Una de las maravillas humanas es la inexplicable capacidad de crear arte sin una fórmula fija, sin un algoritmo digital que se pueda replicar, ni siquiera por el mismo autor. Ayer salía a dar una vuelta por el campo, y en un anuncio radiofónico usaban la música de Space Oddity (1969) de David Bowie. La noche caía lentamente y me dejó un cielo lleno de estrellas tras muchos días de lluvia. Mientras caminaba me puse la canción con la letra, ya que algunas partes se me escapaban, y tuve una revelación. La estructura musical de la pieza siempre me pareció una especie de monstruo de Frankenstein, tomando partes inconexas y juntándolas a un cuerpo inerte para darlo vida, pero la canción iba mucho más allá, ya que desde el principio, como en el momento histórico que nos ha tocado vivir, prevemos el desastre en la primera estrofa, incluso amplificado por una sutil cuenta atrás. En cierto modo el viaje del Major Tom es una tragedia griega, en la que el héroe saborea las mieles del triunfo, la fama, pagando luego con su vida el rozar lo que solo está permitido a los dioses.
A veces pienso que Major Tom es la comunicación en el mundo del vino, y nosotros, algunos de los que predicamos en el desierto, somos como ese Ground Control (Control de Misión) que avisa de los fallos técnicos (Can you hear me, Major Tom?…) aunque ya no podamos evitar la tragedia de ver esa comunicación del vino perdida, mal encauzada, flotando en el espacio exterior, quizás musitando lo de “Planet Earth is blue …and there’s nothing I can do”.
La mejor canción en el mejor momento, justo ese en el que un avión dejaba su estela silenciosa sobre mí. Quizás fuera la nave del Major Tom, que sigue girando en órbita alrededor de la Luna. La letra viaja mucho por mi cabeza últimamente, como un mantra inacabado o un indescifrable arcano. A veces gozamos del éxito y el reconocimiento, la vana gloria, y en otras estamos en esa nave espacial de hojalata, donde cualquier fallo nos lleva al desastre y la perdición. Es ley de vida, y por ello existen los clásicos, porque sus naves son indestructibles, sus motores sólidos y su autonomía infinita, como lo es esta canción de Bowie, y este vino ribereño que hoy os traigo.
“And I’m floating in a most peculiar way
And the stars look very different today”
El Valsotillo Crianza 2011 está elaborado por la Bodega Ismael Arroyo desde Sotillo de la Ribera, y pertenece a la D.O. Ribera del Duero. En muchas entradas anteriores os he contado cosas de esta bodega familiar, aquí os dejo el enlace para repasarlas. Así que paso a hablaros directamente de este vino. Está elaborado con uva tempranillo vendimiada a mano de viñas plantadas en vaso, procedente de sus 25 hectáreas de viñedo propio, más uva de pequeños viticultores locales. Estos viñedos rondan fácilmente los 900 m de altura, siendo muchos de ellos de los más altos de la DO. El vino tiene en esta añada una crianza en barrica francesa y americana de 14 meses, descansando en su espectacular bodega subterránea del S. XVI, que os recomiendo visitar. Presenta un color rojo picota de capa alta, ribete grana en trámite de atejarse, lágrima densa y persistente para un grado alcohólico de 14,5º. Suave nariz, fruta roja madura, punto compotado, apenas rastro ya de la madera. Buena entrada en boca, cremoso, graso y goloso, fruta roja madura, buena acidez aún, cuerpo medio, elegante, con un final que sí nos lleva recuerdos de la barrica. Un clásico que nunca cansa. Como siempre un vino muy fiable, llevaba 6 años en mi vinoteca, y con los confinamientos del COVID, hubo que rescatarlo, un vino que sin duda haría feliz al Major Tom, una vez perdido para siempre el contacto con La Tierra.
R.
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