Escrita por el propio director, George Seaton, a partir de una historia de Roald Dahl, 36 horas se abre de manera excelente: el mayor Pike (James Garner), militar americano destacado en los servicios de inteligencia en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, está al corriente de todos los detalles de la próxima operación de desembarco en Normandía, y también de los entresijos de todas las maniobras de distracción empleadas para confundir a los alemanes y que piensen que la operación tendrá lugar por el paso de Calais. Para calibrar hasta qué punto los alemanes han picado el anzuelo, en los días previos al Día D Pike se traslada a Lisboa para encontrarse con su contacto alemán. Sin embargo, cae en poder de la inteligencia alemana, que ha diseñado una curiosa y arriesgada operación: narcotizado, Pike es trasladado a un falso hospital de campaña americano situado en Alemania. Cuando despierta, se le convence de que han pasado seis años desde el final de la guerra, y de que no recuerda nada porque padece amnesia. El personal médico y militar y los enfermos son ganchos alemanes, aunque en el aspecto del lugar, los vehículos, los uniformes, los pertrechos, etc., todo parece pertenecer a las supuestas fuerzas de ocupación de Estados Unidos en Alemania. Su fin no es otro que conseguir hacerle hablar del “pasado” para que revele detalles de lo que “ocurrió” y así tener información fiable sobre los planes de desembarco aliado. Así, Pike, tratado amigablemente por el doctor Gerber (Rod Taylor) y la enfermera Anna (Eva Marie Saint), en el fondo está expuesto a que averigüen la verdad sobre el desembarco en cualquier momento, y así la operación que ha de liberar Europa del yugo nazi se vea seriamente comprometida. Para Gerber el límite lo pone el reloj: si en día y medio no hace hablar a Pike, las S.S. se harán cargo de los interrogatorios por la vía tradicional (esto es, la tortura) con el fin de obtener la información.
El fenomenal diseño narrativo de esta situación de intriga y espionaje coloca al espectador ante un planteamiento sumamente atractivo. El suspense es múltiple, dado que, a distintos niveles, afecta a los aliados y a Alemania, pero también a los destinos particulares de los protagonistas, en especial al de Pike, que cree estar viviendo seis años más tarde de donde recuerda (1950). La pregunta que asalta al público, conociendo de antemano el desenlace de la guerra, es, ¿cómo se las arreglará Pike para darse cuenta de lo que está pasando y salvar la situación? Hasta ese instante puede hablarse de un desarrollo satisfactorio que, sin embargo, se agota poco más allá del planteamiento. Porque después, Seaton, autor del guion, empieza a transitar por caminos más trillados y previsibles, que una vez más confirman el viejo axioma de que un comienzo demasiado alto imposibilita un desarrollo que mantenga el nivel. Así, nos encontramos con la división entre nazis buenos y malos (la integridad profesional de Gerber frente a los fanáticos nazis de las S.S.), cuya postura ante Pike será radicalmente distinta y contribuirá a su salida airosa, la participación decisiva del personaje de Anna y su verdadera identidad, la cual la hace más proclive a ponerse del lado del prisionero (sin que quede explicado en el argumento por qué se opta por reclutar a Anna para encarnar a la falsa enfermera, en lugar de elegir a una nazi de lo más hitleriana), y la sucesiva conversión de la historia en una vulgar crónica de fuga y persecución hacia la cercana frontera suiza, en una mezcla de intriga y cinta de acción que debe desembocar en el consabido final feliz, incluso con la incongruente intervención de personajes absolutamente increíbles (la esposa del pastor protestante y el guardia de fronteras alemán, que parecen combatientes de la resistencia más que alemanes).
De este modo, todo lo que en el tercio inicial son virtudes (la doblez dramática de los personajes alemanes, los diálogos con doble sentido, los momentos de retorcido suspense, las conversaciones intencionadamente dirigidas a conocer la verdad y las involuntarias formas en las que Pike consigue no revelarla, y el “giro” utilizado para que el personaje ponga en duda la realidad que parece estar viviendo) se convierte en trucos y forzamientos durante el resto de los 114 minutos de metraje. Desde ese momento nos encontramos con lugares comunes, diálogos banales, un preludio romántico (afortunadamente no consumado, que queda en final abierto), personajes increíbles y caprichos de guion que logran pervertir el conjunto, estropeando el fenomenal y prometedor inicio y banalizando una trama que apuntaba a algo mucho más digno y absorbente. Esta caída en picado contamina el resto de elementos del filme, desde las interpretaciones (Garner y Taylor pierden todo su peso dramático y Saint, cuyo personaje sí crece con el paso de los minutos, sin embargo, se ve abocado al sentimentalismo) a la puesta en escena (de la recreación con todo detalle de un hospital americano por parte de la inteligencia alemana, cuidada hasta el más mínimo detalle, la acción pasa a los bosques que lo separan de Suiza), pasando por la música (la partitura que inicialmente incide en la intriga y los aspectos psicológicos deriva en simple acompañamiento para las secuencias de acción).
De este modo, el thriller de espionaje queda descafeinado en cuanto se consume la chispa creativa del planteamiento, y deambula pobremente, aun a pesar de las esforzadas interpretaciones de los protagonistas para intentar mantener el tipo y salvar el conjunto, por rutas menos atrayentes e ingeniosas, en muchos casos de dudosa verosimilitud. Con todo, supone un entretenimiento digno y abre la puerta a suposiciones en torno a qué podría haber dado de sí una historia de este cariz en manos de grandes creadores como, por ejemplo, un Fritz Lang.