Una de Lepe (o casi): El hombre que nunca existió

Publicado el 24 enero 2012 por 39escalones

En 1943, un pescador de Punta Umbría (Huelva), encontró el cuerpo sin vida del mayor británico William Martin, probablemente procedente de un siniestro aéreo producido en el mar. El hallazgo de cadáveres resultantes de hundimientos, naufragios, derribos y demás operaciones militares en los alrededores del Estrecho de Gibraltar era relativamente frecuente en aquellos tiempos en un país oficialmente neutral que se encontraba en el centro de uno de los teatros de operaciones más decisivos de la Segunda Guerra Mundial. Pero algo tenía ese cadáver que lo hacía más importante que el resto: una cartera llena de documentos con información precisa, minuciosa y auténtica del siguiente paso de los aliados tras haber derrotado al Afrika Korps de Rommel en El Alamein y haber expulsado gracias a ello a los nazis del Norte de África. Y ese paso, contra toda lógica, no era la cercana Sicilia, sino la estratégica Grecia…

El hombre que nunca existió, coproducción anglonorteamericana dirigida por Ronald Neame en 1956, constituye la apasionante crónica de un verídico episodio de espionaje militar que contribuyó decisivamente a la invasión de Italia por parte de los aliados. Neame, que alcanzaría fama mundial en los 70 gracias a La aventura del Poseidón (The Poseidon adventure, 1972) u Odessa (1974), acababa de apuntarse su primer gran éxito de público gracias a El millonario (The million pound note, 1954), en la que un Gregory Peck arruinado recibía un cheque de un millón de libras con la condición de poder vivir sin utilizarlo durante un mes, construye una crónica de acontecimientos salpicada de elementos dramáticos que ayudan a adornar la historia real con una narración eficaz, meticulosa y ordenada que presenta los hechos históricos de forma novelada desde la perspectiva del libro que inspira el guión, obra del propio Ewen Montagu, cerebro de la operación. Interpretado por el siempre elegante Clifton Webb, Montagu se concentra en resolver un gran problema que se le presenta al Almirantazgo británico y por extensión al conjunto de los aliados: los alemanes están convencidos de que los ejércitos británico y norteamericano asaltarán Sicilia desde Túnez, y se preparan para concentrar gran cantidad de tropas y defensas en la isla. La misión de Montagu consiste en despistarles, confundirles, desconcertarles hasta hacerles dudar y obligarles a dispersar sus fuerzas para atender varios posibles frentes, dejando así Sicilia más desprotegida. La cuestión es: ¿cómo sembrar la duda en los alemanes? ¿Cómo construir un engaño de manera tan fiable y tan auténtica que los propios nazis no duden de la veracidad de ese rumor cuya invención sólo han de descubrir con el disparo del primer cañón? Sólo una información puesta al alcance de los alemanes por un aparente capricho del azar puede convencer a éstos de que el Almirantazgo trama algo diferente a lo que prevén, sabiendo, eso sí, que los alemanes harán todo lo posible por confirmar este extremo y que sus mejores espías en las Islas Británicas removerán todos los resortes de los que son capaces para averiguar si se trata de una complicada maniobra de distracción o bien realmente son Grecia y Cerdeña, y no Sicilia, los objetivos militares de los aliados. Tras mucho pensar, la solución se presenta: un cadáver provisto de documentos auténticos con información confidencial convenientemente colocado en el lugar y el momento preciso podría dar inicio a una investigación por parte de los nazis para confirmar el rumor, y un buen número de pistas falsas en los instantes y lugares correctos bien podrían engañar a los alemanes hasta el punto de convencerles de que Sicilia no era la prioridad militar de los aliados. Pero, ¿utilizar un cadáver? ¿El cadáver de quién? ¿De dónde sacar el cuerpo de un oficial ahogado?

La película presenta en paralelo, con predominio de las labores de inteligencia militar, por un lado, la preparación de toda la operación, con las maniobras para conseguir un cadáver que pueda aparentar pertenecer a un mayor británico, la creación de una falsa identidad, con su documentación, biografía y hoja de servicios, y la elaboración de los documentos precisos para despertar y mantener el engaño, y por otro, la historia personal de Lucy Sherwood (Gloria Grahame), una joven cuyo prometido, alistado en las fuerzas británicas, acaba de morir en el frente, y que comparte apartamento con la secretaria de Montagu. Esta coincidencia, sin pretenderlo, supondrá la mayor casualidad para facilitar el éxito de toda la operación, pero también su mayor peligro, cuando Patrick O’Reilly (Stephen Boyd, el famoso Mesala de la segunda versión de Ben-Hur, la de Charlton Heston), un joven irlandés de paso por Londres que en realidad es un agente alemán, se acerque demasiado al fantasma del mayor William Martin, que por casualidad es tomado por el fallecido prometido de Lucy.

La película consta así de tres segmentos. En el primero de ellos tiene lugar la preparación y la puesta en marcha del plan, y recoge todas las operaciones, algunas de ellas de lo más descabelladas, conducentes a convertirlo en realidad: la elección del cadáver, un joven de unos treinta años muerto de neumonía, la difícil labor de convencer a su familia de que preste un servicio al país una vez fallecido, la singladura del submarino que ha de abandonar el cadáver en alta mar justo en el punto exacto que debe permitir que las corrientes trasladen el cuerpo hasta las costas españolas, y su hallazgo por las autoridades y la esperada comunicación al consulado alemán de la zona por parte de un gobierno más proclive al Eje que a los aliados. La segunda parte se detiene en los momentos más dramáticos de Lucy Sherwood y va preparando el clímax final. Neame, que se maneja adecuadamente utilizando buenas dosis de suspense en las distintas bandas y variantes de intriga que rodean el caso, sitúa por un lado los efectos de la operación de engaño en los Estados Mayores aliado y alemán, y por otro cierra la pinza de O’Reilly alrededor de Lucy Sherwood. Por último, se muestra también la labor de contraespionaje de Montagu y la policía, que deben dejar escapar a un espía que han descubierto a fin de mantener ante los alemanes la ilusión de que las equivocadas informaciones que les ha hecho llegar son auténticas.

Ronald Neame dirige con eficacia y economía narrativas (pasan muchas, muchísimas cosas, en apenas 100 minutos) una historia con varios frentes que destaca por su guión, claro y conciso en la presentación de los dilemas estratégicos, y sensible y dramático cuando de presentar los efectos de la guerra en la gente sencilla se trata, y también por su ambientación y puesta en escena, tan precisa y milimétrica en los escenarios militares escogidos (oficinas de espionaje y contraespionaje, despachos militares, cuarteles generales, tanto británicos como alemanes, el submarino en alta mar) como en el llamado “frente doméstico”, es decir, la vida de la gente normal tras las propias líneas, sus costumbres y su modo de vivir durante la guerra, pero también, aunque se trate de pocos minutos, recrea con acierto y autenticidad formal la Punta Umbría donde el cadáver es descubierto y finalmente enterrado, tanto en el momento estratégico en el que se basa la importancia de la operación, como durante el homenaje anónimo que Webb-Montagu dedica a William Martin, sea quien sea, al final de la película. Esa es la intención última del filme, reinvindicar a quienes desde el anonimato y la letra pequeña, lejos de los frentes, los desfiles, las bandas de música y los reconocimientos, jugándose su piel y la de los suyos, desde la Resistencia, los servicios secretos o a través de la dura lucha por la supervivencia diaria en la retaguardia, pusieron la primera piedra para la victoria final.