Si un nombre fue una constante durante todo nuestro viaje por tierras Uzbecas, sin duda fue el de Tamerlán, el gran héroe nacional. Así que visitar Shakhrisabz, su ciudad natal era un imprescindible en nuestra ruta.
Nos levantamos en Samarcanda con un intenso día por delante, aunque antes de perdernos por la carretera hicimos una primera parada en el Mausoleo Gur-e Amir que significa en Persa "Tumba del Rey".
Este mausoleo se le considera el precursor de los grandes complejos funerarios como el Taj Mahal y el Humayun y en él se encuentra enterrado el propio Tamerlán y varios miembros de su familia incluyendo su nieto Ulugh Beg, quien decidió que esta sería la cripta familiar de la Dinastía timúrida.
A pesar de la inmensidad del lugar, lo más destacable de ese día para mi fue otra cosa y es ¿Qué es lo peor que te puede pasar cuando estás de viaje, en un país desconocido y a miles de kilómetros de casa? Pues sí, caer enferma y eso es lo que me pasó en Samarcanda a los 3 días de estar en Uzbekistán. Digamos que mi estómago se levantó sin ganas de retener nada y estuve pálida como una hoja de papel durante un par de días, mientras hacia el tour de los WCs del país y mis inseparables amigos eran el suero oral y las pastillitas mágicas. Nunca salgáis de viaje sin un botiquín básico 😉
Después de tanto tiempo, recuerdas un par de días muy malos y una anécdota para explicar, sobre todo en esos momentos en que estaba sentada en la sala principal del Mausoleo con la mirada perdida en las tumbas y los mosaicos, mientras un sudor frío me envolvía y de lejos oía al incansable Arnold (nuestro guía), explicarnos la magnificencia del lugar que estábamos pisando. Imagino que por mi fascinación por las películas de Indiana Jones, recuerdo la leyenda que rodea la apertura de la tumba de Tamerlán en 1941. Se dice que hicieron caso omiso a la inscripción que advertía que si se profanaba su tumba, una invasión por un enemigo más terrible que él sucedería. Al día siguiente, Hitler invadió la Unión Soviética. Coincidencia o maldición...
Continuamos nuestra ruta hacia Sharkhisab, una localidad a 90km de Samarcanda y el lugar de nacimiento de Tamerlán. Aunque por el camino paramos a visitar a una familia que se dedicaba a tejer alfombras de seda. Nos invitaron a té, charlamos con ellos, visitamos su casa y su taller y nos explicaron su día a día con la esperanza de que algunos de nosotros soltase la billetera y comprase alguna cosita. Aunque yo disfruté mucho más haciéndoles fotitos.
Curiosamente encontramos a todas las mujeres de la familia tejiendo mientras los hombres dormitaban a la sombra y los niños jugaban felizmente a su aire. De fondo, transitaban tractores engullidos por la propia mercancía que transportaban.
Finalmente y bajo un sol abrasador llegamos a Sharkhisab donde se encuentra el Palacio Ak Saray, lo que una vez fue el Palacio de Verano de Tamerlán y del que apenas quedan unos pocos muros, aunque no deja de ser un punto de atracción turística donde te acosan los vendedores ambulantes, un clásico vamos.
Delante de las ruinas del Palacio se encuentra una imponente estatua de Tamerlán objeto de una fotografía muy típica, al encuadrar las ruinas con su imagen.
A menos de 5 minutos encontramos un parque de atracciones de estilo soviético que parecía totalmente anclado en el tiempo. Como si de una procesión se tratara, los uzbecos acudían con sus mejores galas de colores a matar el tiempo bajo un sofocante calor.
Nunca me canso de pasear por los mercados asiáticos, así que cuando nos topamos con el Mercado de Sharkhisab, no pudimos evitar perdernos entre su bullicio que a esa hora de la tarde, era sorprendentemente ajetreado. Evidentemente, llamábamos la atención hasta tal punto que no sé quien tenia más curiosidad, si ellos o nosotros.
El Barça y Mesi traspasan fronteras 😉
A partir de aquí emprendimos nuestro largo camino de regreso a Samarcanda, al día siguiente dejaríamos la ciudad para dormir en un campamento de yurtas en medio Desierto de Kyzyl Kum