Pienso en la cara que pondrás cuando me veas las marcas del moreno. Y pienso que alguna vez en la vida quiero ir a una playa nudista, pero contigo. Es otra de esas cosas que se me han quedado sin hacer, por eso creo que volveremos, para hacer todo eso que tenemos pendiente.
Bajamos a una cala algo inaccesible y me siento en el paraíso. Hay olas grandes, la espuma se come la arena y el agua es verde esmeralda. La poca gente que hay hace nudismo y ojalá tenerte aquí. Entonces me acuerdo de aquella vez que nos bañamos desnudos en una playa de Naxos. Habíamos discutido un poco, pero al llegar se nos pasó todo y nos abrazamos. Y tuvimos ganas de meternos en el agua, pero yo me quité el bikini para no llevarlo luego mojado. Y a ti te pareció buena idea hacer lo mismo. Y nos sentimos libres, el agua rodeando nuestros cuerpos por completo, los abrazos dentro del mar más intensos.
Y nos hicimos una foto de espaldas, dados de la mano, aunque luego la eliminamos por vergüenza.
Sabía que sería inevitable acordarme de ti y pensar que todo sería mejor contigo a mi lado. Más divertido. Y conversaríamos de todo, como siempre. Y al principio quizá nos diese pudor, pero luego nos desnudariamos y nos meteríamos en el agua, me harías reír y nos daríamos besos salados.
Y luego hablo con Marina del mar y de lo peligroso que es si con mucho oleaje te acercas a las rocas. Ella comenta que quizá los pescadores controlan mejor la dirección y fuerza del mar, pero que los demás debemos vigilar mucho. Y su comentario me transporta a Newcastle, en un día gris y ventoso. Subidos a unos acantilados, contemplábamos las rocas contra las que chocaban las olas. Y nos parecía distinguir de manera intermitente la figura de un hombre pescando. Nuestros ojos hacían dudar al cerebro, pero la figura era real. Y nos pareció muy admirable que fuera capaz de aguantar de pie sin resbalar y sin inmutarse por el fuerte viento y oleaje.
En la Cala de las salinetas veo una piedra que parece una cebra con sus rayas negras y blancas y me recuerda a ti, es la única en toda la playa. Se me ha olvidado cogerla, te la quería regalar, pero quizá estará mejor en su sitio, ¿no? A cambio, te daré una concha de mi playa favorita de Cabo de Gata.
Luego voy entre las rocas buscando una cala más bonita, más desierta, más para mí y la piedra calcárea me recuerda a Sarakiniko. Tú y yo, comiendo uvas en mitad de la nada, de un lugar que parece un desierto lunar. Y mientras exploro como a mí siempre me ha gustado, descubro a una pareja follando entre las rocas y jo, ojalá ser tú y yo. Tengo ganas de volver a ser nosotros.
La mañana que me voy al pueblo me dices que los sueños se hacen realidad, espero que tengas razón. Yo creo que hay un túnel mágico en la carretera a Peñalba. Cuando volvimos por Navidad te encontré cambiado, como triste y ahora estoy volviendo para revertir esos cambios. El 23 de agosto.
Hoy me desnudo en el baño para entrar en la ducha mientras me observa una fotografía de la Virgen situada en el alféizar de la ventana. Frente a esa misma virgen mi abuela colocó una vela para nuestro viaje, vela que apagó a las doce del mediodía. Casualmente la misma hora en la que me multó la policía por exceso de velocidad.
Y ahora, con la vela ya casi consumida delante, esos ojos penitentes me contemplan desnuda, mientras me hago unas fotografías que nunca llegaré a enviarte.
La abuela y todo el mundo me preguntan por ti y se me hace difícil darles una respuesta.
Por la noche, me siento feliz por ti, pero luego pienso que también quiero sentirme feliz yo y que tú puedes vivir perfectamente sin mí y parece que quieras que yo haga lo mismo, así que lo intentaré. Si tú lo quieres así, empezaré a olvidarte a partir de hoy. Solo falta la señal.