Siempre es especial cuando, a pesar de haber ido muchas veces hasta Borja, a veces como parada, a veces solo como parte de mi ruta de camino a Zaragoza, mis ojos nunca se apartan de esas bodegas excavadas en la ladera de Bulbuente, que parecen dar la bienvenida al visitante, a una zona de vinos muy especial para un servidor, ya que, seguramente en una de esas comidas que nos pegábamos en La Bóveda del Mercado, en Borja, surgió la idea del blog. Siempre echaré de menos la otra pata del blog, pero las cosas, a veces, no salen como uno espera. Nos volvíamos a juntar después de mucho tiempo, y como siempre, fue genial. Rogué que antes de la bodega, tomáramos un café para recuperarme tras el viaje, y no pudimos ir a mejor sitio, para volver a dar un buen abrazo a Jose, al anterior alma mater de La Bóveda del Mercado, que ahora lleva un nuevo negocio, en las pistas de pádel. Su mirada al recordarme queda grabada, igual que los buenos recuerdos dentro de aquel mítico lugar, la buena comida, las risas, y las botellas de vinos de Borja que allí nos hemos tomado.
Tras el reconstituyente, tocaba subir a lo alto del pueblo, donde se encuentra la bodega Altos del Moncayo, donde nos esperaba Jose Luis Chueca, el enólogo de la bodega. Las vistas desde allí permiten ver mucha cantidad de viñedo, así como la silueta de los tres picos del Moncayo al sur, y al otro lado, mirando al norte, las estribaciones de las Bardenas Reales. La bodega es moderna y funcional, pensada para lo que debe ser una bodega, elaborar vino, siendo una de sus pequeñas joyas el artesonado mudejar, hecho a mano, bajo el cual reciben a los visitantes. La sala de catas es un precioso mirador a las viñas de garnacha cercadas, un lugar perfecto para colocar las copas frente a uno, abrir los sentidos, y explorar.
Pero pasemos ya a los vinos. En la mesa, Jose Luis Chueca nos fue sacando los vinos de la bodega, con las vistas que os he enseñado en la foto superior. Primero aparecieron los vinos del proyecto Locos por el Vino, que elaboran Miguel Sanmartín, Chris Ringland y Sergio Chueca, el hijo de Jose Luis. El primero de ellos fue el Zismero 2022, uno de los primeros vinos jóvenes que van a elaborar en la bodega, intentando llegar a un mayor número de público. Monovarietal de garnacha, cultivado en la cara norte del Moncayo, y sin paso por barrica, ofreciéndonos un vino joven muy elegante, sin puntos verdes y nada empalagoso, realmente muy interesante, ya que huye de lo que todos esperábamos, una explosión salvaje de fruta, sabiendo cuidar la garnacha más fresca de la zona, notas de tinta china, fruta roja y negra fresca, muy bien. Tras él, pudimos probar la novedad que es el Barambán 2020, con un coupage de garnacha y tempranillo, vino muy amable y no exento de elegancia, taninos sedosos, carnoso, con una buena largura, marcado por su cremoso paladar. El último vino que probamos de este proyecto fue el Gruñon 2017, con un coupage de syrah y garnacha, que supone un nuevo punto de vista a la garnacha de Campo de Borja, buscando aumentar el potencial de ambas castas. Un vino con una profunda nariz, en la que la syrah se hace muy presente, sin paso por barrica, lo cual, hablando de un vino de 6 años ya, impone respeto. Cuerpo medio, tanino marcado y sugerente, quizás ya con la acidez muy justa, cremoso y bastante largo, muy buen trabajo.
Tras esta buena exhibición de poderío, entramos de lleno en los vinos de la Bodega Altos del Moncayo. El primero en pasar por la copa fue el Alto Moncayo Veratón 2020, monovarietal de garnacha, procedente de viñedos de entre 30 y 50 años, que ronda los 800 metros de altitud. Tiene una crianza de 16 meses en barrica de roble francés. Profunda nariz, la barrica apenas se nota mas que en boca, siendo la fruta la que manda con mano firme, notas mentoladas, buen cuerpo, goloso pero nada empalagoso, tanino muy afinado, está en un gran momento de consumo en mi opinión, y con una buena largura en boca, para disfrutar. Tras él, era el turno del Alto Moncayo 2020, también un monovarietal de garnacha, con una crianza de 18 meses en barrica francesa, aunque la gran diferencia con el vino anterior, sin duda estriba en el viñedo, más viejo, que da un punto muy singular, para el que, para mí, fue el mejor vino de la cata. Aquí la nariz no es tan frutal, sino que notas especiadas se vuelven más presentes, dándole otra complejidad al vino. Notas de fruta negra, cremoso en boca, cuerpo medio alto que se transforma en puro pecado. Pienso que es un vino aun a guardar un poco más, pero delicioso. La cata acabó con el buque insignia de la bodega, y quizás también de la propia denominación de origen, el Aquilón 2017 Garnacha, procedentes de viñedos muy viejos, alguno centenario, con un paso por barricas francesas y americanas de 24 meses. Leves notas de pólvora, fruta negra muy madura, frambuesas, moras, leve punto goloso, poderoso en boca, graso y carnoso, frutal, siendo el que más destacaba en ello de la cata, largo y amplio, sin caer en la temida opulencia, creo que aún es pronto para él, además que lo probamos recién abierto y quizás no le dimos el correcto tiempo, notas licorosas también, para un señor vino. Tremendamente especial.
En conclusión, muy superadas mis expectativas, demostrando el talento claro y la visión correcta de la bodega, a la hora de interpretar la jugosa garnacha de Borja. Quiero dar las gracias a Jose Luis Chueca, por su amabilidad, por su generosidad, y por no desviar ninguna de mis preguntas. También por supuesto a mis buenos amigos en la diáspora aragonesa, por hacer posible este reencuentro, y esta gran visita. Siempre llevaré el Campo de Borja, y sus vinos, en el corazón.
R.
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