El crecimiento en los países del Norte -y a menudo también en los del Sur- propicia el asentamiento de un modo de vida esclavo que hace pensar que cuantas más horas se trabaje, más dinero se gane y, sobre todo, más se consiga consumir, mayor será la felicidad.
Retratemos la condición de ese modo de vida esclavo de la mano de una anécdota omnipresente en la literatura que contesta las virtudes del crecimiento:
“En un pequeño pueblo de la costa mexicana un norteamericano se acerca a un pescador que está a punto de echar su siesta y le pregunta: ¿Por qué no dedica usted más tiempo a pescar en el mar? El mexicano responde que su trabajo cotidiano le permite atender de manera suficiente a las necesidades de su familia.
El norteamericano pregunta entonces: ‘¿Qué hace usted el resto del tiempo?’ Me levanto tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, echo la siesta con mi mujer, por la tarde quedo con mis amigos. Bebemos vino y tocamos la guitarra, Tengo una vida plena.
El norteamericano lo interrumpe: ‘Siga mi consejo: dedique más tiempo a la pesca. Con los beneficios, podrá comprar un barco más grande y abrir su propia factoría. Se trasladará a la Ciudad de México, y luego a Nueva York, desde donde dirigirá sus negocios’.
¿Y después?, pregunta el mexicano. ‘Después su empresa cotizará en bolsa y usted ganará mucho dinero’. ¿Y después?, replica el pescador. ‘Después podrá jubilarse, vivir en un pequeño pueblo de la costa, levantarse tarde, jugar con sus hijos, pescar un poco, echar la siesta con su mujer y pasar la tarde con los amigos, bebiendo vino y tocando la guitarra’.
Permítasenos agregar que, aunque parece claro qué es lo que retrata la anécdota, deja sin cubrir un flanco importante, en la medida en que no da cuenta del número de horas que trabaja la esposa del mexicano protagonista…..
Importa sobremanera subrayar las consecuencias arrasadoras de ese modo de vida esclavo. En virtud de una excelsa paradoja, buscamos el trabajo aunque sabemos que nos hace daño. De la sinrazón de semejante opción da cuenta Nicholas Georgescu-Roegen:
“Deberíamos curarnos a nosotros mismos de otra enfermedad que he denominado ‘el síndrome de la maquinilla de afeitar’. Queremos afeitarnos más deprisa y así tener más tiempo para idear una máquina de afeitar todavía más rápida, de modo que podamos gastar más tiempo en otra todavía más rápida”.
Es la misma trampa, si así se quiere, a la que se refirió en su momento Alexis de Tocqueville:
“Si sus asuntos privados le dejaban algo de ocio, se sumergía instantáneamente en el torbellino de la política. Y si al final de un año de trabajo ininterrumpido se daba cuenta de que tenía unos días de vacaciones, su impaciente curiosidad le hacía deambular por la vasta extensión de Estados Unidos, y viajaba mil quinientas millas en pocos días para sacudirse de encima su felicidad. Así, la completa felicidad siempre se escapaba de él”.
En un sentido paralelo, en suma, Ernest García ha recordado cómo Peter Kafka sugirió que “la crisis ecológica es sobre todo un asunto de velocidad y globalización. Un sistema se vuelve insostenible si:
a) se acelera demasiado y no tiene tiempo de seleccionar las adaptaciones más viables.
b) se globaliza demasiado, es decir, se vuelve incapaz de fracasar en algunas de sus partes mientras sobrevive en otras, y se lo juega todo a una sola carta.
Jorge Riechmann ha señalado, por su parte que “una cultura ecológica no puede ser sino una cultura de los ritmos pausados, los tiempos lentos”. El propio Riechmann ha anotado que “el dominio del tiempo es una forma básica de poder -quizá, incluso, la forma básica de poder-. Poder sobre otros (compra-venta del tiempo de trabajo); pero también poder sobre uno mismo (autodominio para gobernar mi tiempo vital de acuerdo con mis propios deseos e intereses, en una época en que la industria de producción de contenidos de consciencia se gloría de mantener a la gente pegada a las pantallas tantas horas al día)”.
Fuente: EN DEFENSA DEL DECRECIMIENTO Sobre Capitalismo, Crisis y Barbarie
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