Hoy ha muerto Wilebaldo Solano, acaso el último dirigente del POUM que seguía entre nosotros. Durante décadas fue una especie de memoria andante del partido que mejor encarnó los sufrimientos y las contradicciones de la zona republicana durante la guerra de España, acaso porque el POUM lo quería todo y a la vez: ganar la guerra y hacer la revolución. No consiguieron ni una cosa ni la otra, y mientras sus milicianos morían en el frente sus dirigentes eran encarcelados, muertos o exiliados antes de que los franquistas democratizaran la represión, extendiéndola a estalinistas y poumistas, a anarquistas y socialistas, a republicanos liberales y a nacionalistas de cualquier nacionalidad que no fuera el Imperio de Isabel y Fernando.
Más tarde Wilebaldo Solano fue un exiliado tozudo, de los que regresaron a España para seguir la lucha desde dentro. Una doble lucha: contra el franquismo desde luego, pero también contra el otro fascismo: el de Moscú, el que representaba el estalinismo aparentemente triunfante en el izquierda durante los años cuarenta a setenta. Luego el comunismo oficial fue al basurero de la Historia, y la gente como Solano, perseguida, amenazada y en la medida de lo posible, silenciada, pudo recuperar presencia pública y desde la experiencia, hablarnos a las nuevas generaciones. Para entonces el POUM sólo era ya un recuerdo lejano y un festín para los historiadores.
Conocí a Wilebaldo Solano una obscura tarde de invierno, a mediados de los años noventa, cuando alguna gente de izquierdas de diversos partidos intentábamos que la sociedad no se resignara a aceptar lo que nos había caido encima: el gobierno de Aznar y la hegemonía del PP en la política española. Amigos comunes nos pusieron en contacto, y como digo vino una tarde a mi despacho para hablar conmigo. Le recuerdo como un hombre mayor, enjuto, pulcramente vestido con traje, chaleco granate de punto y corbata antigua, con el abundante cabello blanco perfectamente recortado y unas gafas de pasta negra que le daban un aire de profesor emérito. Hablaba pausado, con una perfecta pronunciación propia del castellano viejo que era, escogiendo las palabras cuidadosamente de un amplio vocabulario con el que construía frases simples y eficaces. Habló durante bastante rato, y le escuché con respeto y cierto distanciamiento. Cuando hablé yo, quedó claro que no íbamos a entendernos; entre los dos había casi medio siglo de distancia, y experiencias políticas y vitales muy distintas. En resumidas cuentas me pareció un hombre que seguía fiel al viejo perfil poumista, y que por tanto continuaba inscrito políticamente en algún punto intermedio entre el comunismo heterodoxo y el socialismo de izquierdas. Supongo que para entonces hacía muchos años que ya debía haberse desprendido de la vieja concepción bolchevique del partido "de" y "para la Revolución, pero alguna reminiscencia le quedaba. Internacionalista, simpatizaba con el nacionalismo catalán de izquierdas, aunque no sé si llegaba a percibir que el contemporáneo no tenía nada que ver con el que él conociera en sus años juveniles en Barcelona. En resumidas cuentas me pareció un personaje de otro tiempo, y acaso lo fuera.
Antes de despedirnos me regaló un librito suyo, una biografía de Andreu Nin escrita en catalán, que me entregó ya dedicado "molt cordialment". Lo tengo ante mí ahora. En la portada hay una fotografía de Nin y Solano conversando relajadamente. Wilebaldo es ahí un joven que sin embargo resulta idéntico al hombre que conocí ya en una vejez avanzada. No sólo físicamente, su gesto y la manera de escuchar (atento, el ceño fruncido y la boca entreabierta) resultan asimismo idénticos en una y otra época de su vida. Por decirlo de otra manera, Solano fue un hombre que consiguió ser el mismo y él mismo a lo largo de toda su vida, algo que no suele ser frecuente ni siquiera entre los hombres de su generación.
En la fotografía que ilustra el post, la misma que aparece en la portada del librito mencionado, Solano (a la derecha de la imagen) conversa con Andreu Nin (a la izquierda).