Año 2022. Hemos alcanzado un mundo distópico. Tal vez no era lo que habíamos pensado, pero en eso consiste la distopía. Dejen de escribir novelas futuristas, el presente ha conseguido alcanzar el clímax de todas aquellas historias que teníamos en la imaginación.
Los coches continúan circulando por las calles y las retenciones siguen en las carreteras en las operaciones de salida y retorno de las vacaciones. Los automóviles son cada vez más fantásticos. Pero no vuelan. No saben volar entre los edificios. Eso forma parte de los sueños de un pasado, tal vez no muy lejano. ¿Recuerdas cuál fue tu primer coche?
El hombre quiere regresar a la luna. Hace unos días, el cohete ha tenido un fallo en los pistones de inyección. No pasa nada, algún jefe de taller dará con la solución y el copiloto le dirá: «¡trata de arrancarlo, Carlos, trata de arrancarlo, por Dios!». Mientras tanto, los agnósticos siguen proclamando que el satélite acompañante de la Tierra, como Sancho hizo con don Quijote, es una imagen proyectada, no es real. Dicen que Asimov se ha reencarnado en un Steven Spielberg que nos engaña. Con un cañón de luz ilumina las noches oscuras, proyecta sobre el cielo ese diorama como aquella estela que existía en los cines. ¿Recuerdas aquellos cines de verano?
La sociedad ya no está dividida en clases. Ya no existen ricos ni pobres. Con el metaverso, todos somos iguales, salvo que a un lado están los enriquecidos y, al otro, los empobrecidos (para los eufemismos somos únicos). En esta distopía, dos genios han decidido unir sus fuerzas: Bill Gates y un Steve Jobs resucitado han creado una UTE, comprado un garaje en proindiviso y han inventado el holograma jornalero. Algunos ya no tienen que ir a trabajar (el culmen de la conciliación laboral y familiar), ahora solo curra «el otro yo» que se marcha a la oficina virtual. El único inconveniente es el precio. Solo los enriquecidos pueden tener el suyo. Lo compran por internet y se lo sirven a domicilio, pero a esa hora de la siesta en la que te llaman las empresas de telefonía para venderte un internet con 24G. Sin embargo, los empobrecidos solo tienen derecho a un holograma de marca blanca, y gracias a las subvenciones a cobro revertido y previo pago de los gastos de reembolso. Hace dos días, la polícía desarticuló un red dedicada a la trata de hologramas de imitación. ¿Recuerdas a los manteros?
Año 2022. La democracia ya no existe. No importa, qué mas da. La gente es feliz. Tiktok, fotografía de postureo sin filtro, un tuit para dar que hablar. El pueblo tiene derechos, derecho al bla bla bla. La vida está más cara, no llegamos a fin de mes, pero sacan a unos niñatos a las ventanas y todos al bla bla bla. Que la educación y la sanidad no funcione, no sucede nada, todos al bla bla bla; que la justicia funcione lentamente y tenga como banda sonora aquella canción del Despacito, todos al bla bla bla. La factura de la luz, sube que te sube, pero el alcalde del break dance ya ha anunciado que las luces de Navidad las encenderá más pronto que tarde. La democracia está en manos de dos o tres y el resto al bla bla bla. ¿Recuerdas qué era la democracia?
Hace casi medio siglo de aquella fotografía. Hace casi cincuenta años que lo vi con el puño en alto. Por aquel entonces salió a la calle para protestar por la carestía de la vida. Hoy me pregunto qué sería de ese niño y, ahora, qué le digo a mi hijo.
Nota.- Esta imagen se tomó en el febrero de 1976, en la primera gran manifestación de la Transición contra la carestía de la vida. Desde hace años la tengo como un símbolo de la historia reciente de este país. Siempre me he preguntado qué habrá sido de ese niño, quién era él. Mi homenaje a su lucha, a su puño en alto, a su sonrisa, a esa inocencia que siempre guarda la ilusión.