zobeida. Tuvo el califa dos hijos que a su muerte lucharon por el poder, lo que ocasionó una guerra civil y un saqueo del Palacio califal de Bagdad. Este saqueo enajenó el famoso collar. Tiempo después en Al Ándalus, en el año 822, fue proclamado Emir de Córdoba Abderramán II (792-852), bisnieto del primer Emir independiente Omeya de Córdoba. Los emires disponían de un gran harén donde vivían las concubinas que podían ser las madres de los futuros herederos del monarca musulmán. Una de esas concubinas de Abderramán II fue una favorita que dispuso el Emir antes incluso de comenzar a reinar, se llamaba al-Sifa y, según algunos historiadores, fue una mujer de especial belleza e inteligencia. Abderramán II le regaló el collar de Zobeida, por el cual el Emir cordobés llegó a pagar una excesiva cantidad de dinero (diez mil dinares). 
Este collar fue, a la caída del califato cordobés en 1031, trasladado a la corte del reino musulmán de Valencia. Entonces Rodrigo Díaz de Vivar (1043-1099), también conocido como el Cid, acabó conquistando en 1093 este reino valenciano. Y es por lo que su esposa, Doña Jimena (1054-1115), pudo lucir el famoso collar en su cuello antes de que el condestable Álvaro de Luna (1390-1453), un alto funcionario al servicio del rey castellano Juan II (1405-1454) terminara por poseerlo. Finalmente, su majestad Isabel I de Castilla (1451-1504), reina Católica de España, recibió el collar de Zobeida, la esposa del gran Califa Abasí Harún al-Rashid. 
Abderramán II contribuyó a ampliar la mezquita cordobesa, el templo musulmán erigido por su bisabuelo Abderramán I en 785 en el lugar donde se encontraba una basílica visigoda cristiana. Los arquitectos musulmanes utilizaron las antiguas columnas romanas que habían por cientos en la ciudad de Córdoba, antigua capital de la bética romana, para sostener los arcos que se requerían para construir la mezquita, inicialmente más pequeña. Las columnas romanas eran sólidas pero un poco cortas para la altura luminosa que se debía proporcionar a una sala de esas dimensiones.
El técnico constructor resolvió el problema suplementando a las columnas pilastras que servían de apoyo a arcos que debían sostener el tejado. Estas pilastras están enlazadas a media altura por arcos de herradura; el caso es que fue una idea novedosa colocar los arcos inferiores libremente sobre el espacio, sin mampostería de relleno. Los arcos superiores son más pesados que los inferiores y éstos en dicha forma de herradura están diseñados sobre una distancia menos amplia que los superiores, que son de medio punto, pareciendo además que todo el conjunto quisiera ensancharse, místicamente, hacia arriba.
Después Córdoba fue reconquistada por el rey castellano Fernando III en 1236, y el templo musulmán adaptado a templo catedralicio cristiano. Hoy, la amañada manera de conciliar artísticamente el monumento ha hecho que perdure a lo largo de los siglos, conservado por la nueva religión que, ahora, hace tañir las campanas en vez de alzar su voz a Dios el almuédano árabe.
(Imágenes del cuadro Harún recibe a Carlomagno del pintor Julius Köcbet (1827-1918), museo Maximilian de Munich; del cuadro El baño Turco de Ingres (1780-1867), Louvre;  y   fotografías de la catedral de Córdoba, antigua mezquita árabe cordobesa; por último, sello conmemorativo al Emir Abderramán II, con su imagen.)