Como es mismo Estupinyà comenta, somos testigos de un momento de la historia donde la Ciencia avanza a pasos agigantados y lo paradójico es que nos sorprendemos poco. Quizás sea la costumbre de oír noticias tan cotidianamente que parece que esos avances son cuestión natural o tal vez por que muchas veces esos descubrimientos son la confirmación de hipótesis que ya los científicos nos habían pronosticado tiempo antes o bien porque aun nos parece inverosímil todo lo que parece desencadenarse de esos “pequeños” hallazgos, tal como lo mencionaba, siendo capaces en un futuro de tener en nuestras manos un estimado de nuestro futuro en cuanto a salud se refiere.
Estamos en un instante de la historia en donde si bien aún no podemos definir todos los factores genéticos que intervienen para que una persona padezca diabetes mellitus, si se pueden diseñar o escoger tratamientos específicos para ciertas enfermedades, por ejemplo el glioblastoma (uno de los tumores cerebrales más comunes) o el melanoma, ofreciendo un mejor pronóstico, con solo determinar si el paciente es portador o no de una mutación genética en sus cromosomas.
Pero no solo en genética se han hecho descubrimientos importantísimos, dentro de los campos de investigación que más atraen a los científicos está quizás el sistema inmunológico y su aplicación para el tratamiento de diferentes enfermedades. En las últimas décadas se ha detectado que muchas enfermedades, aún aquellas que no se pensaba tuvieran relación con el sistema inmune tienen su origen o parte de él en nuestro sistema de defensa, ejemplos son la cardiopatía isquémica o la enfermedad de Alzheimer.
Y es que en los últimos años hemos visto como los tratamientos médicos buscan a través de terapias conocidas comúnmente como biológicas, regular el funcionamiento de nuestro sistema inmune, ya sea estimulando su respuesta para “atacar” cierta proteína, célula o agente causal o bien por el contrario atenuando su respuesta, tal es el caso de padecimientos autoinmunes como psoriasis, lupus, etc.
Por otro lado tenemos los grandes avances en neurociencia, donde la tecnología aplicada en la obtención de imágenes del sistema neurológico en pleno funcionamiento y otros métodos nos han ido permitiendo descubrir como funciona nuestro organismo, como es que sentimos, razonamos y memorizamos. Aún queda mucho por saber, pero ya contamos con un plano más realista de esta situación a comparación de lo que se tenía hace apenas 20 años.
Con tantos avances nuestra capacidad de asombro pareciese irse agotando y es esto lo que más me preocupa, porque cuando nos dejamos de maravillar por el mundo que nos rodea empezamos a perder esa curiosidad por comprender más y nos alejamos de poder seguir descubriendo. Y aún nos falta tanto por aprender, no solo en la medicina, imaginemos todo lo que nos falta encontrar allá afuera, en los bosques y selvas o más allá, en el universo y nosotros aquí acostumbrándonos a oír descubrimientos como si fuera una situación cotidiana, sin abrir los ojos con asombro o dejar caer la quijada.
Cuando menos lo pensemos, habremos instalado aquella aplicación que nos resume nuestro pronóstico de vida basados en el conocimiento sobre el cromosoma humano, y la consultaremos diario, tal vez lo tweetemos en nuestros smartphones a los cuales nos acostumbramos como si fueran algo cotidiano siendo que hace 10 años ni hubiésemos soñado traer algo similar en nuestros bolsillos.
Bien vale la pena sentarnos un momento a reflexionar, a descubrir cada una de las nuevas puertas que la ciencia nos ha ido abriendo y darnos la oportunidad de asombrarnos como cuando éramos niños y dejarnos seducir por las maravillas que la naturaleza y el mismo hombre nos ofrecen.
Quiero pedir disculpas por mi ausencia en las últimas tres semanas, motivos familiares me mantuvieron lejos de mis actividades cotidianas, pero espero regresar con nuevos bríos y ojalá pronto reciba correos de ustedes sobre temas que quieras investiguemos o tratemos.
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