En un tercio de los países europeos, el año escolar se inicia oficialmente en el primero de septiembre. En los cinco países nórdicos, así como en los Países Bajos, Suiza y Liechtenstein, y también en Escocia, comienza entre mediados y finales de agosto. En el sur de Europa, la fecha de inicio por lo general es en la segunda quincena de septiembre (España, Grecia, Italia, Malta y Portugal). A simple vista las razones se pueden buscar en el clima: los veranos más calurosos invitan poco al estudio. Pero eso es sólo en Europa, porque hay millones de personas que viven en zonas donde las temperaturas son cálidas a lo largo de todo el año y no por eso se cierran las escuelas.
Los grandes almacenes hace ya semanas que van anunciando sus ventas de material escolar, vigilantes constantes del calendario y su repersusión en el consumo.
Personalmente recuerdo que, por una seria de cuestiones más administrativas que otra cosa, durante los siete años de mi bachillerato, de los 10 a los 17 años, el curso no comenzaba hasta después del Pilar (12 de octubre), y el 20 de mayo ya habían concluido los exámenes de fin de curso. Luego, durante la carrera en los últimos años, compatibilizar los estudios con el servicio militar obligatorio llevaba consigo concluir el año escolar también en mayo. Por la época, la ocupación militar tenía más de campamento de verano que de milicia, otra forma de ocio. En cualquier caso, vacaciones estivales de casi cinco meses hicieron de mi lo que soy y ya no voy a cambiar… Pero eso no va a ser óbice para entender que el calendario escolar, que bien puede ampliarse en su duración, beneficia la educación cuando se interrumpe por períodos más o menos breves que rompan rutinas y ofrezcan otras experiencias. Otra cosa es que se pueda compatibilizar con la vida laboral de los padres. Pero en todo el gran panorama de la conciliación de trabajo y familia, especialmente para las mujeres, el calendario escolar es sólo una parte. Y queda mucho por hacer.
X. Allué (Editor)