Un tipo serio (A serious man), de Joel y Ethan Coen – 2009

Publicado el 17 enero 2010 por Babel

Hace unas semanas terminaba el comentario en este blog sobre “Barton Fink” preguntándome si volverían algún día los Coen a hacer cine como antaño. Antes de nada, decir que he sido una incondicional de todo lo anterior a Clooney, Zeta-Jones y la infumable “Crueldad intolerable“, serio punto de inflexión en su carrera hasta la llegada de “No es país para viejos”, que logra retomar levemente el pulso de aquello que algún día nos ofrecieron. Hoy, que vengo de ver “Un tipo serio“, parece un buen momento para justificar el porqué de mi pregunta, aunque la respuesta se me antoja pesimista, pues decepción es la palabra que tal vez mejor define mi estado ánimo tras ver esta su última película. Es verdad, no vamos a negarlo nadie, que los Coen vienen abusando, también en algún film más o menos brillante, de recursos, planos y discursos repetitivos, en particular para con sus comedias; elementos muchos que ya hemos visto demasiadas veces, independientemente de que sean muy personales -pues ellos son los creadores-  y les supongan un valor seguro a la hora de vendernos la moto reportándose, además, las consabidas alabanzas. Al fin y al cabo, también definen ese modo característico de hacer cine que indudablemente lleva su firma. “Un tipo serio” no es una excepción; es más, diríase que es la confirmación de un discurso recurrente y quizás ya agotado bajo el manto de comedia original, personalísima y aparentemente distinta de todo lo anteriormente rodado. Se trata de poner a prueba la resistencia de un buen hombre, que vive una vida tranquila como profesor en el Medio Oeste y cuya existencia se convierte de la noche a la mañana en un caos: Su esposa le abandona poniéndole los cuernos con su mejor amigo, obligado a convivir con su hermano que es un tarado problemático, el hijo suspende y fuma marihuana, la hija hace pellas para cuidar su melena y le roba, y para colmo se ve envuelto en un chantaje que pone en peligro su carrera a cargo del clan familiar de un alumno asiático por negarse a regalarle el aprobado. Con este comienzo (obviaré la escena inicial para no hacer escarnio) y rebozada hasta el empacho de simbología y vocabulario religioso hebreo, más de una vez al alcance sólo de duchos en la materia, la película consiste en conducir al tipo serio de peregrinación pidiendo consejo hasta a tres rabinos, en busca de respuestas a aquello que todo hijo de vecino se ha preguntado alguna vez a lo largo de su vida y para lo que ningún predicador ha tenido nunca una sola respuesta concluyente. Todo empaquetado, eso sí, de su faceta más negra y punzante, cinismo grotesco y paradojas existenciales, una buena puesta en escena, una meritoria actuación del protagonista (Michael Stuhlbarg) y de algún secundario (los vecinos, que casi no abren la boca, y que están impagables) y una ambientación de finales de los 60 más o menos lograda, con alguna que otra licencia. Dice la crítica que es la película más personal de los Coen. Indudablemente, y lo es hasta tal punto que da la constante sensación de estar hecha para el disfrute propio y exclusivo de sus creadores, mofándose, sanísima práctica de reírse de los orígenes de uno mismo y los rigores impuestos por las propias tradiciones. Claro que, al espectador le queda el chiste sobre la desgracia ajena, presentado mediante personajes y situaciones infinitamente más cercanos a American Pie o alguna sandez de Mel Brooks que a cualquier comedia menor de Allen, y el discurso pretencioso en el que el nihilismo es impulsado a niveles casi frenéticos pero donde siquiera se pretende cuestionar los rasgos fundamentalistas de ciertas actitudes religiosas, que aquí  solo funcionan como mero escenario de una aparente y superficial brillantez.