Febrero de 2004. Aeropuerto de Roma. Un vuelo de British airways sufre un retraso debido a una causa sorprendente: la investigación del artilugio que portaba una señora, detectado en la aduana.
Se trataba de un cinturón de castidad que la señora en cuestión portaba por acuerdo tácito con su marido.
Aunque sobre el uso y frecuencia del cinturón de castidad en épocas medievales se han escrito ríos de tinta, el historiador Carlos Fisas llama a la prudencia a la hora de creer, no ya en la extensión de su uso, sino en su misma existencia; lo primero por razones fisiológicas obvias, y lo segundo porque de haber sido tan frecuente la costumbre de preservar la fidelidad mediante semejantes artilugios de hierro, se conservaría un número mayor de ejemplares en museos y colecciones privadas. La escasez de éstos sugiere más bien que se trataba de objetos meramente anecdóticos.
Inspirada por esta especie de ancestral leyenda urbana, una tal Emilie Schafer inscribe en marzo de 1903 en la oficina de patentes de Berlín el Verschliebbares schutznetz fur fraven gegen eheliche untreve con el número de patente Sch. 16096: la versión moderna del cinturón de castidad. El artilugio se utilizó más que nada como curiosidad o juego erótico, y se trataba de un cinturón fabricado en piel, provisto de cerradura y llave.
A mediados del siglo XIX hubo quien atribuyó al polémico cinturón cualidades terapéuticas, esta vez en versión masculina: un médico llamado John Moody lo prescribía como medio para evitar la masturbación, tan denostada en la época victoriana. Moody ignoraba casi con toda seguridad que su iniciativa de extender al macho de nuestra especie un invento ideado en principio para mujeres, abriría un amplio mercado dos siglos más tarde.
Se da la curiosidad de que a principios del siglo XX algunas mujeres pertenecientes al movimiento feminista rescataron el cinturón de castidad para volver a usarlo, no como protesta por la opresión que éste simbolizaba hacia la mujer, sino para proteger sus genitales como afirmación de que la mujer no era un instrumento de placer.
En la Italia de este siglo XXI la empresa Gubbio fabrica alrededor de 500 cinturones de castidad al año. El gerente de la empresa, Giuseppe Acacia, es especialista en reproducción de armas y objetos medievales; entre otros el que nos ocupa. Lo exporta a varios países, sobre todo islámicos, pero también a China y EEUU. Es consciente de que a un 2% de sus creaciones se les da el uso del medievo, y lo lamenta, pero aclara que no es su intención a la hora de fabricarlo. Teniendo en cuenta el ritmo de fabricación de Gubbio puede asegurarse que en la época actual circulan por el mundo más cinturones de castidad de los que hubo nunca en el medievo.
La iniciativa de Emilie Schefer y de Giuseppe Acacia ha creado una moderna revolución que retrotrae a la costumbre medieval de asegurar la fidelidad mediante la imposibilidad física de cometer adulterio, pero hete aquí que esta revolución se dirige más a la castidad del varón: Fetish fantasy extreme se llama el invento, y consiste en un dispositivo tipo jaula con candado y llave destinadas a preservar de tentaciones el miembro masculino.
Se fabrican en metal o silicona, y disponen de una abertura practicada al efecto de evacuar aguas menores. El más vendido en Amazon es el modelo 'Yocitoy CB 6000', que cuesta 23,99 €, y el más barato el , por 17,99 €. Entre los más graciosos por su forma y color destaca la jaula de pene HXQ, por 37,84 €, en silicona.
Algunos usuarios del Fetish Fantasy Extreme han dejado constancia en un estudio sobre su uso de que los efectos que produce son placenteros. Según parece cuesta un poco acostumbrarse al artilugio, sobre todo a la hora de dormir, pero produce morbo.
Como el movimiento feminista extremo de estos tiempos cuenta con miembros tan absurdos como en el XIX, sería curioso saber qué opinan al respecto: si celebran que el instrumento opresivo se haya extendido al varón, o si deciden lucir jaulas femeninas con el mismo argumento que sus predecesoras.
Ya el tiempo dirá.