Desde los albores de la humanidad los seres humanos vertieron en su destino vital una forma concreta de estar en el mundo. La mitología griega fue uno de los referentes más poderosos para crear esas maneras paradigmáticas tan personales de estar, algo que con su maraña profusa de personajes estereotipados consiguieron impregnar ya en el inconsciente colectivo europeo una impronta. ¿Qué es estar en el mundo? No es lo mismo que vivir, ya que para esto no es necesario estar de una forma determinada. Es decir, que para vivir solo es necesario alimentarse, abrigarse, cuidarse y proseguir... Estar en el mundo fue algo que surgió cuando las sociedades evolucionadas consiguieron estructurarse en jerarquías o en estamentos sociales diferentes. Entonces hubo que introducir el sentido del cómo estar..., olvidándose, o marginando en algo o en mucho, el sentido del porqué o del para qué estar... De hecho, la mitología griega, tan sustentadora de elementos espirituales a veces, es un ejemplo claro de la preponderancia del cómo frente al para qué. Cuando el héroe mitológico Jasón tuvo que llevar a cabo su aventura vital tan extraordinaria para conseguir el Vellocino de Oro, el motivo o la causa que lo propiciaría fue, sin embargo, la banal distracción que su tío Pelias, el rey de la tesalia Yolco, deseaba para Jasón a fin de evitar ninguna rivalidad con él en la herencia del propio reino. Conseguir el Vellocino era una excusa, una trivialidad, aunque fuese también de oro. Pero Jasón debe posicionarse en el mundo, tiene que ubicarse, tiene que elegir una forma ahora de estar en él. Así que, cuando su tío le propone una hazaña tan elogiosa, no dudaría en absoluto de la veracidad o del sentido completo más definitivo de su decidida acción influenciada. Rubens atraería a muchos artistas a su peculiar forma de pintar, no sólo por su estilo atrayente e innovador sino por su éxito y las necesidades consecuentes de poder disponer de ayudantes en las grandes composiciones que le demandaban. Uno de esos pintores discípulo de Rubens lo fue el flamenco Erasmus Quellinos (1607-1678).
Cuando a Rubens le encargan desde España la decoración de un Pabellón real de caza del monarca Felipe IV, el gran pintor flamenco tuvo que necesitar la ayuda de algunos de sus discípulos para poder llevarla a cabo. Durante la segunda mitad de la década de los años treinta del siglo XVII, se instalaron en el Pabellón real de caza no menos de sesenta cuadros compuestos por Rubens o su taller. Todos ellos solicitados para la decoración tan magnífica de ese edificio campestre real tan majestuoso, La Torre de la Parada. Quellinos realizó él solo la obra de Arte Jasón con el vellocino de oro. La composición y el sentido de la misma era una ideación completa de Rubens, que en un boceto dispondría a sus ayudantes de la forma y la manera de poder pintarlo, pero, sin embargo, la ejecución artística fue una tarea solitaria de Erasmus Quellinos. Pero, además de admirar la obra barroca, nos sirve ahora para presentar la idea de qué es estar en el mundo. ¿Es una elección? ¿Es una proposición? ¿Es una obligación? Y, por otra parte, también, para ir más allá en la aventurada ideación de ese concepto (estar en el mundo), ¿qué tanto influyó en el aceptar o en el asignar o en el definir esos papeles el planteamiento estético en la historia de la humanidad? Porque cuando vemos o percibimos o asimilamos algo estético (leyenda, estatua, pintura, tragedia, comedia, narración...) que nos gusta o nos impacta interiormente, ¿no será una forma de identificación o justificación de ese modelo vital representado para ser o estar en el mundo? En el comienzo fue la palabra..., decía el Génesis, y, con ella, con la palabra, la idea, la manera y la forma en que vemos o percibimos las cosas. Esta mediatización es inconsciente, pero eficaz. Cuando el objetivo de las ideas producidas por una cultura es la ordenación de la vida según un criterio determinado, estaremos ante una religión (o ideología), una comunidad y una jerarquía cohesionadas. Así se desarrollaron las civilizaciones, pero, también el modelo, también el sentido concreto de la definición de una realidad vital: la de estar en el mundo.
La libertad era entonces, durante gran parte de la historia, algo incompatible con esa realidad originaria de estar en el mundo. No se podría cuestionar esa realidad. Se estaba de una forma, pero no podía estarse de otra distinta. Sólo el Romanticismo comenzaría a cuestionar ese encorsetamiento formal. Pero duró poco, no podía dejarse al albur de una barbaridad tan libertaria el hecho de no definir una posición o un estar en el mundo. Por esto el Neoclasicismo o el Realismo regresaron pronto, útiles entonces, para no desordenar una manera de vivir que había funcionado relativamente bien desde siempre. Aunque pronto la Evolución fue la alternativa al Romanticismo. Para poder ahora con aquella, entre otras cosas, proseguir en el mundo sin perder el gran sentido conquistado de libertad personal tan irrenunciable. La evolución calmó la ciencia poderosa, calmó la industria irascible, calmó la sociedad inquieta y hasta la estética que la influyese. ¿Calmó al ser humano, finalmente? En absoluto. Hoy por hoy, la forma de estar en el mundo difiere bien poco en lo esencial de la originaria de siempre. Sigue patrones estéticos, como entonces; aunque la evolución haya conseguido también matizarlos seguirá los mismos básicos patrones de siempre. Porque estar en el mundo es más relevante que vivir. Estar en el mundo es lo que se precisa para no caer en aquella barbarie que los primeros seres imaginaron ya si no se ordenaban las cosas meramente. Para comprender aquel sentido primigenio sólo hay que ver ahora cómo una sociedad se enfrentaría a sí misma si no tuviera que estar en el mundo... Y es ahora, en la confinación extraordinaria de una cuarentena global como la que vivimos, como mejor se puede apreciar ese hecho vital. Los seres entonces sólo se limitarán a vivir... no a estar en el mundo. Este matiz, que en el caso de un confinamiento tan global se puede ver más claro, es el que hace que la diferencia fundamental entre el cómo y el para qué se vuelva, en esa experiencia vital tan radical, una realidad tan persistente como esclarecedora.
Cuando Rubens ideara la vuelta del héroe con el motivo fundamental de aquella aventura mitológica, quiso componer en su boceto previo a Jasón saliendo del templo de Marte donde se guardaba el vellocino. Y así lo compuso luego Erasmus Quellinus en su impactante obra barroca. Jasón recorre el pavimento despejado del sagrado templo del dios Marte llevando ahora consigo la piel dorada de su anhelado trofeo. Ya lo ha conseguido. Ahora tan sólo tiene que regresar para alcanzar a consumar, por fin, aquel reto aceptado ante su tío de obtener el vellocino. Una banalidad absoluta, ya que éste no supondría ni valdría para ninguna otra cosa o sentido que para algo más que la placidez incierta de su conciencia de héroe o sobrino regio. Un engaño. Una fatalidad. Algo que llevaría el héroe griego a recorrer, maltratando sin querer a otros incluso, todo un escenario vital tan absurdo y malogrado como su inútil trofeo inanimado. El pintor fijaría la imagen artística en un gesto extraordinario de dinamismo y, a la vez, parálisis estética. Justo cuando le quedarán pocos pasos para salir del templo sagrado, Jasón volvería su torso, pero sin detenerse en absoluto (señal inequívoca de una dinámica forma de estar en el mundo), para poder observar ahora, justificado y satisfecho, la imagen representativa y elogiosa de su modelo más paradigmático: la estatua clásica del dios Marte. El mismo modelo vital y apasionado que, desde pequeño, el héroe malogrado habría tenido ya como ejemplo e inspiración de una forma o manera de estar en el mundo.
(Óleo Jasón con el vellocino de oro, 1638, del pintor barroco flamenco Erasmus Quellinus, Museo Nacional del Prado, Madrid.)