Igual no ha sido mi mejor verano. A lo mejor la culpa la he tenido yo, que no he sabido ver lo bueno de todo lo que me rodeaba y me centraba en lo que no andaba bien. Puede ser que cada rechazo fuera compensado por tres abrazos y paseos por lugares especiales, pero no lo supe ver. Y aún así, creo que es una de los veranos mas necesarios de mi vida, uno de esos que te llevan abajo del todo para, al final, dejar caer una cuerda y decirte “¿sabes quién te metió aquí? Fuiste tu misma, así que ¿a qué esperas para salir?”
Y he cogido la cuerda y aquí estoy, de nuevo, recordando solo los momentos buenos: el último día de la biblioteca del Campo de San Francisco y esa avalancha de abrazos y palabras bonitas; las tardes de rummy en familia; la Despedida de Silvia en Figueira; y luego una boda bonita y sentida; ver atardecer al lado de Andrés en El Algarve; los paseos en bici con mi prima y las sesiones de fotos nada “random”; merendar en Fuentelateja, como todos los años; salir con la bici por los mismos caminos y acabar descubriendo alguno nuevo; mi disfraz de criada, más elaborado que la primera vez; ver crecer a mi gato después de pensar que se nos iba, y recuperarlo; cenar en el Rivas; y ayer mismo, notar el cariño de tanta gente bonita que me quiere, y también está a mi lado: María, Carmen, Soraya en la distancia, mis padres, Cruci, Rosa, Andrés; pero el mejor momento… shhhhh, no se lo digáis a nadie… el mejor momento fue un baile improvisado a la puerta de la peña, mientras empezaba a llover, cuando comenzó a sonar una bachata y nos dio igual la lluvia y que fuera Domingo y que hubieran pasado tantas cosas… Ese fue, sin duda, el mejor momento de mi verano.