Al principio sorprende ver en cualquier página de internet que visitamos publicidad de productos que suelen interesarnos: libros de determinada temática, relojes, zapatos o esa salsa que se quiere localizar para usar con los platos favoritos.
Luego, si se visitan webs especializadas en numismática del siglo XVIII, por ejemplo, comenzamos a recibir anuncios sobre materias afines, como las piedrecillas de una isla malaya usadas como moneda ese siglo.
Los centros que controlan los buscadores, las páginas que le interesan a uno, con su nombre y apellidos extraídos de cualquier formulario, conocen nuestras aficiones y debilidades, incluyendo nuestra posible tendencia a delinquir, sin necesidad de que un fallo de Facebook divulgue nuestros datos.
Vivimos ya un mundo de ciencia ficción en el que quienes anuncian los crímenes que se van a cometer son máquinas, no humanos especiales en un cultivo líquido, como en “Minority Report” (Steve Spielberg, 2002).
Somos nosotros mismos los que entregamos nuestro ADN cibernético al ADSL y revelamos en la nube-hiperespacio qué somos capaces de hacer.
Un brillantísimo investigador de los algoritmos informáticos que descubren cómo somos y qué queremos, Evgeny Morozov, bielorruso residente en EE.UU., acaba de descubrirnos en Foreign Affairs que se puede predecir parcialmente el futuro, incluso nuestro propio futuro.
Se usa policialmente para un novedoso “patrullaje por predicción”, el programa, PredPol de Los Ángeles, que ha evitado ya el 13 por ciento de los crímenes en varias zonas, y en Santa Cruz, a 115 kilómetros de San Francisco, ha evitado el treinta por ciento.
A los predadores sexuales les puede su perversidad y muchos caen ya gracias a estos algoritmos que consiguen que se autodenuncien sin saberlo: ellos mismos son su propio Gran Hermano que los vigila.
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SALAS