En la década de los 50 del siglo XX empezó a utilizarse en Inglaterra el apelativo brutalista para referirse a un tipo específico de arquitectura caracterizada por el uso de los materiales en su estado más primario, la exhibición descarnada de los elementos estructurales y la conformación de espacios ordenados y simples.
Según Reiner Banham, un movimiento con ese adjetivo -que institucionalizó en su libro El brutalismo en arquitectura, etica o estética-, se relacionaría con Le Corbusier cuando se refería al tratamiento ejecutado del hormigón en la Unité d’Habitation de Marseille como beton brut. Otro precedente que acabaría por precisar el concepto es el que ejemplifica la obra realizada en América por Mies van der Rohe, en la que el uso directo del acero y el vidrio tendrían un papel preponderante; materiales con los que realizaría en Chicago sus conocidos edificios de apartamentos en Lake Shore Drive y la sede del Instituto Tecnológico de Illinois.
Durante muchos años, los Smithson constituirían el referente de una determinada manera de enfocar la arquitectura en los países anglosajones y también un ejemplo para muchos arquitectos europeos. Su constante publicación de textos y manifiestos contribuyeron a difundir notablemente sus ideas en el entorno occidental. Sus obras más afines con el movimiento brutalista adquirieron notable difusión a través de revistas como Architectural Design y de gente como Theo Crosby o el escultor Edouardo Paolozzi que pertenecían a su redacción.
Aquellas ideas tendrían también un eco próximo en la experiencia artística de gente como Jean Dubuffet o el propio Paolozzi que aspiraron a la instauración de un movimiento también denominado art autre o brut.
Una extensión de esas referencias se puede detectar en la obra primeriza de otros arquitectos británicos de la época. Es el caso de James Stirling y James Gowan, cuyas viviendas de Langham House en Ham Common, en el este de Londres de 1958, que traducían a Inglaterra, las propuestas radicales de Le Corbusier ejemplificadas por las llamadas Maisons Jaoul de 1956 y que los Smithson habían canonizado previamente como el edificio más representativo del brutalismo.
Eran los años en los que la reconstrucción posterior a la guerra y la eclosión del crecimiento poblacional de Londres otorgaron un papel preponderante a los desarrollos residenciales y los mecanismos para su ejecución. El London County Council surgió para convertirse en uno de los principales promotores de vivienda pública mundiales como parte del intenso programa socialdemócrata instigado por el Partido Laborista. Un esfuerzo social ampliamente reverenciado y admirado en gran parte del entorno europeo de la época. Los modelos de barrios en bloque abierto, desarrollados antes de la guerra en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, adquirieron en ese momento carta de naturaleza. La rica experiencia desarrollada con una multiplicidad de ejemplos de conjuntos residenciales y ordenaciones diversas constituyó un referente innovador muy importante. El barrio de Roehamptom, realizado por el LCC en la periferia de Londres, podría servir de ejemplo claro de este tipo de crecimientos urbanos.
El brutalismo considerado como una experiencia estética se planteó así también como una apuesta ética que representaría el esfuerzo para la mejora de las condiciones de vida de las grandes masas que constituían la clase trabajadora europea. Una arquitectura sencilla basada en la austeridad y la ausencia de compromisos decorativos que permitiera dotar con vivienda asequible y equipamientos dignos a los millones de obreros cuyos antepasados habían sufrido unas deplorables condiciones de vida durante las primeras etapas de expansión de la era industrial.
En Canarias, el movimiento brutalista tuvo seguidores muy concretos, sobre todo en la isla de Tenerife. Un monográfico de la revista madrileña Arquitectura levantaba acta de este hecho en 1974. Acababa de terminarse la sede del Colegio de Arquitectos, una obra coral en la que participaron con mayor o menor intensidad diversos arquitectos locales y que allí se presentó. También, otras obras de Rubens Henríquez, Saavedra y Díaz Llanos, Luís Cabrera y Juan Julio Fernández aparecieron recogidas en ese número de arquitectura.
Edificio Wildpret. Santa Cruz de Tenerife, 1970. Vicente Savedra y Javier Díaz Lanos
Años más tarde, en 1987 tendría ocasión de indagar con más profundidad en el trabajo de estos arquitectos, especialmente en la obra de Saavedra y Díaz Llanos. Ello fue motivado por un encargo de la demarcación del Colegio de Arquitectos en Santa Cruz de Tenerife para escribir el texto de presentación de sus trabajos al Premio Antonio Camuñas de Arquitectura Española.
En esa presentación, que titulé La poética artesanal del hormigón, reflexionaba sobre el papel del brutalismo en la consecución de una expresión arquitectónica plenamente adaptada a las capacidades de Canarias durante la segunda mitad del siglo XX. Y es que el hormigón, especialmente aquel trabajado de una manera poco elaborada, era un material que se podía emplear con unas mínimas condiciones de calidad técnica y expresiva. Una condición muy adecuada al desarrollo tecnológico de este archipiélago entonces. Decía allí:
El recurso al hormigón armado como material sobre el que fundamentar la obra arquitectónica refleja la voluntad de estos profesionales para realizar una arquitectura que se identifique como plenamente moderna, aprovechando los escasos recursos tecnológicos del lugar en que se desarrolla. El hormigón armado, por su propio proceso constructivo, permite la utilización de mano de obra que no necesita de una especialización muy acentuada y conlleva un aprendizaje relativamente fácil de las técnicas a emplear en su ejecución, carpintería de encofrados, preparación de armaduras, etc.
La década de los 60 eran años en los que se producía en España un despegue económico singular después de una durísima posguerra. Como consecuencia, se discutía y valoraba en los círculos más influyentes de la cultura española la necesidad de adoptar una postura prudente. Al respecto comentaba Oriol Bohigas en Cap una arquitectura realista que se entiende el realismo como la sinceridad absoluta en el aspecto constructivo, el respeto a aquellas formas tradicionales que no es aconsejable cambiar y que pueden entrar validamente dentro de nuestro ámbito cultural y el respeto por las preexistencias ambientales, temas que coinciden notablemente con los presupuestos de adaptación de los prototipos de la arquitectura moderna a las variables de cada lugar que proponían los heterodoxos de los últimos Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, agrupados alrededor del Team X y los Smithson, y que aun están también en la base de cierta arquitectura última en nuestro entorno.
Con la llegada a Canarias de aquel grupo de arquitectos reseñados en la revista madrileña, formados en las dos escuelas de arquitectura nacionales, Madrid y Barcelona, se plasmaría un rechazo frontal a la actitud estilística considerada como oficial. Aquella que recuperaría superficialmente los valores de una supuesta arquitectura colonial y folklórica y que Sebastián Matías Delgado ha bautizado posteriormente como barroco colonial en un artículo esclarecedor.
La arquitectura de los brutalistas canarios ha ido adquiriendo progresivamente con los años un valor cada vez más acentuado. Determinadas obras se han convertido casi en canónicas, en referencia a una época que se alarga casi dos décadas y que concluiría a principios de los años 80. La sede del Colegio de Arquitectos, las agrupaciones turísticas de Ten Bel, la Universidad Laboral en el caso de Saavedra y Díaz Llanos, las 4 casas en el Camino Largo, el grupo de viviendas de Ifara y la hoy casi desaparecida, Piscina Municipal de Santa Cruz, en el caso de Rubens Henríquez constituyen obras fundamentales para entender el devenir de la arquitectura desarrollada en Canarias en la segunda mitad del siglo XX.
Sede del Colegio de Arquitectos de Canarias. Santa Cruz de Tenerife, 1972. Saavedra y Díaz Llanos
Años más tarde se incorparían a esta idea austera del realismo en arquitectura, arquitectos más jóvenes como es el caso de los agrupados como Equipo La Solana, es decir José Ángel y José Domínguez, Francisco Artengo y Carlos Schwartz. Algunas obras suyas se pueden encuadrar como claramente inspiradas en los conceptos espaciales y de estilo de sus predecesores: Es el caso del edificio El Faro en Santa Cruz de Tenerife y la casa González en La Laguna. Con el tiempo evolucionaron hacia una versión más clasicizante de aquellos conceptos formales del brutalismo en obras posteriores como el gran mercado mayorista de abastos Mercatenerife o la propia sede de la Caja de Ahorros de Canarias.
Todo este planteamiento acabaría desapareciendo con la eclosión de otras ideas y modas arquitectónicas abrazadas por las generaciones más jóvenes. La aparición a mitad de los años 70 de las ideas transgresoras y renovadoras de gentes como Robert Venturi y Aldo Rossi acabaría transformando radicalmente el panorama de la arquitectura hecha aquí en Canarias.
No obstante, al cabo de los años algunos terminaríamos recuperando aquel hilo conductor tan valioso para la arquitectura del realismo y la austeridad que se iniciaría con las propuestas críticas al Movimiento Moderno de Mies van der Rohe y el matrimonio Smithson y su expresión local ejemplificada por los arquitectos citados.--->