La Nariz, escenografía William Kentridge, Foto: Pascal Victor/ArtcomArt, Festival Aix-en-Provence
Una nariz se separa de la cara de su dueño para emprender una vida propia y alcanzar un rango social más alto. De este absurdo imposible parte el cuento the Gógol 'La Nariz', cuya versión operística de Shoshtakovitch se estrenó la semana pasada en el Festival lírico de Aix-en-Provence. La escenografía que da vida al mundo mágico de Gógol es obra del artista sudafricano William Kentridge.
William Kentridge, Nose 26 Ed. 3/50, 2009, Foto: Bekris Gallery
El artista en su estudio, Foto: Camilayelarte desde Art21
La elección de la Ópera, que ya se estrenó el año pasado en el MET de Nueva York, fue del propio Kentridge que desde hacía tiempo andaba interesado en realizar un proyecto en donde utilizar el lenguaje plástico y la poética del constructivismo ruso. Así que de un tiempo a esta parte, Kentridge ha estado metido de narices en el desarrollo de este proyecto que no únicamente ha encontrado su expresión a través de las escenografías de la Ópera, sino también en otros proyectos satelitarios que le han servido como plataforma de experimetación y gestación de 'La Nariz'.
¿Por qué una nariz? En palabras de Kentridge, la nariz viene a representar esa parte que entra en conflicto con nosotros mismos, esos impulsos ocultos de nuestra condición humana que parecen tener vida propia, independiente a nuestra voluntad.
William Kentridge, Johannesburg, 2nd greatest city after Paris, 1989 Foto: Camilayelarte desde Youtube
Sobre la dualidad de la naturaleza humana, sobre los conflictos subyacentes a las estructuras sociales, William Kentridge lleva trabajando a lo largo de toda su carrera. Es conocido por sus animaciones a carboncillo que muestran su propio proceso interno de transformación y gestación. Nuestros ojos pueden ver en una misma hoja de papel cómo la historia se construye y deconstruye, muchas veces al ritmo de la música. La goma de borrar tiene un papel igual de importante que el carbón en la generación de la obra. Utilizando la narración, Kentridge no nos explica una historia, sino sus procesos, que permanecen siempre abiertos, inconclusos.
William Kentridge, Sobriety, Obesity & Growing old, Felix & Soho, 1991, Foto: MoMA
William Kentridge, Camera, 2004, Foto: Marian Goodman Gallery
Ahora bien, no sólo de carboncillo vive Kentridge, su formación como artista es transversal. El teatro, las marionetas o el mimo, son artes que no le son ajenas, y la combinación que hace de todas ellas es el motivo por el cual se le puede considerar uno de los artistas más interesantes de los últimos años. Podemos verle jugar como un mago en su estudio, homenajeando el lenguaje mágico de Georges Mèlies o bien duplicarse a sí mismo y tomar la postura de escriba egipcio en una instalación de vídeo en la habitación de Luis XIV en el Louvre.
William Kentridge, Carnets d'Egypte, Louvre, Foto: Chiara Donn
William Kentridge, Journey to the Moon and fragments for Geroges Melies, Foto: Marian Goodman Gallery
William Kentridge en su estudio de Johannesburgo, 2010. Foto: Marian Goddman Gallery Paris
El mundo que nos muestra Kentridge es un mundo dual y a menudo absurdo, del mismo modo que hacen los cómicos, a través del humor nos habla de cuestiones muy serias. El hecho de haber vivido en la Sudáfrica del Apartheid, hace que sus obras contengan bajo esa aparente ligereza del bufón, una reflexión profunda sobre la naturaleza humana. El uso prolífico de técnicas tan diversas en sí, de esa mezcla de géneros que no sabes nunca por dónde va a salir es fruto de su voluntad por mostrar los distintos modos de ver, porque el modo de ver es una metáfora de la comprensión del mundo.