Comienza a percibirse en el ambiente un murmullo que crece y que, presumo, en unos años va a ser una catarata que va a llevarse por delante el modelo de la industria alimentaria actual.
Los países ricos comienzan a cuestionarse el modelo liberal que ha dado lugar a que la demanda creada por productos de excelente sabor, aunque pésimas condiciones saludables, haya generado una pandemia de condiciones apocalípticas. La obesidad, diabetes 2, cardiopatía isquémica, enfermedades autoinmunes, cáncer etc se ceban en centenares de miles de ciudadanos con recursos y medios para no padecer una calidad de vida tan desastrosa.
Por otro lado, se crea la enorme paradoja de que el ciudadano gasta su dinero en comida procesada (carbohidratos simples, grasas poco saludables, bebidas ricas en fructosa o alcohólicas etc etc), y poco tiempo después, tiene que iniciar el gasto en dietistas y regímenes para, finalmente, iniciar el penoso gasto sanitario en médicos y hospitales.
No tiene sentido que desde las autoridades políticas y gestores de los recursos públicos, se subvencione a una industria alimentaria causante –indirectamente- de la explosión del gasto sanitario. Conceptualmente es un disparate, aunque la propia industria se defienda argumentando que solo obedece a la presión del consumidor, que es el que debería moderar su ingesta.
Las grandes empresas del sector alimentario, como Nestlé, Kellogg’s, Coca Cola, Danone etc elaboran sus productos en función del gusto del consumidor en un círculo infernal en el que los potitos de bebé tienen el azúcar y el sodio que condicionará el sabor del niño que, a su vez, aprenderá a utilizar la ausencia de control familiar de antaño (madre en casa cocinando y padre autoritario) para tomar bebidas con fructosa, comida rápida (pizzas, hamburguesas..) etc. De esta manera, el adulto tendrá un gusto viciado (café con azúcar.., ensalada con aceite.., bebida alcohólica con el uso justificado por campañas (como el día de la cerveza..) etc etc.
Tenemos infinidad de datos que ponen de manifiesto esta barbaridad, desde estudios en los que se alerta de la percepción subjetiva de los padres que no reconocen el sobrepeso en los hijos, hasta industrias que justifican su etiquetado en base a declaraciones de expertos, pasando por políticos que no se atreven a legislar en contra de grupos de presión muy fuertes (como ocurre con la ganadería y agricultura en la U.E., en donde Francia impone sus condiciones.
Desde el punto de vista científico ya se ha alertado suficientemente del problema de las grasas “trans”, de las bebidas con fructosa, del exceso de sodio en multitud de alimentos de uso muy frecuente, de los problemas de los alimentos procesados etc etc. El etiquetado de la leche no explica la presencia de beta caseína A1 en su marca, la presencia de grasa “trans” se camufla con nombres como grasas parcialmente hidrogenadas y, de hecho, la legislación europea no contempla la obligación de ponerla en la etiqueta. La presencia de azúcar es tremenda en la industria, incluso en productos supuestamente libres de azúcar como: cereales, pan, yogur, salsas…
Pues bien, comienza a producirse una respuesta importante y viene del bolsillo, que es el lugar en el que se cuecen los cambios profundos. Gran Bretaña ha anunciado un impuesto al azúcar de las bebidas refrescantes. La medida, que ya está en vigor en países como Francia o Italia, es un primer paso. Raj Patel, de la Universidad de Texas, escribía hace poco que los gobiernos no pueden mantener subsidios a industrias relacionadas con problemas de salud pública, en clara alusión a los subsidios agrarios a alimentos causantes, según un estudio reciente, del gran aumento calórico de la comida del norteamericano. Calculan que en general, el 56,2 por ciento de las calorías consumidas proviene de los principales productos alimenticios subvencionados (maíz, soja, trigo, arroz, productos lácteos y ganado).
La idea sería primero quitar subsidios a estos alimentos y después, generar impuestos (o subirlos) a los alimentos claramente relacionados con problemas de salud pública y, en este campo, ya no solo habría que incluir el alcohol etc, sino otros como el azúcar, por ejemplo.
Finalmente, debería publicarse, como ya hacen algunos organismos privados, datos de sostenibilidad alimentaria. Por ejemplo, debería explicarse que para "producir" un kilo de carne bovina son necesarios 9 kilos de cereal, o que se necesita un promedio de 100 veces más agua que para la producción de un kilo de cereal o de verdura. Greenpeace ha publicado un listado de pesca sostenible, con especies cuyo consumo es menos dañino para la sostenibilidad del planeta.
En definitiva, una brisa de cambio empieza a notarse y, desde luego, si yo fuera accionista de alguna empresa agroalimentaria, estaría preocupado con lo que puede ser un huracán en el futuro (si es que no nos liquidamos antes como especie).