Vivir con Converse

Publicado el 18 octubre 2015 por Ta @detrasdeunaboda

Pocas cosas tengo tan claras y desde hace tanto tiempo en la vida como que soy de Converse. Son mi calzado favorito desde que heredaba las de mi hermano y me creía Michael Jordan en la calle del pueblo donde teníamos un aro en un hórreo que era la mejor cancha de baloncesto del mundo. A mi no me compraban Converse de enana porque eran caras y mi calzado no pasaba de siete días sin romperse así que yo calzaba Victoria (si mi abuela viera el precio que tienen ahora…) hasta que mi hermano desechaba sus Converse gastadas pero sin romper.

Crecí, mi pie dejó de hacerlo y yo comencé a romper menos el calzado por lo que con la juventud yo tenía mis propias Converse. Empezaron entonces la búsqueda de modelos originales, el par de ellas por cada cumpleaños, usarlas en verano pero recorrer con ellas todo el invierno y saltar por mi camino de baldosas amarillas sobre sus gomas blancas.

Dicen que las Converse son para el verano, que son frías pero no hay nada que un buen calcetín térmico debajo no arregle. También dicen que la suela resbala, pero sólo te pasa el primer día de lluvia cuando sales desprevenida del portal, y que calan olvidándose a veces de que saltar en los charcos con “calzado prohibido para los charcos” es mucho más divertido que hacerlo con catiuscas…. Aunque tu madre se desespere, aunque tú tengas veintitantos, aunque tu chico alucine…

No me imagino sin mis Converse. No sé vivir sin ellas. Llamarme dramática si queréis. Han estado presentes en mis momentos más felices, en los más tristes, en ese examen en el que las garabateé de fórmulas que luego no entendí y en ese amor de verano que murió como se borraron los nombres en su suela al tercer paso. Han celebrado ascensos futbolísticos, se han hundido en el barro de rutas improvisadas, se han dorado en la arena, tropezaron cuando tropecé yo y se (me) levantaron con más fuerza.

Han bailado bajo la lluvia, se han mojado en agua dulce y han salido corriendo cuando ha subido la marea…. Han bailado en el salón de casa, en los bares de moda de la ciudad y en los que no conoce mucha gente pero son los mejores. Han sufrido pisotones y desgastes que las han llenado de vida, porque unas Converse sin vida no son del todo unas Converse. Por mucho que las madres digan que necesitan lavarse. O que debes tirarlas ya.

Se han hecho amigas de mis vaqueros favoritos, de esos leggins tan cómodos para las jornadas laborales, de las medias rosas que adoro todos los inviernos y de la minifalda que año tras año (engordes o adelgaces) te queda perfecta. Han sido los pies de una Minnie Mouse  moderna y se vinieron al bodorrio del 2012 a seguir haciendo todo lo que ya habían hecho conmigo: vivir. Seguir viviendo.

Me las he llevado de bodorrio en bodorrio para ser yo misma aunque, unas horas en cada boda, les he sido infiel con alguno de esos taconazos que son el amor de tantas y tantas… pero yo soy poco de alturas y más de sentir el suelo a cada paso y siempre, siempre corro hacía ellas. Y  con ellas no hay dolor, no hay rozaduras ni incomodidades varias sólo hay ganas de pasárselo bien! Tan bien que incluso los chicos han caído rendido a sus encantos… ¿Quién no ha sonreído alguna vez al ver unas Converse?

Y aquí estamos, en Octubre con el frío comenzando a asomar y escuchando los primeros comentarios sobre guardar el calzado de verano pero la gente se les olvida que las Converse no son un calzado de temporada, no son de primavera-verano ni se han pasado de moda.

Las Converse son un calzado de vida y eso vamos a seguir haciendo, vivir con converse.