Volver a nacer

Por Arcoirisdan

      El viejo indomable camina meditativo y llevando a sus espaldas una mochila hacia un encuentro muy especial. Le esperan en casa de María, una adolescente de dieciséis años que apenas hace dos día ha intentado suicidarse, sus padres muy preocupados por la posibilidad de que se repita la situación se han puesto en contacto con el viejo, confían en que su sabiduría pueda devolverle las ganas de vivir a su hija. Nuestro hombre ha diseñado meticulosamente todo un modus operandi con el que conmover a la chica, sabe que si no logra conmoverla, moverla por dentro, sus palabras solo le alcanzarán superficialmente y no podrá volver a despertar en ella sus ganas de vivir.

     Cuando llega a la finca en la que vive María decide subir andando los cinco pisos, su intención es, a través del poder de su imaginación, hacer creer a todo su cuerpo que está ascendiendo a la cima de una montaña, con ello pretende hacer sentir a su organismo que el aire es mucho más puro y que su perspectiva ante el problema al que se enfrenta es mayor, sabe que es muy importante que toda la bioquímica de su cuerpo le apoye en su proyecto. Finalmente alcanza su cima, espera unos segundos para recuperar el resuello y sentir que ha logrado el propósito de su ascensión, y llama al timbre.

— Bienvenido, te estábamos esperando como agua de mayo -le dice el padre de María tras abrirle la puerta.

— Gracias por vuestra confianza en mí, pero sobre todo debéis de confiar en el poder de volver a nacer de vuestra hija.

— ¿Volver a nacer?, afortunadamente llegamos a tiempo para salvarla -le contesta a la vez que con un gesto le invita a pasar dentro.

— Cuando alguien está dispuesto a renunciar a la vida y no es una fanfarronada, como es el caso de vuestra hija, es necesario que vuelva a nacer en un personaje distinto del que le convenció de suicidarse. 

— ¿Quieres decir que si queremos que nuestra hija no intente de nuevo el suicidio hemos de aceptar que será otra?

— En absoluto, nosotros somos más que los personajes que interpretamos, somos el actor y también podemos llegar a ser el guionista si hacemos un trabajo de crecimiento personal adecuado. Lo que ha pasado en el caso de tu hija es que uno de sus personajes se ha apoderado de su voluntad, sometiendo así a todos los demás personajes que en ella desean vivir. La solución al problema  de las ganas de suicidarse pasa porque alguien muera, pero no tiene por qué ser nuestro cuerpo físico, el muerto ha de ser solo el personaje que se niega a vivir.

— ¿Así de simple? ¿Basta con concederle su deseo al personaje suicida...?  

— Exacto, si tienes claro que eres el actor, ¿qué hay de malo en interpretar a un personaje suicida hasta su final...?

— Como siempre tus argumentos son incuestionables, pero ahora tenemos que ir más lejos que tus teorías sobre el suicidio: hemos de salvar a mi hija -le contesta preocupado el padre.

— No te preocupes, vengo preparado. Llévame a la habitación de María.

El viejo sin llamar a la puerta entra en la habitación de la adolescente, y le saluda con una sonrisa y quitándose el sombrero. 

— ¡Podrías llamar a la puerta! - le dice enojada.

— Podría, pero he decidido lo contrario. Creo que cuando intentaste suicidarte no llamaste antes a ninguna puerta, ¿no es así?

— ¡Hombre, si te parece voy propagando por ahí que quiero quitarme la vida! Los suicidas de verdad nunca comunicamos nuestras intenciones, pues no tratamos de chantajear a nadie, tan solo estamos hartos de una vida que solo nos trae problemas.

— Dieciséis años no parecen una cata suficiente de la vida.

— ¡Y tú qué sabrás lo que yo he sufrido!

— En realidad no me interesa para nada lo que has sufrido y lo que te ha llevado a querer suicidarte, eso queda para los psicólogos y los “salvadores” de vidas. A mí lo que me interesa no es tu pasado, sino tu futuro.

— Sí, ya sé que algunos te llaman el “embajador de bellos futuros”, pero a mí no vas a impresionarme con eso.

— Ni lo pretendo, yo no he venido aquí a que te impresiones conmigo, sino contigo.

Dicho esto, el viejo se quita la mochila, hurga en ella y finalmente extrae una fiambrera de plástico, que ofrece a la chica.

— ¿Qué es esto, me has traído la merienda?

— Abre el taperwerw  y saldrás de dudas.

María abre sin ningún entusiasmo la fiambrera, meneando la cabeza de lado a lado para expresar su malestar ante lo que cree una pantomima más del viejo.

— ¡Un huevo! ¿Quieres que me coma un huevo cocido?, y ni siquiera te has molestado en pelarlo, eso sí, veo que lo has envuelto en algodones...

— No está cocido, y no quería que se rompiera en el trayecto.

— !Así que quieres que me lo coma crudo! ¡Ahh, qué asco!

— ¡Qué manía con comerte el huevo!

— ¿Para qué lo has traído entonces?

— Para que lo sientas.

— ¿Sentir un huevo? -pregunta con cara de sorpresa.

— Necesitarás ayuda, espera que busque el instrumento -dicho esto el viejo se pone a rebuscar de nuevo en su mochila.

— ¿El instrumento, qué instrumento? -pregunta ya perpleja del todo.

Finalmente el viejo encuentra lo que busca y se lo ofrece a María, se trata de un fonendo.

— ¡Un aparato de los que emplean los médicos para escucharnos por dentro! ¿Qué quieres que haga con él?, ¿quieres que te ausculte, estás enfermo?

— No es para escucharme a mí.

— ¡Ahh, claro, quieres que me escuche a mí misma! Piensas que porque quiera suicidarme estoy enferma. Pues que sepas que no lo estoy, y que tengo todo el derecho del mundo a elegir si quiero vivir o no –le contesta enfadada.

— Lo que te propongo es mucho más simple: aplica el fonendo al huevo y escucha atentamente.

— Me parece a mí que el que tendría que ir a un psicólogo eres tú -le dice mientras, llevada por su curiosidad, aplica el fonendo a la cáscara de huevo.

— ¿Lo oyes...? -le espeta el viejo después de haber dejado pasar unos segundos de silencio.

— ¡No puede ser!

— ¿Qué te parece...? -pregunta con impaciencia el viejo.

— ¡Es el sonido de un corazón!

— Más exactamente es el corazón del polluelo que vive dentro.

— Nunca había tenido ante mí un huevo habitado.

— ¡Con vida dentro! -exclama el viejo.

— ¡Sí, es maravilloso! -contesta mientras cambia de posición el fonendo intentando escuchar la vida desde todos los ángulos posibles.

— ¿Qué te parece si lo abrimos ….? -le propone el viejo.

— No, tal vez no sea aún el momento, podría morir el polluelo -le contesta preocupada.

— ¿Y cómo sabes que el polluelo quiere vivir?

— ¡Está claro, el latido de su corazón lo dice!

— ¿Y qué dice el latido de tu corazón? -le pregunta llevando el fonendo desde la cáscara del huevo al pecho de la chica.

— ¡Me has preparado una trampa! -exclama enfadada.

— Escucha, escucha tu corazón -le contesta el viejo ignorando las últimas palabras de María.

Ante el sonido de su corazón la chica enmudece, nunca lo había escuchado con tanta claridad. Comienza a emocionarse y una lágrima escapa por uno de sus ojos. El viejo aprovecha para tomarle el huevo de sus manos y volverlo a colocar suavemente en el taperwerw. María continúa extasiada escuchando sus latidos de vida. Mientras, el padre, que ha contemplado toda la escena desde la puerta de la habitación, rompe a llorar. Finalmente María habla.

— Me he dado cuenta de que cuando decidí suicidarme no consulté con mi corazón, tan solo escuché las razones para hacerlo que de mi mente nacían sin cesar. Ahora siento la vida más allá de esas razones; gracias por hacerme comprender que quería suicidarme sin haber escuchado antes la vida que hay dentro de mí, sin haber escuchado los latidos de mi corazón -al terminar sus palabras le devuelve el fonendo al viejo.

— No, este fonendo no es para mí, es para tu familia -dice mientras le pasa el aparato al padre, que está secándose las lágrimas con un pañuelo.

— No quieres que nadie de nuestra familia se olvide de escuchar su corazón, ¿no? -le dice la chica.

— Así es, y espero que este fonendo vaya pasando de generación en generación.

— Así será, querido amigo -le contesta el padre mientras le abraza.

Tras unos segundo el viejo rompe el abrazo y carraspeando dice:

— No tan deprisa, aún quedan dos temas pendientes.

— ¿Cuáles son? -pregunta María sonriendo, mientras su padre se dirige a abrazarla.

— Bueno, cuando terminéis con tanta efusión os lo digo -contesta el viejo poniendo distancia emocional y simulando que él estaba por encima de tanto empalague. 

     Tras terminar el abrazo, padre e hija se disponen a atender a las palabras del viejo.

— Cuando quieras te escuchamos -le da vía el padre.

— El primer tema es que tenéis que responsabilizaros del polluelo, que si todo va bien nacerá en tres o cuatro días. Os he traído una incubadora con las instrucciones para usarla, por cierto, me la tendréis que devolver, no sabéis todo lo que he tenido que hacer para conseguirla, y no os cuento nada sobre cómo he logrado que el huevo llegase vivo hasta aquí.

— ¡Eres un as! -exclama María.

— El cuidar al pollito forma parte del juego que hoy hemos iniciado. Su presencia te hará sentir que eres responsable de una vida.

— De dos, a partir de ahora también cuidaré de la mía, y cuando vuelva a tener alguna duda sobre continuarla iré en busca del fonendo.

— No corras tanto, antes hay que organizar el funeral.

— ¿El funeral? ¡No pienso morirme! -dice con determinación María.

— Y antes del funeral, hay que matarlo... -dice el viejo acariciándose la barbilla.

— ¿Matar a quién?

— A tu personaje suicida, pero antes tendrás que reconocerlo y ver que has permitido que dominase al resto de tus personajes.

— ¿Personajes...? ¿De qué película estás hablando?

— De la de tu vida. Hemos sido educados para confundirnos con nuestros personajes, para que el actor que somos quede oculto tras ellos. El drama tiene tanta fuerza en nuestra vida que olvidamos que la estamos representando.

— Así que yo soy una actriz que representa distintos personajes...

— Naturalmente, fíjate como en estos momentos el personaje de suicida se ha retirado momentáneamente del escenario de tu vida.

— ¿Momentáneamente?, ¿puede volver a apoderarse de mí?

— Si no representas un guión en el que le des muerte, él se seguirá sintiendo con derecho a estar en la función.

— Comprendo, hay que matarlo.

— O simplemente dejar que se suicide, pero sin olvidarte de que la actriz continua viva cuando uno de sus papeles termina.

— Ese es un detalle muy importante, que en mi intento de suicidio no tuve en cuenta.

— Cuando nos cansamos de la vida, no es el actor quien se cansa, sino el personaje; no lo olvides nunca: siempre puedes crear nuevos personajes y volver a nacer a través de ellos.

— ¿Quieres decir que además de actriz puedo ser escritora de mi vida?

— ¿Hay algo que te impida intentarlo?

— Pero hay cosas en la vida que no puedo evitar que pasen, por mucho que el guión que escriba diga lo contrario.

— Por cada una de esas cosas intocables hay cientos que sí puedes escribir, ¿vas a renunciar a hacerlo? Lo que no puedes cambiar en la vida forma parte de su misterio y… ¿quién quiere escribir sin el aliciente de misterios que no podamos controlar?, sin misterios no hay aventura que vivir.

— En unos minutos me has hecho pasar de ser una suicida a desear hacer de mi vida una aventura maravillosa, ¿cómo lo has hecho?

— Tenemos mucho trabajo por delante, ahora estás representando un personaje entusiasmado con la vida, pero si no tienes el control de tus personajes éstos se pueden volver a apoderar de ti y hacerte olvidar que eres la actriz.

— La actriz y la escritora -aclara María llevada por el entusiasmo de su nuevo personaje.

— Te queda mucho que aprender para llegar a dominar el arte de jugar la vida.

— ¿Qué arte es ese?

— Te espero en mi despacho mañana a las seis de la tarde.

Dicho esto, el viejo extrae de su mochila la incubadora y su libro de instrucciones, deja todo sobre la cama y dirigiéndose a María le dice:

— Ponla enseguida en marcha, el pollito no aguantará mucho más tiempo vivo sin un poco de calor, de hecho, tu padre podría intentar acurrucar entre sus manos calientes el huevo, mientras tú armas la incubadora.

— Un momento, ¿dónde está tu despacho?

— En el parque, claro está, ¿dónde sino?

— ¿Un despacho en el parque?, ¿cómo lo encuentro?

— Tu padre que forma parte de nuestro equipo deportivo te informará.

— Que yo sepa mi padre no practica ningún deporte, ¿qué deporte es ese?

— No te lo puedo concretar, cada semana cambiamos las reglas -le contesta el viejo.

— ¡Pero eso es de locos!

— Yo más bien diría de genios, ¿quién quiere jugar siempre a lo  mismo...? Por cierto, está abierto a todas las edades.

— Todo esto es increíble... ¿pero tú de dónde vienes...?

— Del misterio, del misterio de la vida, exactamente igual que tú, igual que todos. Lo que me hace diferente es que yo he decido convertir ese misterio en un juego a disfrutar, pero ya hablaremos de ello mañana. Felices y mágicos encuentros -dicho esto se coloca su mochila a las espaldas, se pone su sombrero y despidiéndose con la mano se dirige él solo a la puerta de la casa. María mira a su padre con sorpresa, éste alzando los hombros le dice a su hija:

— Es el viejo indomable, totalmente imprevisible y siempre lleno de sorpresas.

— Ya veo -contesta María mientras mira al taperwerw con el huevo dentro, que el viejo ha dejado sobre una silla.

                "Las aventuras del viejo indomable"

                             Cuarto encuentro

     Autor: Carlos González (La Danza de la Vida) 


Link al primer encuentro: 

https://ladanzadelavida12.blogspot.com/2020/10/la-forma-de-evitar-ser-un-doble-imbecil.html