En un principio, las adquirimos para una amiga que las quería en color caoba. "-Sin problema", le dijimos, "las lijamos y las teñimos de ese color". "¡Que os lo habéis creído!" debieron de confabular las dos peanas por lo "bajini"... Lijamos y lijamos, sin conseguir jamás llegar a la madera natural; un interminable polvillo de color rojo nos cubría y lo cubría todo.
"¿Y si probamos con alcohol?" ¡Dicho y hecho!
Pero nada, oye, ni volviéndolas a lijar después, conseguimos nuestro propósito. Así que no nos quedó más remedio que decirle a nuestra amiga que se olvidara del color caoba y de las peanas, claro, pues había que pintarlas, sí o sí, y ella las quería teñidas.
Temiéndonos lo que nos temíamos, optamos por una mano de imprimación previa. ¡Ja! Estas dos estaban dispuestas a seguir en pie de guerra, sangra que te sangra sin parar... En esta foto ya llevaban dos manos de todoterreno blanco.
Así que nos pasamos a la gris.
Tras otras dos manos de imprimación en este color (y ya van cuatro), conseguimos, por fin, vencer al enemigo... Y ahora, pintura a la tiza blanca, dos capas....
Nuestra sorpresa fue que, al dar el blanco..., ¡de nuevo salía a la luz el rojizo barniz! Pero, esta vez (a Dios gracias...), sólo en la parte decorada de nuestras peanas. Solución: daríamos otro color a esa zona para matizar y dar un aire original al conjunto. Y elegimos el gris (de gris y blanco íbamos a acabar hasta el mismísimo moño, pero era la mejor opción).
Una buena mano de lija en esa zona conseguiría aunar el efecto. Barniz y cera para rematar y... ¡este es el resultado!
Como no os guste, os tiramos las peanas a la cabeza, ¡eh! Así que cuidadito con lo que decís, jeje.
Con este trabajo, que finalmente no resultó tan frugal como nos había parecido, nos vamos a casa de Marcela Cavaglieri a ver si nos relajamos un rato después de tanto contratiempo. ¿Nos acompañáis?