Los indicios y avisos de que la situación económica tendría traducción en la universidad pública española vienen de lejos. El profesorado, en su condición de empleado público, los demás trabajadores y los alumnos habrán notado como la crisis impregnaba su quehacer diario. Serán muchos los aspectos y tareas afectados pero aquí queremos reflejar nuestra sorpresa ante el importantísimo aumento del precio de estudiar.
Universitarios y aspirantes a serlo y sus familias han encontrado un motivo más de enojo y desaliento. Nos llegan noticias el aumento de los precios del crédito de las titulaciones de grado universitarias en una universidad pública. Y, suponemos,este aumento será generalizable al resto de universidades. En esto tiempos de recortes, reasignaciones, miramientos, el incremento de los costes para el receptor de un servicio o producto causa mucho daño, más si se acompaña de la disminución de salarios y ayudas. Nada sorprendente. Lo que sí es una sorpresa es el espectacular crecimiento del coste de estudiar. Pongamos algunos ejemplos. El crédito de carreras como Medicina o Fisioterapia pasa en primera matrícula de 18,09 euros a 27,14 euros (50% más). En tercera matrícula el precio pasa de 30,75 euros a 94,75 euros (un 208 % más). En el caso de la segunda matrícula el incremento es del 123 %.
Caben argumentos superficiales como que el erario público no debe sufragar los gastos procedentes de la financiación a los malos estudiantes. Y más en los tiempos que corren donde sería ofensivo detraer fondos de otros menesteres más acuciantes o productivos. Sin embargo se pueden contraponer otras razones que hagan replantearse aquellos argumentos. Para empezar, la brutal subida de tasas impide el margen de maniobra para adaptarse a ella a muchos alumnos. Seguimos con que los motivos para que gran cantidad de ellos hayan necesitado más de una, dos o tres convocatorias en una asignatura no son la haraganería, vangancia o pereza. Y también decimos que el hecho de precisar más de una matriculación puede provenir de la organización que han previsto muchos estudiantes en determinadas asignaturas que incluyen práctica y teoría.
El resultado para los que ya estaban estudiando es que su capacidad económica para seguir haciéndolo se ve comprometida hasta el punto de que pueden verse obligados a abandonar sus carreras. En otros casos podrán estudiar agobiando aún más las economías familiares de padres, y seguramente de muchos abuelos (eso “con suerte”). No siendo corto de miras, uno puede pensar que se está obstaculizando que estos estudiantes, pese a lo que pueda pensarse de manera frívola, lleguen a ser en el futuro excelentes profesionales. El que necesiten de alguna o algunas oportunidades adicionales para superar asignaturas, lo hemos dicho, puede tener su causa en motivos distintos a su incompetencia como estudiantes. Y, en todo caso, hacer depender la adjudicación de becas primordialmente del expediente supone, a nuestro juicio, un retroceso social que conlleva la pérdida de un potencial intelectual que bien puede colaborar en propiciar un modelo de desarrollo que beneficie a la mayoría.
Pero no olvidemos el primer dato. El del incremento de la primera matrícula en un 50 %. Este afecta a todos, “bueno” y “malos”, y, unido a los recortes presupuestarios, condicionará de manera incuestionable el acceso a enseñanzas superiores. Recordamos, no podemos evitarlo, aquellos comentarios de los más vetustos que incluían expresiones como “no pudimos darles estudios”. Y también a aquel paciente que allá por 1972 perdió su trabajo por manifestarse en contra del retiro de las becas a quien suspendiera en segunda ocasión.
Para finalizar, sin partidismo, pero con el convencimiento de que el Estado (y demás Administraciones) debe facilitar el estudio a todo aquel interesado y capaz, y seguros de que el apoyo a ello no debe supeditarse preferentemente a las notas, creemos que los incrementos de tasas pueden jugar un papel pernicioso para el progreso de cualquier país. Esto obstaculiza la continuidad de la formación y obvia que el hecho de que el profesional competente, o incluso excelente, puede no ser el de mejor expediente académico.