El caso es que se resolvió con pocas pinceladas. Casi se pueden contar. Menos detalle, pero seguramente dice más que las dos versiones anteriores.
La cosa hubiera quedado aquí, dándole vueltas a esas cosas que comento, la sugerencia, el parar a tiempo, la sencillez, la renuncia al detalle. Pero resulta que estaba leyendo un libro, bastante recomendable por cierto. «La hija del curandero», de Amy Tan, californiana de origen chino. Lo acabé anoche y, en uno de los últimos capítulos, me encuentro con este párrafo:
«—En cada forma de la belleza hay cuatro niveles de talento. Ocurre en la pintura, la caligrafía, la música y la danza. El primer nivel es la competencia. –Mirábamos una página en la que había dos dibujos idénticos de un bosquecillo de bambúes, una pintura típica, bien hecha, realista e interesante por los detalles de dobles líneas, una imagen que expresaba las ideas de la fuerza y la longevidad—. La competencia –prosiguió– es la habilidad para dibujar algo una y otra vez con los mismos trazos, la misma fuerza, el mismo ritmo y la misma sinceridad. No obstante, esta clase de belleza es corriente.
»El segundo nivel –prosiguió Kai– es la excelencia. –Contemplamos otro dibujo de varios tallos de bambú—. Éste va más allá de la competencia. Su belleza es única. Y sin embargo es más sencillo que el otro, hace menos hincapié en los tallos y más en las hojas. Expresa a un tiempo fuerza y soledad. El pintor menor es capaz de captar una de estas cualidades, pero no la otra.
Volvió la página. La ilustración siguiente era un solo tallo de bambú.
—El tercer nivel es lo divino —dijo—. Las hojas son ahora sombras mecidas por un viento invisible, y el tallo sólo es perceptible como una sugerencia de lo que falta. Sin embargo, las sombras están más vivas que las primeras, pues aquéllas tapaban la luz. La persona que ve esto no tiene palabras para describir cómo lo han hecho. Por mucho que lo intente, el pintor no podrá volver a captar el sentimiento de esta pintura, sólo una sombra de la sombra.
—¿Cómo es posible que la belleza sea algo más que divina? –pregunté, sabiendo que pronto oiría la respuesta.
–El cuarto nivel –explicó Kai Jing– es superior a éste, y todo mortal tiene en su naturaleza la capacidad de hallarlo. Sólo podemos percibirlo si no intentamos percibirlo. Se manifiesta sin motivación ni deseo ni conocimiento del posible resultado. Es puro. Es lo que tienen los niños inocentes. Es lo que los viejos maestros recuperan cuando han perdido la razón y vuelven a ser niños.
Volvió la página. En la siguiente había un óvalo.
–Esta pintura se llama En el interior de un tallo de bambú. El óvalo es lo que ves si estás dentro, mirando hacia abajo o hacia arriba. Es la simplicidad de estar dentro, sin razón ni explicación para ello. Es la natural fascinación ante el descubrimiento de que todas las cosas guardan relación con otras, un óvalo de tinta con una página de papel blanco, una persona con un tallo de bambú, el espectador con la pintura.»
Aunque no consiga llegar a la excelencia, menos a lo divino, no me puedo resistir a hacer otra versión aún más simple. Otra paletina algo más fina, acuarela Lunar Black de Daniel Smith, aunque algo de siena quedaba en la paleta que no había limpiado demasiado bien. Ahora sí que se pueden contar las pinceladas, no sé si llegan a diez, incluyendo algunas manchas para aportar algo de sombra. Se me olvidó recurrir a esa técnica, también oriental, de poner más pigmento en un lado de la brocha que en el otro, como ellos hacen para dar relieve y curvatura a los troncos de bambú. Igual luego me animo a hacer otra probatura. Por ahora, así queda la cosa.