Vancouver, una ciudad para disfrutar de la vida

Publicado el 28 agosto 2010 por Joaquim

Dicen que en Vancouver llueve 300 días al año, que sus inviernos duran ocho o nueve meses y que en pleno verano es imposible bañarse en sus aguas debido a la corriente ártica que pasa junto a la costa. También dicen que como toda la costa del Pacífico de América del Norte, Vancouver está esperando para cualquier día de éstos un terremoto como el que se tragó a San Francisco hace un siglo; ese día las innumerables cristaleras que recubren sus edificios volarán en pedacitos como metralla, con las consecuencias que son previsibles.
Y sin embargo es difícil que alguien que haya pasado unos días en Vancouver quiera marcharse de allí o no piense en volver algún día. Sus inmensos parques, sus calles tranquilas, su gente amable, sus estupendos restaurantes, sus tiendas llenas de buen gusto, los hoteles señoriales... Hay mucha más sangre mediterránea latiendo en el "Vancouver way of life" que en la mayoría de poblaciones de la costa levantina española. Ver Vancouver en verano, con el termómetro acercándose a los 30 grados al sol, es una maravilla. Disfrutar por la mañana de Stanley Park y las Marinas bulliciosas de gente, comer en el Downtown (pescado y marisco son deliciosos; prueben los excelentes vinos de la Columbia Británica), pasear por la tarde por las calles arboladas de Gastown flanqueadas por edificios de dos o tres alturas, los más antiguos de la ciudad, tomar una copa por la noche en el bar del Vancouver Hotel... vivir. Vancouver es una ciudad tranquila y que invita a recorrerla a pie calmosamente, sin prisas de ninguna clase.
El oeste de Canadá es un país que todavía se está haciendo. En las calles de Vancouver se ven rostros de gentes llegadas desde todos los rincones del mundo: a los escoceses, galeses e irlandeses establecidos en el siglo XIX se han ido sumando chinos (un tercio de los habitantes de Vancouver es de origen chino), europeos del este y del sur, latinoamericanos (cada vez más mexicanos), algunos árabes. En un barrio de las afueras, junto a la autopista que recorre la costa, viven los indios capilano, a los que una sentencia judicial de hace pocos años reconoció la propiedad sobre la tierra en la que se levanta la ciudad, lo que a cada familia capilano le reporta 50.000 dólares anuales que les abona el gobierno canadiense en concepto de usufructo. Es el propio Gobierno federal quien está impulsando la recuperación acelerada de las señas de identidad de las First Nations (las tribus indias) y de los diferentes grupos nacionales emigrados a Canadá, con tres únicas condiciones: hacer suyo el idioma inglés, respetar la bandera federal y pagar los impuestos establecidos (aunque los indios no pagan impuestos en Canadá).
El primer edificio de Vancouver fue una taberna, levantada en un rincón de lo que ahora es el barrio de Gastown. A principios del XIX un tipo llegó en una barca llevando unos barriles de whisky, y de inmediato alrededor del pequeño negocio que fundó empezaron a arremolinarse leñadores, tramperos y otras gentes, que levantaron sus cabañas en las cercanías del bar-vivienda del avispado comerciante. Quizá por ese origen poco convencional le quedó a esta ciudad para siempre la condición de lugar donde es posible disfrutar de la vida mientras se pueda, antes de que la falla del Pacífico se lleve por delante la amabilidad de vivir y otras cosas de parecida importancia.
En la fotografía, la Marina de Granville Island, frente al skyline del Downtown de Vancouver.