Una conversación con Juan Becú: un músico bajo capas de pintura

Por Civale3000

Así parecería ser el día a día de Juan Becú (Buenos Aires, 1980): yendo del atelier a la guitarra; de la salida de su álbum debut solista a la preparación de su nueva muestra en la galería Nora Fisch.  Becú, más conocido y reconocido por su faceta de artista plástico, en estos días está exhibiendo sin empacho su costado de musiquero. Bajo el amparo de la productora Crack (Babasónicos es el grupo insignia) y su subsello Otras Formas, su flamante disco, bq, es otro paso más en una trayectoria dominada por los desafíos y la desobediencia.

A lo largo de un encuentro en el que nos pasearemos por su extenso recorrido en el mundo de las artes visuales y el vínculo estrecho con los escenarios rockeros, Becú recurrirá en varias oportunidades de nuestra conversación al término “desobediencia” tanto de forma literal como solapada. ¿Pero no es una obligación de todo artista desobedecer? ¿No es un imperativo?

“No sigo el camino de los antiguos, busco lo que ellos buscaron”, escribió el tutor del haiku, el japonés Matsúo Basho (1644-1694). La desobediencia, en el arte, muchas veces es parte del diálogo con la historia que nos precede. Ubicarse (léase pertenecer) muchas veces también es un logro que se consigue a base de desubicación. Becú lo sabe. Desobedecer a las tendencias pictóricas es una constante en su camino.

Amor eterno, 2013

“Cuando empecé a pintar cerca del año 2000, no sabía muy bien por dónde encarar. Para ese entonces empecé a componer unos paisajes urbanos y campestres desolados que reunían diversos intereses como la pintura iconográfica argentina de comienzos del  SXIX, con algunos exponentes como León Pallière, Monvoisin, Bacle, Cándido López, que a la vez entrecruzaba con los paisaje urbanísticos de pintores de la Boca, como Víctor Cúnsolo y Lacámera, y como en una licuadora los mezclaba finalmente con pintores clásicos del tipo Lucas Cranach, Veronese, Watteau, Piero della Francesca y otros más que atesoraba en libros de mi biblioteca”, rememorará.

“Luego de ese período conformado por esos primeros cinco años de mi carrera, me di cuenta que el lugar en el que me había instalado y en el que había cobrado cierto reconocimiento ya no era el lugar en el que quería estar más. Sentía que el preciosismo de esos primeros trabajos limitaba mi expresión y no representaba del todo mi búsqueda. Esta sensación se volvió una constante a lo largo de mi carrera y fue el motor que propulsó mi obra a lugares ignotos”, repasará.

Cordones plateados, diptico, 2011

Sus raíces en el romanticismo le permitieron soñar en una apuesta tal vez descabellada para muchos. ¿Con todo lo que le costó forjar su lugar en el universo del arte, Becú tenía ganas de asumir el reto de hacerse escuchar en el mundo de la música? En paralelo a su incursión en las lindes pictóricas, desde la adolescencia escolar desarrolló un romance nada clandestino con la música. Integrante de varias grupos de rock y pop (con uno de ellos, Audire, firmaron contrato con una discográfica y tocaron en grandes festivales como en pequeños tugurios), hasta unos años atrás lideró 1989, banda con dejos funk y grunge con la que grabó dos discos.

Sin embargo, si se trata de indagar en su formación, resulta revelador que en ambos campos despunte el carácter autodidacta. Si su obra como su música rebosan luz y vitalidad, a la hora de graficar su educación sin el faro de maestros, daría la impresión de que Becú padece su naturaleza autodidacta. “Pienso en la guitarra como un dibujo”, esbozará en un momento de la charla. Esa conjunción está moldeada, entonces, con horas y más horas de investigación (solitaria).

Monstruos y diamantes II, 2012

“Mis primeras frustraciones tuvieron que ver con no pertenecer a un lugar que avalara mi trabajo, como las plataformas de premios conocidas en esa época o galerías emergentes que daban legitimación y visibilidad a los artistas que la conformaban (Belleza y Felicidad, Sonoridad Amarilla, Curriculum 0, la Beca Kuitca y más tarde, el Di Tella etc.)”, subrayará. “El camino del autodidacta tiene sus cosas buenas y malas. Lo bueno es que al no tener una directriz en la manera de comprender una disciplina, hay mucho de experimentación y libertad en esa aproximación. Pero sobre todas las cosas me ayudó a perder el miedo y desarrollar, a lo largo del tiempo, un verdadero sentimiento de libertad expresiva”, confesará.

bq, este trabajo radiante y refinado, nació en pos de recobrar diversas indagaciones puntuales en el diapasón de una guitarra acústica. A través de una colección de archivos de audio en su teléfono celular, Becú fue ajustando cabos sueltos, disponiéndolos con la intuición de aquel que ha tallado en silencio los contornos de un bosque aún desconocido. Para la tarea contó con la anuencia de un experimentado productor, el guitarrista Diego Lezcano

A lo largo de un año, Becú fue experimentando (otra palabra cara a su imaginario) frente a las distintas alternativas que le presentaba el formato canción. Para que esta empresa tuviese un final feliz, el autodidacta sacó a relucir su devoción por las armonías vocales, una ductilidad expresiva como guitarrista y lo más importante, la premura por plasmar las diversas aristas de su mapa musical. En esto último, hay que hacer hincapié en su versatilidad. Un rasgo que también ostenta su mapa pictórico.

Sin titulo de la serie Universos quemados, 2009

“La versatilidad de lenguajes me permitió probar diferentes cosas, aprendiendo siempre a través de la práctica obsesiva y la investigación constante de bandas que me gustaban. Es por esta razón que cuando miro hacia atrás tratando de entender un poco de dónde vengo y cómo llegué hasta acá, entiendo que siempre fui corriéndome de las denominaciones estereotípicas de ambos lenguajes. Es decir, estaba en el mundo del arte pero con un pie afuera del mismo y viceversa”, recordará.

Becú es parte de un planeta que se remonta a Jorge de la Vega (este año se cumplen cinco décadas del lanzamiento del seminal El gusanito en persona, que el sello Otras Formas reeditará en breve) y Federico Peralta Ramos y que tuvo su último big bang en el ciclo Trova Visual que en el CCK organizó el escritor y crítico Fernando García a mediados de 2017. Allí fue parte de los artistas plásticos que como Benito Laren (con su proyecto Larenband), el platense Julián Terán, Gastón Pérsico en su versión Heavy Mental y la también cantautora Hana Ciliberti, evidenciaron su compromiso con la música. En esa presentación, Becú sorprendió con un show que combinó una lujuriosa puesta visual (en manos de la artista Gisela Faure) con una afilado combo musical, integrado por los músicos con los que grabó bq

¿Qué te interesa de la música que la pintura no consigue transmitir y viceversa?, le preguntaré a Becú, luego de plantarnos delante de los bastidores que escupen criaturas aún esperando una forma o el cierre de un procedimiento. “¿Para qué hacemos canciones? ¿Para qué seguimos obstinados en seguir reproduciendo imágenes? Yo pienso que no es una opción, es algo que te toca hacer y es un sentimiento único e indescriptible. La vida golpeando las puertas de esa habitación que es como una esponja y la realidad el agua que la rodea, como dice el artista alemán Daniel Richter, la mano que exprime esa esponja es el artista. Veremos qué es lo que queda de ese chorreado”, meditará.

Entre las curiosidades de un disco con canciones sencillamente geniales como Bicicleta y Estás allá, sobresale una urgente y de rabiosa actualidad como Scooby Doo, con la que tuvo reparos por su bajada de línea (“El banco Central se tiró del cuarto piso y el Fondo Monetario la atajó con su chorizo”, dice la letra): “Nunca me interesó meter la política en mi arte, pero seguramente el vidriado de las percepciones deja filtrar, como una ventana entreabierta, los resquemores de la realidad, al menos de manera colateral”, alegará.

Entre los encantos de la naturaleza y el enredo de lo urbano, entre las impericias económicas y los destellos de la memoria, entre la sutileza del folk y las cosquillas del pop de cámara , bq se afirma como un álbum de un músico que ha dado con la pócima de colores que más lo identifica, esa que hace de la libertad un canal imprescindible.