¿Cómo se ha llegado hasta aquí?, os preguntaréis. Este equipo decidió cultivar una serie de bacterias en ánodos de fibra de carbono, ubicándolas en cilindros de cerámica. Las bacterias rompieron los componentes químicos en la orina, que pasó a través de los cilindros, generando una pequeña carga eléctrica que fue almacenada. De ahí a la batería. El resultado ya lo habéis visto.
El único pero, como advertíamos al principio de este artículo, es que las celdas de la batería tienen el tamaño de una batería de coche. No obstante, los científicos esperan reducir su tamaño para acoplarlo a un terminal.
Porque, ¿quién no se resiste a llevar una batería cuya fuente de alimentación nunca se agota siempre y cuando tengamos suficientes reservas de orina?