Un cerebro real (apenas 1.400 gramos) que da mucho que pensar. Se lo han traído de Granada, del Parque de las Ciencias, convenientemente “plastinizado” para que los visitantes de “Brain: the inside story” puedan examinarlo durante ocho meses, insuficientes para descifrar sus secretos.
El tiempo apremia en Nueva York, y nadie ha sabido captar mejor ese ritmo trepidante que el madrileño Daniel Canogar, con una instalación llamada “Paisaje Sináptico” y que es un viaje electrizante al fondo del cerebro... “Porque los seres humanos somos grandes conductores de electricidad, y nuestra mente en el fondo es un gran torbellino de actividad neuronal”.
Más de 400 kilos de cables reciclados ha desplegado Canogar en el túnel de entrada a la exposición del Museo de Historia Natural de Nueva York, donde el visitante avanza en total oscuridad y guiado por los chispazos de luz que son el “fuego” interior de nuestro propio cerebro.
El museo neyorquino ha querido entrablar un diálogo inusitado entre ciencia y arte, con marcado acento español. Canogar ha contribudo con una seguna instalación: un “tornado eléctrico” con hilo de cobre que intenta reflejar la pasmosa velocidad con la que el cerebro de un feto produce las neuronas, a razón de 250.000 por minuto.
Esa sensación chispeante será la que nos llevemos al final después de una triple y apasionante inmersión -el cerebro que “siente”, el cerebro que “piensa”, el cerebro que se “emociona”- rematada por la asombrosa dimensión “cambiante” de nuestro órgano primordial (con mención de honor para Nadal, “el tenista diestro que entrenó su cuerpo y su mente para jugar mejor que nadie con la izquierda”).
Rafa Nadal y el monje budista Thich Nhat Hanh (el poder de la meditación para mejorar las capacidades mentales) tienden el puente inquietante al “Cerebro del siglo XXI”, donde la neurociencia está cada vez más cerca de la ciencia-ficción…
“Supongamos que los investigadores crean un hipocampo artificial que permita restaurar la memoria en pacientes que hayan sufrido parálisis cerebral. ¿Qué pasaría si la gente usara esa misma técnica para lograr una “supermemoria”? ¿Qué ocurriría si unos países la aprobaran y otros la prohibieran? ¿Qué ocurriría con quienes no pudieran tener acceso a esa tecnología y se quedaran atrás?”
“El cerebro: la historia interior” nos sumerge en un mundo, no muy lejano, en el que los “refuerzos” cerebrales crearán un debate ético, en el que las píldoras de la “inteligencia” y de la “creatividad” se venderán en las farmacias, en el que los implantes electrónicos y la simulación magnética trascraneal se usarán para combatir desde la depresión a las adicciones, en el que diálogo cerebro-ordenador será directo y fluido, en el que las computadoras acabarán replicando la desbordante capacidad de nuestras neuronas…
La mesa de las neuronas, por cierto, es una de las instalaciones predilectas del público. Los visitantes ponen las manos sobre el cristal, y la mesa replica la imagen como si fueran neuronas, ávidas por hacer conexión… “El número de neuronas en el cerebro supera los 100.000 millones, con más de 100 billones de conexiones”, explica Heléne Alonso, directora de instalaciones interactivas del museo. “La sinapsis o unión intercelular es un proceso asombroso. Gran parte de lo que somos se lo debemos a estas descargas química y eléctricas”.
En la parte “sensorial” de la exposición, la artista Devorah Sperber descompone obras como la Mona Lisa y reta a los visitantes a resolver sus inquietantes “puzzles” visuales. En la escultura “El Homunculo”, las proporciones del ser humano están alteradas para reflejar el espacio real que los cinco sentido ocupan en el cerebro (con el protagonismo desmedido del tacto). Una gigantesca subcorteza cerebral, 35 veces más grande que la “original” y fabricada con resinas, preside la sala de la “toma de decisiones”.
“Hemos intentado cambiar la forma en que la gente piensa sobre el cerebro”, reconoce finalmente Rob DeSalle, comisario de la exposición y experto en genómica comparativa. “Estamos ante el misterio que nos hace esencialmente humanos, y apenas hemos empezado a descifrar su complejidad. Creo que el siglo XXI será definitivamente el siglo del cerebro, que es ante todo un órgano cambiante”.
**Publicado en "El Mundo"