Será en 1920 cuando se comiencen a emitir programas de entretenimiento radiados. Cumpliendo en breve este poderoso medio casi un siglo. Durante este tiempo su singladura ha sido dispar. Pasando de una gran época de esplendor, gracias al uso continuado que se hizo de la radio como herramienta de propaganda política, hasta desembocar en una etapa incierta dominada por la cultura de la imagen.
Y es que la propaganda moderna emerge en 1917, tras el triunfo de la revolución bolchevique, pretendiendo controlar a través de ella al pueblo. Estela que seguirá en su máxima expresión Hitler. Así el dictador en su obra “Mi lucha”, que oscila entre la autobiografía y la exaltación de su particular concepción del nacionalsocialismo, manifestará: “(…) la actividad de la propaganda me había interesado siempre en grado extraordinario. Veía en ella un instrumento que justamente las organizaciones marxistas y socialistas dominaban y empleaban con maestría. Pronto debí darme cuenta de que la conveniente aplicación del recurso de la propaganda constituía realmente un arte, casi desconocido para los partidos burgueses de entonces. (…)” En el Congreso de Nuremberg en 1936 añadirá: “La propaganda nos ha conducido hacia el poder; la propaganda nos ha permitido después conservar el poder; la propaganda nos dará la posibilidad de conquistar el mundo.” Claro que de nada vale la propaganda si no se acompaña de resultados, en este caso en el campo de batalla. Más allá de las valoraciones éticas o morales.
Propaganda que se apoyó fuertemente en la radio. Canal por el que llegaba a los hogares alemanes, al estallar la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de la información desvirtuada por los nazis. Buscando manipular la conducta de la población y su adhesión incondicional al régimen. Destacando aquello que les interesaba y ocultando el resto, lanzado rumores, agitando a la masa.
Y es que la radio, como vehículo de información, tiene unas características propias, que la asemejan enormemente a la propaganda política. Las cuales se han de tener muy presentes a la hora de sacarle su máximo partido. Es típica la redundacia, de tal forma que el mensaje quede fijado en la mente del receptor. Recalcando constantemente los planteamientos principales, evitándole al oyente todo esfuerzo innecesario. Por otro lado la comunicación ha de ser clara y sencilla. Empleando un lenguaje coloquial, de frases cortas y sumamente entendible, salpicado por un vocabulario para el público conocido.
Siendo los componentes del lenguaje radiofónico: la voz, música, efectos sonoros, silencio. A través de los cuales se debe recrear un contexto persuasivo y sugerente, al objeto de captar nuestra atención y movilizar nuestra mente. Haciendo que la información sea creíble y estableciendo una corriente de empatía con la audiencia. De modo que el que esté detrás del transistor estime que es a él exclusivamente a quien se dirige el locutor.
La herramienta mayormente usada es la voz, por lo que se han de saber modular sus principales rasgos: el tono, el timbre y el ritmo. Según el tono por el que nos decantemos transmitiremos luminosidad u oscuridad, alegría o tristeza. El timbre ha de ser armónico y el ritmo en ningún caso monótono, so pena de aburrir a los radioyentes. Acompañado de una vocalización perfecta y de la mayor de las naturalidades y frescura.
La música cumple funciones: descriptivo-ubicativa, trasladándonos mentalmente al lugar descrito; y expresivas, apelando a nuestras sensaciones y emociones. Bien empleada hará que grabemos los recuerdos en virtud de la melodía. O efectos sonoros mediante los cuales describimos determinadas palabras. Sin olvidarnos de los imprescindibles silencios.
Todo un arte que gracias a las nuevas tecnologías nos abre un mundo plagado de infinitas posibilidades. Un canal adecuado para aquellos que aspiren a comunicar sus ideas políticas a la sociedad, el cual jamás deberán rehusar.