Este mes que termina, Medellín rindió su homenaje anual al grande de los grandes de la música latinoamericana Carlos Gardel; en continuación con "Museo de la Calle" nosotros mostramos nuestra admiración a este gran cantante, que al morir en esta tierra nos dejó un gran legado para nuestra sociedad, un legado llamado TANGO.
Nadie sabe donde nací. Unos dicen que en Uruguay, otros que en Francia, los ignorantes dirán que en Argentina que, aunque la tengo en el corazón, no nací en ella, simplemente es el país en que pasé mi infancia y juventud.Todo se acabó ese día. Ese día que aún llevo marcado en la piel y guardado en mi memoria. Sí, fue el 24 de junio de 1935, algunos pueden recordarlo como la fecha en que un accidente acabó con el Rey del Tango, así me llamaban muchos. Llegaba a Colombia, a la capital antioqueña. Venía desde Buenos Aires y de repente… ¡pufff! el avión voló en pedazos.Desde aquel día, Medellín tuvo un cambio cultural importante. El tango, ese género musical por el que viví y morí tantas veces, se tomó el alma de los amantes de este tipo de música y de las letras y canciones que habían conquistado el corazón de Latinoamérica.Bueno, en realidad eso no fue lo que me pasó a mí, eso fue lo que le pasó a Gardel, el verdadero. Yo, solo soy una simple estatua ubicada en el aeropuerto Olaya Herrera en honor a este cantante.Al parecer estoy hecho de bronce y sin saber por qué, estoy destinado a tener la boca abierta. Tengo una guitarra en los brazos simulando tocar –porque yo ni sé hacer sonar una cuerda- mientras que detrás de mí, dos bailarines están en una danza estática interminable. La nena de vestido largo y el pibe de cachaco, ambos bailando “Volvercon la frente marchitalas nieves del tiempo platearon mi sien” y “Por una cabezasi ella me olvidaqué importa perderme,mil veces la vidapara que vivir”. Sonetos que suenan y resuenan en mi cabeza, en la de los amantes, en la de los románticos y de los nostálgicos de esa música denominada simplemente como tango.
Características de la estatua.Material: BronceAutor: Salvador Arango