Si de los grandes creadores de Arte hay uno que debiera calificarse de genio, en el sentido que le damos modernamente al término genial, es decir, extraordinario, fuera de lo común, creativo por imaginación desbordante, ese es sin lugar a dudas el gran Salvador Dalí. Obsesionado con la dualidad, llevaría ésta a plasmarla en casi todas sus obras. En este caso selecciono dos, ubicadas ambas en la Tate Gallery londinense, que representan muy bien ese universo doble, ese desdoblamiento inevitable, genético, psicótico, inconsciente, natural y surrealista.
Pero, en estas creaciones se verá también la sutil admiración del pintor por otros grandes creadores del Renacimiento, como Leonardo y El Bosco. Aquí se verán, en las dos obras, el fondo montañoso propio de las recreaciones de Leonardo da Vinci, donde el misterio de lo abrupto, de lo poderoso o de lo grandioso, perfilará el límite entre los dos mundos de su sentido, el irreal o manifiesto por un lado, y el real o subyacente -aquí en sus obras más allá de lo enmarcado, ahora detrás de las montañas- por el otro. Además, la atmósfera onírica, la composición, sus tonos, sus elementos, sus sombras y sus luces, recordarán al otro anticipadísimo creador renacentista -El Bosco-.
Narciso es uno de los mitos más curiosos de los griegos. Ni hijo de dioses, ni gran héroe, ni guerrero, ni músico, ni poeta, ni otra cosa que le llevara a ser reconocido por los dioses, por los otros. Salvo una cosa, su irresistible belleza. No tenía nada más, ninguna otra cosa que le llevara a ser él algo más que lo que era. Y no era nada. Había nacido, con una extraordinaria belleza, de la ninfa Liríope y de un simple río -Céfiso-, el cual, además, llevaba poca agua al ser castigado por Poseidón. Pero Narciso, consciente de la admiración que provocaba, alcanzó a poseer un excesivo orgullo de sí mismo, algo que los griegos denominaban hybris, y que era imperdonable por los dioses.
Su castigo fue su satisfacciCold cold ground. ¡Tenéis que leerlos! La semana que viene el autor estará en la Semana negra de Gijón, por lo que intentaré acercarme.
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Pero, como El Bosco, nos mostrará en otros planos otras escenas y otras representaciones. Al fondo veremos una escultura -¿renacentista?- del perfecto Narciso. Más a la izquierda, una manifestación de hombres y mujeres que danzarán cerca de otras aguas, tratando de emular aquí, inútilmente con ello, la única cualidad que sólo la Belleza más insigne pueda -imposible ya- ser así reconocida. Las dos imágenes de Narciso, en el plano principal, estarán mimetizadas las dos parcialmente. Una es su inclinación arrodillada ante la inmortal sensación de no poder saciar el ansia de su desahogo. Imagen esta mortecina, propia de la narcosis, de la muerte, de la desaparición ante la osadía -esta planta es conocida por sus efectos en el sueño-. Otra, la creación ahora de la vida como otra cosa, como una cosa diferente, parte bella -flor del Narciso- y parte demolida, representada aquí como una mano con sus dedos enfrentados sujetando ahora el huevo de la vida -incluso el pulgar agrietado lo recorrerán aquí algunas hormigas gigantescas-.
A finales de 1936, luego de llevar medio año casi la guerra civil española, Dalí compondrá su obra Canibalismo otoñal. Aquí una pareja unida sin solución de continuidad realizará el banquete más misterioso de su vida. Ambos se alimentarán de ambos, a la vez que, así, acabarán además ambos con cada uno. Las obras surrealistas de Dalí, como de cualquier otro pintor de su tendencia, son creaciones que obligarán a fijarse claramente en sus detalles, elementos necesarios para complementar su comprensión. Sin embargo, Dalí recomendaría una vez en uno de sus escritos que se vieran sus obras en un momento de fijación distraída, sobre todo para su obra de Narciso. Tal vez sea así mejor, una distraída mirada sea ya lo único que puedan hacernos ver las hormigas -también en esta obra-, la manzana agujereada y derretida, el soporte de sujeción de las dos cabezas muy unidas, la desolación de la terrible sensación de herir, desde la pasión, la única forma además de sentir la vida.
(Óleos de Salvador Dalí, La metamorfosis de Narciso, 1937; Canibalismo otoñal, 1936, ambas obras en el Tate Gallery de Londres.)