Una de las primeras conclusiones que podemos extraer de la pandemia por el Covid-19 es que para vencer a ese virus del que tan poco sabemos, será necesario incorporar a nuestras vidas unos cambios que repercutirán en lo más íntimo, en el modo de manejar nuestra salud, en el bienestar de la familia, en la educación de los hijos, en la forma en que desempeñemos nuestra actividad laboral, en cómo nos relacionemos e incluso en como nos saludemos y hasta manifestemos nuestro afecto, y ya por último, en que condiciones podremos retomar actividades como ir al gimnasio, asistir a un espectáculo, comer en un restaurante o incluso tomar el sol en la playa.
Una ‘extraña nueva normalidad’ tras la pandemia
Es lógico desear que vuelva cuanto antes la normalidad a nuestras vidas, pero se impone asumir la realidad y aceptar que lo que debutó en marzo como una contrariedad que en principio creíamos sería breve y transitoria, el paso de las semanas augura que en algunos aspectos durará meses, en otros años, y probablemente muchas cosas no vuelvan a ser jamás como antes.
Habrá un antes y un después de la pandemia, y son muchos los factores de los que dependerá la vuelta a lo que podríamos llamar una extraña nueva normalidad. De entre esos factores destaca la ansiada aparición de una vacuna. También conocer el número de personas que contraerán el Covid-19 y que puedan adquirir una inmunidad que, por ahora, ignoramos si será permanente o transitoria, pues es inmenso el desconocimiento que tenemos del virus.
Las autoridades sanitarias, asesoradas por los expertos en epidemiología y la experiencia de los brotes epidémicos previos, han determinado que el confinamiento es, por hora, el mejor modo de impedir un crecimiento exponencial del número de afectados. La universidad británica The Imperial College of Science, Technology and Medicine (también conocida como Imperial College de Londres) ha elaborado un informe donde se concluye que el distanciamiento social es la mejor estrategia para combatir al Covid-19 hasta que dispongamos de una vacuna, y que este distanciamiento debería prolongarse al menos 18 meses.
Según la investigación del Imperial College, gracias a este distanciamiento se han salvado en España unas 16.000 vidas en las primeras 3-4 semanas desde el inicio del brote.
Una ‘extraña nueva normalidad’… ¿cómo cambiará nuestra vida tras la pandemia?
Son muchas las incógnitas, pero todo apunta a que se instaurará una nueva prioridad en la escala de valores que rija en nuestra sociedad después de la pandemia.
Es muy probable que haya cambios en el modo de relacionarnos, cambios que afecten al mercado laboral y a la economía, el modo de realizar las compras, el hábito de viajar y planificar el ocio, detalles como la frecuencia con que nos lavemos las manos, y así en muchos gestos y actitudes que den lugar a un nuevo modelo comportamental.
Pero ante estas conjeturas —que no dejan de ser hipotéticas—, es importante plantearse otros temas más relevantes como por ejemplo, si la sociedad será más solidaria después de la pandemia, y si esta acometida que ha derrumbado el castillo de naipes de una seguridad que considerábamos robusta, supondrá una lección de humildad y una motivación para el cambio de hábitos de una sociedad que se creía indestructible.
Conforme avanza el confinamiento, queda en evidencia como damos menor importancia a aquello que nos fascinaba hasta hace bien poco, y valoramos más las pequeñas cosas que nos pasaban desapercibidas.
La intrusión del coronavirus en nuestras vidas nos está haciendo cambiar y atender a actividades que hasta ahora no llamaban nuestra atención, o al menos no como lo hacen ahora. Un ejemplo lo tenemos en el valor que se le confiere a la lectura, a escuchar música, o a la necesidad de hacer ejercicio en el salón de nuestras casas para evitar que se anquilosen las articulaciones tras varias semanas de inactividad.
En otro orden de quehaceres, hemos descubierto el teletrabajo. Sorprende que de pronto le estemos dando un alto valor a los progresos de la ciencia y a la necesidad de que los presupuestos del Estado concedan más fondos a la investigación y a solucionar la deficiencia de recursos en la sanidad pública.
Todo apunta a un cambio de prioridades que podría presagiar una sociedad más solidaria y proclive al apoyo mutuo. No obstante, hay también escépticos que presagian que con el paso del tiempo, una vez se venza al coronavirus, habrá una rápida vuelta a los hábitos individualistas y materialistas que definen a nuestra sociedad.
Entre que todo cambie o todo vuelva a ser como antes, lo más probable es que la extraña nueva normalidad de la sociedad experimente algunos cambios. Independientemente de la gran virulencia del coronavirus, se ha culpado a la globalización de la vertiginosa celeridad con que ha avanzado la pandemia, y no sería extraño que a partir de ahora haya reticencia a los viajes de ocio y al abuso de vuelos baratos para visitar países lejanos. Por el contrario, podrían incrementarse las relaciones comunitarias desarrolladas en nuestro hábitat natural, tan descuidadas hasta ahora.
El investigador J. M. Mulet —licenciado en Química y doctor en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Valencia—, en un artículo publicado en su blog para Naukas Tomates con genes, deja constancia de una interesante aportación de Antonio Caridad —profesor de geografía e historia— según la cual los cinco países con más muertes por coronavirus (EEUU, Italia, España, Francia y Reino Unido) coinciden con los países más turísticos del mundo; del mismo modo, dice Mulet, de los cinco países con menos muertos por Covid-19 (Yemen, Sudán del Sur, Burundi, Bután y Mauritania) ninguno de ellos se encuentra entre los 130 mas turísticos del planeta, ni tampoco son ni mucho menos quienes mejor han gestionado la epidemia, sino sólo unas regiones geográficas que casi nadie visita.
Otro de los aspectos en los que probablemente cambie nuestra vida tras la pandemia será el convencimiento de que hay cosas más importantes que los bienes materiales. Así, al contrario de lo que sucedió en la crisis de 2008, a partir de ahora nos importará menos la repercusión económica ya que están en juego nuestras vidas y mueren miles de personas cada día, mientras que entonces no se produjeron más pérdidas que las consecuentes a la crisis financiera y empresarial.
Es probable que a partir de ahora, la salud de los ciudadanos, el medio ambiente, el bienestar social y unos hábitos saludables de convivencia, primen sobre el bienestar económico en nuestro escalafón del confort
¿Serán perdurables estos cambios?
Pese a lo anteriormente expuesto, confieso cierto escepticismo al considerar improbable que acaben sedimentando en nuestras conciencias las lecciones que inicialmente obtengamos de la pandemia.
Desconfío del egoísmo, el egocentrismo y la ambición, tres lacras difíciles de erradicar en unos sectores de la humanidad muy asentados en el poder. Un ejemplo lo tenemos en esos políticos (cuya ideología es irrelevante porque los hay en todas las tendencias) que aprovechan cualquier hecho luctuoso (en este caso, incluso las muertes por el Covid-19) para buscar culpables y obtener un rédito que les confiera poder.
También es lamentable que la sociedad actúe de pronto como si hubiera desaparecido el hambre en el mundo, como si ya no hubiera guerras (nadie habla de Yemen, Siria, Irak, Sudán del Sur, Afganistán…), ni pobreza, ni miseria en los países más desfavorecidos; también parece como si hubiera cesado súbitamente el trasiego de migrantes huyendo de sus respectivos infiernos. Nada de esto existe en los informativos —tal vez algún flash de pocos segundos— porque a nuestro primer mundo sólo le importa la pandemia y nada más que la pandemia.
La sociedad ha investido como héroes sin capa a los trabajadores de la sanidad, los mismos a los que ignoraron cuando las mareas blancas reivindicaban más dotaciones presupuestarias, más medios, más plazas de médicos y enfermería. Han convertido en héroes de conveniencia a unos profesionales a los que alguno de los que ahora aplauden, no hace mucho les hacía responsables —incluso agrediéndoles— de que tardaran en hacerles una prueba o en ser atendidos en unas puertas de urgencias saturadas por la elevada demanda y la falta de personal.
¿Y que decir de la rápida y eficiente respuesta por parte de la industria farmacéutica para encontrar una vacuna anti-coronavirus en un tiempo récord? ¿Lo hacen por altruismo, por conciencia social, por filantropía? Por supuesto que no. A las multinacionales farmacéuticas les interesa ser los primeros en conseguir una vacuna porque venderían tantos millones de unidades como millones de personas hay en el mundo. Un negocio redondo a expensas de una tragedia.
Conclusiones
Ya a punto de concluir podemos deducir que, por muchos cambios que haya en la extraña nueva normalidad posterior a la pandemia, el presente no presagia un futuro mucho mejor que nuestro pasado reciente de hace solo un par de meses.
En el momento en que se consiga un medicamento que cure la infección por coronavirus y una vacuna que evite el contagio, es probable que los cambios que apuntan a una mayor conciencia social, se desvanezcan conforme reaparezca la sensación de seguridad en cada uno de nosotros.
Sería lamentable no aprender nada de las lecciones que nos brinda una experiencia inédita e inesperada por todos. Sería lamentable que desapareciera la consciencia de nuestra vulnerabilidad y la necesaria dependencia que tenemos los unos de los otros como miembros de una comunidad global. Antropológicamente, en la lucha por la vida, no siempre sobreviven los más fuertes y los que promueven conflictos o se aprovechan de las desgracias, sino quienes saben utilizar y obtener provecho del apoyo mutuo. Sería lamentable que cuando todo esto pase, ya instalados en la nueva normalidad, nos limitemos a lamentar las bajas humanas y las pérdidas económicas, y cuando la crisis sea sólo un recuerdo, volvamos a ser como antes, regresemos al desigual reparto de riquezas, al rechazo del diferente sólo por no ser como nosotros, a la desconfianza y el resentimiento hacia los vecinos, a las ansias por acumular poder y confort, todo ello por ser incapaces de inventar un futuro mejor, y porque nuestras solidaridad en tiempo de pandemia dé paso al individualismo egocéntrico de siempre. Sería igualmente penoso que no aprendiéramos nada después de haber quedado en evidencia nuestra fragilidad y la gran necesidad que tenemos los unos de los otros en una sociedad en la que, hasta hace solo un par de meses, nos creíamos seguros y dueños de nuestro futuro, sin imaginar que un pequeño virus podría detener el mundo y mantener a toda la humanidad confinada en sus casas en un estado de alarma.
Ahora que somos conscientes, deberíamos aprovechar para reflexionar que hay infinidad de cosas (esas que antes del confinamiento considerábamos obvias y pasaban desapercibidas) mucho más importantes que la economía global y el confort individual.
Aprovechemos para intentar ser mejores ahora que la pandemia ha conseguido cambiar, aunque sea coyunturalmente, nuestro orden de prioridades. Ahora que hemos relegado lo económico muchos peldaños por debajo de la salud, del medio ambiente, de la libertad de movimientos, de los derechos humanos más elementales, de la necesidad de sentirnos seguros, o simplemente ahora que conseguir una mascarilla, un frasco de gel desinfectante o un rollo de papel nos hace sentir felices y abastecidos.
Quiero pensar que es inevitable que haya un antes y un después de la actual pandemia, un antes y un después provechoso para una sociedad más concienciada de que la interdependencia debería domesticar al individualismo. Necesito creer en un nuevo orden que deslinde lo material y superfluo de lo social y comunitario en todos sus matices.
Sería un logro que la extraña nueva normalidad no deviniera en un calco de la anterior, y que si una nueva crisis sanitaria azotara de nuevo al planeta, que nos encuentre preparados para valorar la importancia de unos miembros de la sociedad que son verdaderamente necesarios e irreemplazables para la supervivencia.
Unos hombres y mujeres tan importantes y dispares como los agricultores que nos aseguran alimentos, los reponedores de productos en las estanterías de los supermercados, los encargados de la limpieza de los pueblos y ciudades (los mismos que ahora desinfectan las calles), los tenderos, los carniceros, los repartidores a domicilio, los guardianes de nuestra salud (tanto el personal sanitario como el no sanitario), los farmacéuticos, los investigadores…, todos ellos gente normal que, sin pretenderlo, se han convertido en héroes por estar en primera línea de lucha contra el coronavirus, una primera línea en la que siempre estuvieron para nuestro bienestar social y a quienes tanto tienen que agradecer aquellos que siguen confinados en sus casas.
Saber cuanto durará el nuevo orden de preferencias que ahora impera promovido por el miedo, es una incógnita que sólo el tiempo resolverá cuando la evidencia nos confirme que la tormenta ha pasado y conforme el miedo dé paso tal vez al olvido.
Dr. Alberto Soler Montagud – Médico y escritor
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