Por: Anatxu Zabalbeascoa
1. La Red que enreda. Un problema de la era twitter es que las anécdotas terminen por borrar las noticias. Que un periódico de Chicago conceda credibilidad a un blog español revela el cambio de paradigmas que atraviesan los medios de información. Que una institución no sea capaz de mantener el secreto de un fallo apunta a que algo tendrá que cambiar. Aunque solo sea decidir anunciar el resultado tras el fallo para evitar filtraciones. Siempre hay apuestas en torno al Nobel de Estocolmo, nunca ha habido filtraciones. Ni embargos. A Vargas Llosa lo despertaron de madrugada para comunicarle que en 15 minutos se haría público su premio. En Suecia anuncian los ganadores en hora local. Luego los periódicos y las televisiones del mundo se hacen eco, tarde o temprano, de la información.
La Hyatt Foundation, que concede el Pritzker de arquitectura, es una institución norteamericana con dos tercios de premiados europeos. Puede que de esa bicefalia derive el que traten de abarcar el mundo cuando anuncian sus ganadores. Hasta ahora, cuando la información aparecía en los medios americanos, la noticia estaba ya en la imprenta de los diarios europeos. En un mundo con grandes diferencias horarias, puede que resulte anti-natura que la misma fecha aparezca en todos los periódicos del planeta que anuncian el premio y así, cobre más importancia la forma que el fondo, como pudo haber sucedido este año. Difícil encaje de bolillos.
2. Palmarés ambiguo. Difícil es también hoy, en un tiempo en que la arquitectura trata de reencontrarse y de reubicar su lugar, la elección de los mejores arquitectos del momento, que es lo que se dedica a apuntar el Pritzker. Desde la fundación que lo otorga podrán considerar que el filtro lo tejen la trayectoria y la calidad de los premiados. Pero concretar esa calidad incluye indagar en el mensaje que se envía al destacarla. Sobre todo en el seno de una institución que, más que premiar una línea de arquitectura, ha dejado que sean sus diferentes jurados los que varíen la naturaleza de sus premios. Así, consiguieron el galardón proyectistas tan “del momento” como el francés Christian de Portzamparc (Pritzker, 1994) o el californiano Thom Mayne (Pritzker, 2005) y, a la vez, arquitectos tan “fuera de cualquier momento” como el noruego Sverre Fehn (1997) o el australiano Glenn Murcutt (2002). Una de cal y otra de arena.
Que el premio mejor remunerado que se concede a los arquitectos no envíe un mensaje claro sobre lo que considera calidad y rigor arquitectónicos da que pensar. Y debería dárselo también a los organizadores del galardón si además del más remunerado quieren continuar siendo el mejor. ¿A qué obedecen los vaivenes de sus juicios? ¿Acaso entienden que la arquitectura tampoco tiene criterio fijo? ¿O tal vez sostienen que no hay una sino varias maneras de conseguir destacar? Con Piano y Murcutt en el jurado de este año, el mensaje de destacar una arquitectura “con poder y modestia” o “del momento y la tradición” ha conducido hasta un portugués tranquilo, Eduardo Souto de Moura, que hace unos años reconoció que se había “hecho mayor” y que en arquitectura valoraba “más la naturalidad que la elegancia”.
3. Premio merecido. Con la elección de Souto de Moura, el Pritzker ha respondido al complicado clima actual de mantener a la vez la exigencia y el aliento que vive buena parte de la arquitectura europea. Aunque en Asia se viva otro momento. Y también en África. Así, cabe pensar que habrá que cambiar de nuevo el jurado si, como sucedió con Rogers, se quiere repescar candidatos para reconocer la contribución de algunas grandes figuras. No olvidemos que Peter Eisenman no lo tiene –aunque sí lo tenga Mayne, que siguió su estela- y que cada vez parece más lejano que lo alcancen otros arquitectos del espectáculo como el francés Bernard Tschumi.
4. ¿Y el futuro? Puestos en la tesitura de analizar candidatos, más allá de acertar, como este año, reconociendo el incuestionable valor de lo perdurable, la lección de la tradición actualizada y la importancia de los oficios en una disciplina que los pierde (el propio Souto contó que “los buenos artesanos se han ido a Suiza, donde les pagan como artistas”), otro reto para los organizadores del Pritzker sería el de encender un foco sobre los arquitectos que hoy están intentando cambiar las cosas. Su mensaje no está tanto en la gran escala de los edificios como en la preocupación por la vida cotidiana de millones de personas que ni siquiera saben lo que es un arquitecto.
Eso sí, esta posible lista B es complicada de anunciar. Muchos de los proyectistas que podrían componerla -como Lelé en Brasil, Francis Keré, en Burkina Faso, o Charles Correa en la India- no brillan. Sus trabajos no suelen aparecer en los medios, pero podrían empezar a hacerlo. ¿Se atrevería el Pritzker a premiar a un desconocido? La calidad de un premio se mide tanto por lo que descubre como por lo que certifica. Tal vez haya que plantearse si hoy es más importante levantar una escuela en Burkina Faso o un rascacielos en cualquier ciudad que pueda pagarlo.