Hablamos siempre de 2011 y de vinos en botellas de muestra, que tardarán bastante o mucho en ser comercializados. Es importante tener en cuenta, pues, que este cuaderno, hoy más que nunca, es tan sólo el de un potencial comprador que tiene el privilegio de interrumpir el nacimiento de un vino y ver, casi al modo de una ecografía, cómo será la criatura que todavía reposa en el vientre de la barrica. En la Gironde, 2011 ha sido un año complejo y alejado de los parámetros habituales. Un año de profunda sequía durante los primeros seis meses, con lo que el viñedo afrontó el crecimiento de la planta y del fruto en malas condiciones, con pocas reservas en el sustrato. Lluvias importantes en julio y temperatura por debajo de lo habitual. Finales de julio y agosto secos y con sol, que permitieron a la uva madurar en condiciones, aunque algunas variedades sufrieron más que otras (Cabernet Sauvignon la que más sufrió, con una vendimia baja en rendimiento). A lo que se bebió, podría llegar a ser una gran añada de blancos, sobre todo en Graves. Y una buena añada para aquellos vinos que tengan un aporte significativo de Cabernet Franc en sus ensamblajes. Creo que el Sauternais puede llegar a ofrecer, también, vinos con un frescor y una lozanía que hacía años que yo no olía ni bebía. Lo iremos viendo, pero de mis anotaciones me atrevo, en mayo de 2012, a recomendar algunas cosas. El Domaine de Chevalier Blanc, con apenas 15 mil botellas de Sauvignon Blanc y Sémillon, me atrajo mucho. Austero, con equilibrio, más terruño que fruta y una boca que apenas tiene ya trazas del bâtonnage, vivirá muchos años.
Los laureles que coronan las 4 Ha que poseen los de Jean-Pierre Moueix en el corazón de Pomerol van a reverdecer con este 2011. Con 90% de merlot y 10% de Cabernet Franc, creo que han encontrado el mejor equilibrio de todos los pomerol probados. Con, de nuevo, apenas 15 mil botellas, el Providence es un vino fresco y balsámico, con una nariz que te sumerge en las mejores virtudes de su ensamblaje: carnoso con un toque de franciscana austeridad. En boca cae un poco, pero al tiempo. Un tercer vino francés me desbordó. Por la experiencia que tengo en concursos, sé que los vinos dulces (sean del tipo que sean) y los espumosos siempre reciben una gran valoración por la sencilla razón de que tus olfato, paladar y encías los agradecen mucho tras, pongamos, 35 tintos salidos de barrica. Pero este Château Doisy-Vedrines me devolvió los mejores aromas de la flor de azahar y el frescor azucarado del lemon curd. Sauternes sufrió de otra manera el 2011, con más sequedad y calidez, mayor concentración y deshidratación más rápida de la fruta. Con sus distintas pasadas por la cepa, en general esta gente vendimió tres semanas antes de lo normal. No olvido la acidez y frescura de este vino.
De los vinos españoles, compraria una caja de cada uno de estos. Ribera del Duero puede acabar ofreciendo, en 2011, una añada importante de veras. Una maduración sostenida y sin sorpresas meteóricas, acaba ofreciendo una vendimia pausada, en la que la fruta llega siempre en sazón a la bodega. De Viña Sastre, su Regina Vides me devolvió las buenas sensaciones tan a menudo olvidadas. La madera nueva queda en un segundo plano, como siempre debiera, y la fruta de esa maravillosa, escasa y vieja tempranillo aflora de nuevo. De la república independiente de Felanitx (que, por si alguien no lo sabe, es la Macondo del Mediterráneo) probé un nuevo paso hacia la profundidad de los de Ànima Negra Viticultors. Su Son Negre 2011, sobre todo de callet de tierras muy pobres cerca de la carretera de Campos antes de llegar a Felanitx (su producción por cepa es inferior al 1/2 kg!), es de veras emocionante: me impresiona la capacidad que tiene este vino, de nuevo, de ofrecerte el Llevant mallorquín dentro de una botella, pero con una finura y una extracción muy suaves. Algo parecido me sucedió con un vino que conozco bien. Conozco bien a quienes lo hacen y la tierra donde se hace y digo sin rubor, que el de 2011 es el mejor Els Escurçons (de Mas Martinet) que yo haya probado a día de hoy. Apenas 5 mil botellas de una garnacha que jamás había tenido esa carga frutal (con un contrapunto de fragor, nada discreto, de la syrah). Una calidad de fruta y, de nuevo, un frescor y una finura casi impropios del lugar donde se hacen esas cepas, que habrá que revisitar tantas veces como sea posible. Hay que ver crecer a este vino como crecen sin cesar las personas que lo hacen.