Desde hace cerca de tres décadas, con algún paréntesis, nos dedicamos a la fisioterapia como profesión. Hemos trabajado en distintos ámbitos con sus respectivas peculiaridades diferenciadoras. Eso es enriquecedor, creemos, porque nos da una visión más general de la profesión, hace posible que entendamos a otros colegas y que podamos transmitir esas experiencias, propias y ajenas, a las nuevas hornadas de fisioterapeutas a cuya formación contribuimos en una pequeña parte.
Sin afán de ser modelo nos atrevemos a exponer unas líneas, de trazo grueso, sobre cómo enfocamos nuestra atención cotidiana. Como bien dijo el filósofo “yo soy yo y mi circunstancia”. Nos viene al pelo este aforismo porque el contexto de cada cuál marcará la forma de desempeñar el trabajo, en este caso cada uno desarrollará la fisioterapia que quiera o pueda, según el entorno.
Nuestro hábitat laboral cotidiano es un hospital de atención a pacientes ambulatorios y hospitalizados. Además, de titularidad pública. No entraremos ahora en consideración sobre las diferencias que esto puede conllevar, pero no son banales y seguro que el lector las conoce. En cualquier caso, disponemos de una agenda diaria con tramos, como norma general, de media hora. Tampoco abordaremos esta variable, de importancia capital, pero sí podemos recomendar la entrada sobre El control del tiempo en fisioterapia.
Pues bien, permítasenos parcelar nuestra forma de dirigir la evaluación inicial, intermedia y/o final del usuario en tres bloques claramente definidos.
1. Evaluación subjetiva, anamnesis o entrevista clínica.
Tal vez alguien frunza el ceño por considerar que esas tres cosas son distintas. Pero nosotros las vamos a situar como una unidad. Cuando el paciente entra en la consulta, despacho, sala o gimnasio, a veces, llevado por prejuicios y creencias, se dirige a la camilla, habitualmente omnipresente en los lugares en los que se dispensa fisioterapia. En ese caso, amablemente le decimos “no, siéntese, primero tenemos que hablar“. Caricaturizamos esta situación para llamar la atención sobre lo que para nosotros es lo más importante, lo nuclear, aquello a lo que hay que dedicar intencionadamente un tiempo. Debemos conocer el qué, por qué, desde cuándo, cuándo, cuánto, cómo,…preguntas sobre todo lo le ha llevado hasta nosotros. No entraremos en el detalle (antecedentes personales y familiares, factores desencadenantes, agravantes o mitigantes; tratamientos previos y actuales; circunstancias sociales, familiares o laborales, etc.) de todo lo que este apartado incluye. Ni tampoco en la manera de llevarlo a cabo (preguntas abiertas o cerradas, cuestionarios, entrevista estructurada o no,…). Lo esencial es que reconozcamos su valor, lo determinante de este paso si queremos dirigir razonadamente y razonablemente los siguientes. En ocasiones, la anamnesis es suficiente para decidir intervenir o no, derivar, reconocer patrones, signos o síntomas de alarma, aconsejar e incluso proponer un tratamiento de fisioterapia. Todo sin haber tocado al paciente.
2. Evaluación objetiva, observación, exploración física.
En una secuencia con fines didácticos podríamos considerar lógico que tras la anamnesis diríamos “ahora déjeme que le vea, pase a la camilla”. Aquí podemos incluir la observación de cómo se desenvuelve el paciente caminando, desvistiéndose o cualquier otra actividad funcional; y todas las medidas que consideremos oportunas aparte de la mera e importantísima observación. Goniometría, dinamometría, medida de perímetros o distancias, velocidad; registros de respuesta a la estimulación, análisis de sensibilidad, reflejos; pruebas ortopédicas, sensaciones de restricción o aumento de movilidad, sensación de final de movimiento; pruebas especificas como equilibrio y marcha; cicloergometrías, espirometrías; revisión de exploraciones complementarias llevadas a cabo por otros profesionales, etc. Es decir, todo un conjunto de baterías o procedimientos de evaluación del ámbito competencial del fisioterapeuta.
La realidad es que los medios, recursos y acciones de este bloque pueden ser concurrentes, relacionados o vinculados a los del primero. Puedo observar antes o a la vez que la anamnesis, como puedo estudiar pruebas previamente o durante la consulta. Así , por poner un ejemplo fácilmente reconocible, ante un paciente con un esquince de tobillo podríamos explorar, interrogar y ver una radiografía casi al mismo tiempo.
3. Encuestas, cuestionarios, formularios.
Este bloque puede ser el más accesorio, engorroso, burocrático y complicado de entender por usuarios, estudiantes y profesionales. Nosotros lo reivindicamos desde una posición ventajosa, en la que el paciente viene derivado y con una predisposición a responder a nuestra petición, y en la que disponemos de tiempo para explicar el por qué y la propia encuesta. Por otra parte, la cumplimentación de formularios puede ser de gran ayuda para recolectar muchos datos que nos facilitan la entrevista (datos personales, valores antropométricos, antecedentes, tratamientos previos, hábitos de salud,…), con lo que el primer bloque que hemos descrito se vería facilitado anticipadamente. En nuestro proceder habitual los cuestionarios, una vez cumplimentados por el profesional, el usuario (formularios autoadministrados) o un familiar o cuidador, aportan una valor numérico a dimensiones como dolor, capacidad funcional, sensaciones, sentimientos, que supone un punto de partida o un hito sobre el que apoyarnos en las reevaluaciones. No pretendemos que tengan un peso determinante ni principal, sino que los consideramos como un pilar más, que puede o no correlacionar con las evaluaciones subjetivas u objetivas.
Cabe preguntarse qué bloque de los expuestos tiene más relieve en el conjunto de la evaluación. Para nosotros, sin duda el primero. La opinión, percepción, impresión, sensación o valoración, todas palabras de connotacion subjetiva, son lo más significativo. En ocasiones no haremos pruebas específicas ni pasaremos cuestionarios, pero en la gran mayoría de las ocasiones, exceptuando la inconsciencia del paciente, la entrevista más o menos elaborada es ineludible. Ahora bien, entendemos que cerrar el círculo, evaluar holísticamente, tratando de abarcar distintas dimensiones para tener una visión lo más completa posible del paciente y de su problema implica objetivar y medir.
Concluimos con un recordatorio. Todo lo hablado, visto o medido ha de ser escrito en la historia clínica. Porque lo que no está escrito no se ha hecho.