Hace tiempo dediqué una entrada de este blog a una obra arquitectónica que me parece muy interesante y que está cargada de un alto contenido simbólico. Creo que es un acierto, y además está perfectamente "ensamblada" en el lugar y genera una imagen urbana muy atractiva. Al menos a mí me lo parece, y así lo conté con la verborrea que me caracteriza.
Hoy, bastante tiempo después, me entra el siguiente comentario a aquella entrada: "Una tomadura de pelo". Punto pelota. Ya está. No hay más que hablar. Chimpún.
Resulta que yo estoy blablablá, consumiendo cientos de palabras (casi casi mil) en mi exposición y un lector me calla la boca con apenas cuatro(1). Estuve escribiendo durante dos o tres buenos ratos y lo primero que he pensado es que merecía una contraexposición o algo así; un razonamiento, un argumento. Pero luego me he dado cuenta de que "una tomadura de pelo" queda bastante claro. A otros que me han dicho "qué bueno" o "me ha gustado mucho" no les pido que justifiquen su opinión. Pues entonces a "una tomadura de pelo" tampoco. Tiene el mismo derecho.
Por mi parte, de lo que estoy completamente seguro es de que -según dije entonces- esa obra arquitectónica podrá ser muchas cosas, pero desde luego no es una tomadura de pelo. Alguien podría criticar si el autor no acertó, o si es torpe o malo, pero no que no se haya tomado en serio ese proyecto y lo haya cargado de intenciones y metáforas. (Y repito que a mí además me parece muy bueno).
Pero no quiero insistir en ello. Ya lo conté en su día. Lo que hoy me da este comentario no es un motivo para quejarme de él (que también, porque siempre te desarma que a tu entusiasmo contesten con un lacónico "una tomadura de pelo"), sino más bien para darle una vueltecita al hecho de escribir y comentar, al derecho a escribir y comentar y a lo que hacemos con ese derecho.
Todo el mundo tiene derecho a criticarlo todo sin cortarse, pero es una obra de la que estuve escribiendo un buen rato y creo que la libertad de crítica exige también una responsabilidad. Es decir: puedo ir por el camino equivocado, puedo ser medio tonto y no tener más desarrollo que la cadena de un triciclo, pero en la medida que me dan mi entendimiento y mis dotes de observación juego enseñando mis cartas. No tengo derecho a exigirle nada a nadie, pero sí que me gustaría que quienes me desautorizan enseñaran las suyas.
Ese laconismo, además, me da envidia. Qué claro lo tiene. Qué seguridad. Qué nulo temor a estar equivocado: "Una tomadura de pelo". Asunto resuelto. A otra cosa. Yo suelo dudar. Habréis visto que a menudo digo "sí pero no", "no pero sí", "no estoy seguro, pero me parece" y cosas parecidas. (Vale: tengo dos o tres certezas con las que sí me explayo).
He conocido gente que dice eso mismo del arte abstracto, del arte conceptual y de cualquier cosa que se salga de lo habitual, de lo controlado, de lo que no le preocupa; y lo dice con mucha energía. Pero siempre es gente a la que el arte no le importa especialmente, sino que lo que le importa es un cierto status quo y un conservadurismo cultural nostálgico de quién sabe qué. Para esa gente Las Meninas son un perro, un pintor, una infanta... todo ello elementos perfectamente inventariables y que no le suponen ninguna complicación. Si alguien les hablara de verdad de Las Meninas les pondría la cabeza como un bombo y ese discurso, fuese el que fuese, les parecería "una tomadura de pelo" porque se iría por los cerros de Úbeda y les distraería de su sencilla pretensión de tener un sucedáneo kitsch, rápido y no problemático de fruición estética.
Esta gente, que está llamada a dominar el mundo por derecho propio, sabe perfectamente que dos y dos son cuatro, que de ellos no se ríe nadie y que en todo caso las metáforas son propias de poetas preferentemente tuberculosos y no de arquitectos que tienen la pretensión de construir algo, "una tomadura de pelo", que les va a incomodar cada día cuando pasen a su lado. Es gente que lo tiene tan claro que cuando algo no se adapta a sus pre-juicios no puede ser otra cosa que una burla.
Mientras tanto, los tontos, los ingenuos, los que aún abrimos la boca varias veces al día con gesto de sorpresa, somos fácil carne de cañón y estamos siempre expuestos a que nos tomen el pelo con tal de disfrutar de mil y una metáforas, chistes tontos, alegrías vanas, risas absurdas y descubrimientos fantásticos.
Yo sí soy tonto. A mí sí me toman el pelo. Constantemente. Afortunadamente.
_____________________(1).- No, no busquéis este comentario en la columna de los más recientes que tenéis a la derecha. Por razones un tanto desagradables hace tiempo que habilité la función de moderarlos y aprobarlos previamente, y he rechazado este. Digo más adelante que tiene todo el derecho a criticar lo que le parezca, pero que se lo curre como me lo curro yo, y, aún mejor, que escriba su opinión en su blog y la intente defender, que no seré yo quien vaya allí a soltar un latigazo certero ni cosa parecida.