Una ruta inolvidable entre viñedos, playas doradas y la mejor gastronomía marinera

Publicado el 27 diciembre 2025 por Alvaro @lepetitshowroom

Si estás planeando unas vacaciones que combinen el relax de la costa con toques de aventura y sabores que te hagan salivar solo de recordarlos, no hay nada como sumergirte en el encanto de las rías gallegas, donde el mar se adentra en la tierra formando bahías protegidas que parecen brazos abiertos invitándote a explorar. Como experto en visitar las Rías Baixas, siempre recomiendo empezar por un recorrido que arranca en Vigo, la puerta sur con su puerto bullicioso donde los barcos descargan capturas frescas al amanecer, y desde allí dirigirse hacia el norte serpenteando por carreteras costeras que ofrecen vistas panorámicas de bateas flotantes, esas plataformas de madera donde se cultivan mejillones y ostras en aguas ricas en nutrientes que les dan un sabor carnoso y salino inigualable, y detallo cómo estas estructuras, ancladas en el fondo marino con cuerdas gruesas que permiten el crecimiento natural de los moluscos alimentados por el plancton que las corrientes atlánticas traen, forman parte del paisaje icónico que hace de esta zona un paraíso para fotógrafos y amantes de la naturaleza que pueden alquilar un kayak para remar entre ellas, sintiendo el chapoteo suave del agua y el grito de las gaviotas que planean en busca de sobras, convirtiendo el paseo en una experiencia sensorial que une el ejercicio ligero con la contemplación de un ecosistema productivo que sostiene la economía local desde hace generaciones.

La mini-ruta sugerida continúa hacia las Islas Cíes, un archipiélago protegido que se accede en ferry desde Vigo o Cangas, donde las playas de arena dorada como la de Rodas, con su forma de media luna y aguas cristalinas que van del turquesa al azul profundo dependiendo de la luz solar que filtra a través de nubes caprichosas, invitan a un día de desconexión total tumbado en la toalla escuchando el romper de olas suaves que traen conchas multicolores a la orilla, y amplío que estas islas, parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas, limitan el número de visitantes diarios para preservar su biodiversidad, con senderos que trepan por colinas cubiertas de pinos y helechos donde puedes avistar aves migratorias como cormoranes o águilas pescadoras que se lanzan en picado al mar para capturar peces, y una vez allí, no te pierdas un picnic con empanada gallega rellena de zamburiñas que has comprado en un mercado local antes de embarcar, saboreando la masa crujiente que envuelve el relleno jugoso mientras el sol calienta tu piel, haciendo de este destino un argumento convincente para elegir las Rías Baixas como el lugar vacacional más completo que combina relax playero con toques ecológicos que educan y entretienen.

Siguiendo la costa hacia el interior, la ruta se adentra en los viñedos del Albariño en la zona de O Rosal o Cambados, donde las parras trepan por emparrados altos que protegen las uvas del exceso de humedad, produciendo vinos blancos afrutados con notas cítricas y minerales que reflejan el terruño granítico de la región, y te sugiero visitar una bodega familiar donde el enólogo te guía por las viñas explicando cómo la brisa marina modera las temperaturas para una maduración lenta que intensifica los aromas, seguido de una cata donde pruebas variedades jóvenes con toques de manzana verde o envejecidas en barrica que ganan complejidad con matices de vainilla, maridándolos con quesos tetilla cremosos o pulpo a feira cocido en caldero de cobre y aliñado con pimentón picante que pica justo lo suficiente para realzar el frescor del vino, y esta inmersión en la cultura vinícola no solo deleita el paladar sino que conecta con la historia de familias que han cultivado estas cepas desde el siglo XII, haciendo que cada sorbo sea un viaje temporal que enriquece la experiencia vacacional.

No puedes saltarte una parada en Combarro, con sus hórreos elevados sobre pilares de piedra que guardan el maíz del humedad y las ratas, alineados a lo largo de la ría como centinelas ancestrales que fotogénicamente se reflejan en el agua durante la marea baja, y desde allí, un corto trayecto te lleva a playas como la de A Lanzada, una extensión larga de arena fina flanqueada por dunas cubiertas de hierba salina donde el viento atlántico invita a kitesurf o simplemente a caminar descalzo sintiendo la textura granulosa bajo los pies mientras recoges conchas espirales que el mar deposita como tesoros olvidados, y para el atardecer, recomiendo un restaurante en Sanxenxo donde el marisco fresco, como percebes recolectados esa mañana en acantilados rocosos por mariscadores que desafían las olas con redes y ganchos, se sirve cocido al vapor con laurel para preservar su sabor yodado, acompañado de empanadas de vieiras gratinadas que crujen al morder y liberan un jugo cremoso que se mezcla perfectamente con un albariño frío que enfría la garganta.

La ruta culmina en Pontevedra, con su casco histórico de calles peatonales donde plazas como la de la Leña invitan a sentarse en terrazas para probar tapas de raxo adobado, trozos de lomo de cerdo marinados en ajo y vino blanco que se fríen hasta dorarse y se sirven con patatas cachelos hervidas en agua salada para absorber sabores, y mientras paseas por puentes medievales sobre el Lérez, reflexionas sobre cómo esta combinación de paisajes marinos con viñedos ondulantes y gastronomía basada en productos del mar y la tierra hace de las Rías Baixas un destino que satisface todos los sentidos sin necesidad de vuelos largos o multitudes agobiantes.

Al recorrer estos rincones, cada visitante se lleva no solo fotos espectaculares sino recuerdos palatables que perduran, como el eco de las olas en las bateas o el bouquet de un albariño bien catado, confirmando por qué esta zona es el epítome de unas vacaciones equilibradas y memorables.