El cine nos ofrece la posibilidad de viajar, de imaginar, de soñar otros mundos, de ser, en definitiva y por un tiempo (salvo en la psicosis) otra persona.
Como está hecho por personas, habla de personas y lo consumen personas, no es estático el significado que le otorgamos, es dinámico, construido. Quizás es por eso que los artistas no acostumbran a explicar sus obras y que algo que a ti te cautiva a mi me desespera. Es por eso que lo que hoy nos gustó nos decepciona mañana y que lo que recuerdo y siento al pensar en " Un tipo serio " no es lo mismo que al salir de la sala, hace aproximadamente un mes. En este mes, me han ocurrido cosas que, sin querer, han modelado mi percepción de la película. Dirán algunos que ya no es la película en lo que pienso, que he perdido "objetividad". Necios, pues el cine, más aun, el arte, es pura y grandiosa "subjetividad". Ahora ya he hecho mía la película, al pasarla, sin querer, por la cocina de mis miserias, de mis esperanzas, de mis días. Y sigue siendo, más que nunca, cine.
Me apasionan, entre otras cosas, las "motivaciones", en un sentido estricto, que llevan a los directores a invertir tantos esfuerzos en una película. Los hermanos Joel y Ethan Coen (Arizona Baby, Fargo, O Brother, El gran Lebowski) no son artistas trágicos de una forma aparente. Ni siquiera cuando adaptaron delirantemente la Odisea lo hicieron de una forma épica. En sus películas se tratan los grandes temas que han preocupado a lo largo de la Historia a la humanidad con humor genial. Tienen ese algo diferente que los convierte en referente. Son maestros en la elección de actores, en el guión, en el gusto por la música, en la fotografía. Se desplazan de la visión crítica de una fría Norteamérica en Fargo al surrealismo, adorable, de El gran Lebowski.
Un tipo serio no es para mi, de sus películas, la mejor; pero sí la mas reflexiva, la más filosófica, la más trágica. Y digo trágica, porque a pesar del humor que emana el hermetismo de su protagonista, a pesar de ese barrio residencial del medio-oeste angustioso, con coche azul pálido, paredes salmón, perros caniche y gafas de pasta, que me traslada (¡y eso es el cine!) de un plumazo a una serie televisiva que ayudó a conformar mi manera de ser y de sentir, Aquellos maravillosos años, y a la banda sonora de Joe Cocker, y me recuerda al barrio, sutilmente fantasmagórico, en que nos situó Tim Barton en Eduardo manostijeras, es una película desesperanzada, brutalmente escéptica, como el nihilismo del que hablaban los personajes de El gran Lebowski.
Reveladores los primeros minutos de la película. El matrimonio que se debate entre la fe y los peores temores a los designios divinos de ella y el racionalismo de él, al ver a un hombre presuntamente fallecido, si quieren, un espíritu. Al matarle, los puntos de vista de ambos cambian, a saber, los infortunios, el miedo, hacen que nuestros principios, nuestra fe o nuestro descreimiento se tambaleen, el desastre nos hace buscar un por qué, nos hace agarrarnos a un clavo ardiendo.
Al protagonista del film le ocurren tal cantidad de desgracias absurdas, de ofensas, que nos reímos, también de cómo las recibe casi desde una personalidad esquizoide, sin apenas resonancias.
Es esclarecedor verle cambiar, verle descompensarse buscando respuestas a sus malos tiempos en los diferentes rabinos, en el saber. A cada infortunio le sigue un golpe de luz, apagado por otro infortunio. Nos reímos, muy humano, nos resistimos, no entendemos nada; no queremos caer en la cuenta de que, como un susto a traición entre niños, la verdad, macabra, asoma. Y esta es mi verdad sobre la verdad de la película: este mundo, nuestra vida, es una sucesión de acontecimientos casuales y azarosos intercalada con las consecuencias que en nuestras vidas tienen las decisiones y las vidas de otros. No hay más. Las grandes preguntas de la Historia no tienen ni tendrán respuesta. Dios, por supuesto, no existe; de su búsqueda y custodia el mundo se ha bañado de sangre y de sufrimiento añadido, la maldad de los hombres se ha lucrado de la flaqueza y la mala suerte de otros. Cuando a veces todo parece encajar un golpe en forma de viento, de agua, de fuego, de temblor sísmico, de abandono, de violencia, de enfermedad, rompe en dos el puzzle. No hay más allá. No existe el merecer, el sufrimiento no es el camino, digno, al paraíso. Un buen día, de cualquier modo y sin misericordia, el corazón, que no entiende de súplicas, abandona la marcha, sin importarle que la música siga sonando o que vayan a llevar luto por ti. Simplemente, dejamos de respirar y nos sobreviene la muerte. El resto es, en el mejor de los casos, la dulce y a veces patológica manera que unos seres tienen de recordar a otros. ¿Qué hacer entonces? Si me permiten un consejo, hagan simplemente lo que puedan. Quizás les ayude hacer como Joel y Ethan Coen, reírse, tomársela a veces en serio, darle la vuelta a las preguntas, disfrutar de la música mientras suena.
Última actualización de los productos de Amazon en este artículo el 2021-05-03 / Los precios y la disponibilidad pueden ser distintos a los publicados.