Volverse Loco
¿Qué es volverse loco? ¿Qué sucede cuando uno se vuelve loco? ¿Cómo se enloquece? Sorprende la variedad de respuestas que la gente corriente da cuando se le pregunta su opinión sobre este tema tan específicamente humano. La mayor parte del imaginario popular al respecto arranca de la ficción, sobre todo del cine. El poder de la imagen ha hecho que la mayoría del público tenga una idea de la locura tan errónea como infamante. Películas como Psicosis, El resplandor, Alguien voló sobre el nido del cuco o la patética Recuerda han contribuido poderosamente a alejar al ciudadano medio de lo que de verdad sucede cuando una persona tiene la desgracia de perder la razón y sufrir un episodio psicótico. Por otra parte, tampoco la ficción literaria ha acertado a tratar con rigor lo más notorio del proceso pese a que Don Quijote de la Mancha sea un loco muy querido. Algo es algo, pero por mucho leer y poco dormir no se convierte nadie en paranoico y hace años que no funcionan los molinos de viento.
Tal vez la primera descripción literaria afortunada de la esquizofrenia, la forma más común de locura, sea Lenz, la novela que Georg Buchner escribió en Estrasburgo hacia 1835. Buchner, que poco más tarde firmaría la obra teatral Woyzeck, tuvo acceso a una especie de diario personal escrito por el sacerdote Oberlin que cuidó al poeta romántico Reinhold Lenz durante su primer ataque de locura a los 27 años de edad. La desesperación, la pérdida de energía vital, el hundimiento de las certezas más simples del pobre Lenz llegan hasta nosotros conservando toda su vigencia gracias al trabajo de Buchner. “Parecía muy lúcido; hablaba con la gente, hacía todo lo que todos hacían, pero había en él un vacío atroz, ya no sentía angustia ni anhelo; su existencia le era una carga necesaria. Así siguió viviendo.” Así es la locura, tan dolorida y silenciosa como corrosiva. Pero casi nunca estridente, ni violenta ni irreversible.
Una pena que Hitchcock, Kubrick, Forman y compañía prefiriesen especular emocionalmente con el tema faltando al rigor técnico. Porque han hecho mucho daño a los enfermos con sus bromas. Como lo sigue haciendo el poeta Panero exhibiendo su ruina subvencionada e hipócrita. Entre medias, es de agradecer la forma tan sutil en que Ariadna Gil perdía la razón en Lágrimas negras (1999), de la mano de Ricardo Franco, trasunto fiel de la locura de la actriz Jean Seberg, un amor imposible del director español. O la formidable interpretación de Michael Shannon en Take Shelter (2011) de Jeff Nichols. Por cierto, que Shannon se negó a ver a películas sobre la locura para construir su atormentado personaje. De ahí su acierto.
Tal vez fuese un cierto aroma expresionista a lo Buchner lo que me hizo recalar en el blog Última carta que el periodista Sergio González Ausina mantiene abierto desde hace casi un año y donde va escriturando su pasado sobre un drama sucedido en su propia familia. Sergio, paciencia y prudencia, intenta reconstruir la figura de su tío Vicente G. L. que murió en 1977 tras arrojarse al tren cuando contaba apenas 24 años de edad. Dos años antes le habían diagnosticado de “esquizofrenia”. El suicidio de su tío permaneció oculto para el autor del blog hasta hace pocos años y el periodista se pregunta ahora el porqué de ese tabú. Entre medias va descodificando el léxico familiar en el que se envuelven ciertos dramas para que no hagan demasiado daño. El tiempo embalsama y aminora pero no borra los recuerdos. Hace unos pocos días, el periodista González Ausina colgó una entrada en su blog titulada Habréis tenido miedo… donde relata minutísimamente el momento exacto en que su tío Vicente supo que estaba loco, que el mundo se hundía bajo sus pies. El momento en que el actor Vicente González Luelmo venció la fiebre de las candilejas, descorrió los cortinajes y entró en escena. La fría y precisa apuntación fiscal del periodista González Ausina en la causa que instruye sobre su tío recoge todo el sufrimiento imaginable, todas las raciones de miedo que pueda soportar un perseguido pero, contra lo que ha sembrado el dislate ficcional, no hay ni un solo grito, ni una sola amenaza. Porque la retracción autística, la angustiada búsqueda de soledad, es el reflejo cardinal de la locura. “Él no decía nada”, recuerdan los testigos que aseguraban que Vicente en los últimos tiempos había engordado, fumaba uno tras otro y su cabeza era una intermitente conspiración. Volverse loco es algo tan terrible como simple y prosaico. Y que, para colmo de apocalípticos, nunca es eterno.
Juanjo Martínez Jambrina (Psiquiatra)