Viaje al corazón del exterminio EL VIAJE
El 27 de enero de 1945, el campo de concentración de Auschwitz fue liberado. La fecha, de la que este año se cumplen 65 años, sirve para recordar a las víctimas del Holocausto. Como homenaje, ELMUNDO.es recorre los lugares olvidados, entra en el corazón del exterminio judío en Polonia.
El 20 de enero de 1942, en una mansión de las afueras de Berlín, en la calle Wannsee, se reúnen jefes de la Gestapo, las SS, técnicos de los ministerios de Interior, Justicia, Relaciones Exteriores, del Partido y otros organismos del Reich alemán. Su objetivo: coordinar las distintas operaciones de exterminio masivo de población judía que se estaban llevando a cabo desde el verano anterior. El 8 de diciembre —un día antes de la fecha inicialmente prevista para la reunión, aplazada probablemente, según varios autores, por la entrada de EEUU en la guerra— había comenzado a funcionar el primer centro de administración de la muerte en la localidad de Chelmno.
TODO HA SIDO BORRADO
Viajamos a los lugares olvidados, al corazón del exterminio judío en Polonia, con la certeza de que nada veremos, de que las pruebas han sido borradas, y de que no encontraremos sino lo que llevamos en nuestra memoria y en las notas arrugadas de nuestra biblioteca, donde todo tiene sentido, donde podemos acercarnos a la totalidad del relato, donde todo es real y poliédrico, donde hay personajes, parajes, arquitecturas concretas descritas minuciosamente por los supervivientes y de las que nada queda ahora. Todo ha sido borrado. El Holocausto sólo es posible en el ámbito de lo literario, incluso, para aquellos que estuvieron condenados de antemano a la aniquilación y lograron escapar. «Yo mismo me vi obligado a escribir en mi Diario de la Galera», reconoce Imre Kertész, «que el campo de concentración sólo es imaginable como literatura, no como realidad». Pero ¿es acaso el del Holocausto un relato mitológico, que juega el papel de advertir e instruir, de prevenir de los peligros que encierra el alma humana? Hay quienes reivindican la memoria porque creen que el hombre aprende de los errores cometidos («Nunca jamás», dicen). No es nuestro caso. Emprendemos este viaje por los campos de la muerte con la certeza de que el Holocausto sienta un precedente que se ha convertido en la tentación inconsciente de las sociedades contemporáneas. Ninguna esperanza de redención de la Humanidad nos mueve. Sólo la de comprender, la de reconocer, la de la obsesión por la cronología y la descripción minuciosa de lo acontecido, paso a paso: la identificación, la exclusión, la expropiación, la segregación y el gueto, el viaje, la cosificación, la muerte, el fuego, las cenizas sobre los campos o en las aguas del río. «La humana», escribe Gabriel Albiac, «es una especie predadora. Las barreras con que buscamos acotar el esencial automatismo sanguinario de la especie están siempre bajo asedio, son siempre líneas de defensa vulnerables. No hay territorio de civilización que haya sido conquistado para siempre». Sabemos que si ha ocurrido en el corazón de nuestra cultura, en la nación que mejor representaba la culminación del espíritu ilustrado en la Europa de entreguerras (y de ahí su singularidad frente a los otros genocidios del siglo) volverá a ocurrir porque «fueron hombres quienes a otros hombres hicieron esto», como recuerda Zofia Nałkowska. No eran monstruos, eran ciudadanos libres. No fueron sólo los dirigentes nacionalsocilistas quienes perpetraron el Holocausto. Fue, como deja constancia el libro de Goldhagen, Alemania entera. El Ser Humano, con mayúsculas, escribe Kertész, «no puede salir intacto de Auschwitz».
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