Un niño es un chorro de cariño incondicional, un auténtico oasis en el desierto de emoción que nos asola estos días. Ahora, cuando las personas quedamos reducidos a un número impersonal sacrificable a la sagrada estadística de la rentabilidad, un hijo nos devuelve el calor humano. La indiferencia estalla en pedazos, tenemos el privilegio de ser el centro del universo para esta pequeña personita, ignorante en las cosas de dinero y sabia en las de corazón.
Tenemos al alcance de la mano un tesoro de ternura y no podemos desaprovecharlo. El tiempo pasa volando y desgraciadamente el mundo es un congelador enorme de corazones. Según pasa el tiempo la distancia entre las personas se agranda entre los intereses personales y los obstáculos diarios, el estrés y todas las tareas para ya, que no pueden esperar,aunque no tengan la menor importancia.
Disfruta de cada instante como si fuera el último, juega con tu hijo y descubrirás a un camarada incondicional. Deja el periódico, el móvil, el ordenador, la tablet y baja la vista para descubrirle. Acaríciale, estruja a este osito viviente que se acurruca a tu lado. Con el paso del tiempo descubrirás que la ternura no es eterna y que lo que te perdistes no volverá. Y que lo que sembrastes, las píldoras del cariño, son una conexión indestructible con el corazón de tu hijo.