Si perdían el partido, en el Tzompantli, el 'Templo de las Calaveras', se exhibirían los cráneos del resto de integrantes del equipo, clavados en estacas. A él le habían reservado una muerte diferente.
Sus compañeros parecían resignados. Conscientes de que pendía sobre ellos una sentencia capital, aquel juego les permitía la posibilidad de librarse de su destino, y de traspasar su condena a sus adversarios, si les derrotaban.
En el fondo contrario, bajo el templo que albergaba el palco de autoridades, descansaba el conjunto blanco, defensor de las fuerzas que propugnaban el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Desde aquella distancia distinguía, al final de la cancha, una pila de ofrendas a los dioses, mucho más alta que la suya.
A Yax T’ul siempre le fascinó la historia de los héroes gemelos, Hunahpú e Ixbalanque, que habían jugado a la pelota con los señores de Xibalbá, dioses del inframundo, tras superar previamente múltiples y difíciles pruebas. Los hermanos mayas vencieron, y regresaron victoriosos del averno, ascendiendo al cielo en forma de Sol y Luna.
Ambas escuadras se reencontraron en el centro del recinto, aclamados por los espectadores, que se situaban en sendos graderíos a los lados de la cancha. En la tribuna presidencial, en el extremo sur, podía ver al ah chilam, el gran adivino, al vigente ahau, sentado en su trono-jaguar, y a los otros dos ahauoob o corregentes, dispuestos a presenciar el desarrollo de la competición, sin perder detalle.
En los muros casi verticales que delimitaban el terreno de juego, se repetía incesantemente la imagen de la serpiente emplumada K´uk´ulkan, pintada sobre una mezcla de cal en la que el balón rebotaba vivamente.
Su contrincante, Ah Muluc Tok, ‘Doble Mandíbula’, también lucía un escudo con la figura del dios K´uk´ulkan. Apretaba los dientes, en los que se entreveían varias incrustaciones de jade, y con la mirada inyectada en odio, sin disimular la animadversión que le profesaba, esperaba con ansiedad que el ahau lanzase la bola.
Aunque a todos los efectos las decisiones se tomaban en la asamblea, el mando recaía en uno solo de ellos cada año, el ahau, el 'primero entre iguales'.
En virtud de las rotaciones, ahora le tocaba ejercer el cargo, pero 'Doble Mandíbula', que se había incorporado al consejo en sustitución de su padre, fallecido en combate, reclamaba que tal honor le correspondía a él.
Hacía varios k’atun, los periodos sagrados de veinte años, que las principales urbes mayas de la región, Uxmal, Mayapán y Chichén Itzá, habían llegado a un acuerdo, por el cual disfrutaban de una relativa paz.
Lejos quedaban los días legendarios en los que el dios K´uk´ulkan, guió a los itzaes en su empeño por asentarse nuevamente en las tierras de sus antepasados, de las que habían sido expulsados.
El ahau cesante puso finalmente la pelota en juego. Yax T'ul fue el primero en conseguir golpearla, ya que el pok-ta-pok no se le daba nada mal, desde los tiempos en que lo practicaba en la academia, donde los hijos de la élite se entrenaban en el arte de la guerra.
Las reglas eran sencillas. Existían distintas variedades, que permitían el uso de bates, manoplas o raquetas, pero en aquel caso habían determinado que utilizarían su versión más pura. Solo podían impulsar el balón con las caderas, los codos, las rodillas y los antebrazos. Si tocaban la bola con cualquier otra parte del cuerpo no autorizada, ello suponía una penalización.
Si el balón atravesaba el aro, esto es, si el Sol perforaba la Tierra para elevarse el firmamento, se entendía como una señal de que los dioses habían decidido que aquel bando debía ser el campeón. Era complicado obtener dicho tanto, pero él ya lo había conseguido en alguna que otra ocasión.
Yax T'ul agradeció que los músicos señalasen un receso. Completamente agotado, se desprendió de las pesadas protecciones que portaba para resguardarse de los peligrosos rebotes de la bola, bastante dura.
El tremendo cansancio le venía provocado por la intensidad del juego. Los que vencieran serían magníficamente agasajados, mientras que los perdedores tendrían el honor de ser ejecutados al día siguiente en la pirámide principal, el templo de K´uk´ulkan, tras la ceremonia de entronización.
Para fortalecerse, tomaron una generosa cantidad de cacao, la bebida de los dioses, reservada por ley en exclusividad a la nobleza. En aquel trance, los participantes del juego a vida o muerte eran merecedores de la más alta consideración.
Yax T’ul observaba cómo alguno de sus compañeros se quedaba ensimismado ante la belleza de los recipientes, profusamente decorados. Y es que, para los miembros de la élite maya, los vasos de cacao constituían importantes símbolos de distinción, que se empleaban en las ocasiones más relevantes, como cuando cerraban sus negocios.
Miró hacia el palco, y vio la pesadumbre que abatía a la princesa Sastal Ek. Sin duda, entre los dos pretendientes, su corazón le había escogido a él. En la fiesta de recepción a la realeza de Uxmal, que celebraron en el Templo de los Guerreros hacía unos días, pudo charlar a solas con ella.
Ya tenía una esposa, merced a los tratos concertados por su padre, que asimismo había ejercido de ahau, y que apalabró su matrimonio con la hija del chamach, el sumo sacerdote. Mas él y Kayam Kuk nunca habían sentido una fuerte atracción el uno por el otro. Y el hecho de que un noble tuviera más de una mujer no estaba mal visto, fundamentalmente si el motivo era el de establecer alianzas políticas.
Tampoco su contrincante era soltero. Su mujer era la heredera de una estirpe aristocrática de Mayapán. A diferencia de su familia, que eran descendientes directos de K´uk´ulkan, 'Doble Mandíbula' estaba emparentado con la clase dirigente de la ciudad vecina, fundada también por los itzaes.
Por fin, a Yax T’ul le llegó una pelota a media altura. Concentró su energía, y le asestó un certero golpe con el codo. El balón voló directo hacia el aro. Pero, en el último instante, un objeto lanzado por alguien del público, y que el juez fingió no advertir, impactó en él y lo desvió ligeramente de su trayectoria.
La pelota de hule macizo impactó en el muro, y salió despedida a gran velocidad. Por su composición, los rebotes eran muy fuertes. Varios jugadores trataron de salvar el tanto sin éxito, y la bola botó en tierra por primera vez.
Los vencedores se abrazaron en medio de la cancha, completamente eufóricos, en tanto que, procedentes del Palacio del Jaguar, un destacamento de soldados se acercaba para detener a los derrotados.
La comitiva se detuvo al borde del cenote. Dada su profundidad, no se veía el fondo, y su superficie aparecía absolutamente oscura. Por tal razón todos lo consideraban la puerta de acceso al inframundo y constituía un gran centro de peregrinación.
Se realizaban en él constantes sacrificios humanos. Mujeres, hombres y, principalmente niños, eran arrojados a su interior, para que cuando se hundiesen, intercedieran por ellos ante los dioses.
Mientras tanto, le cubrieron de pintura de azul, el color sagrado de Chac, y le cargaron de collares, brazaletes y anillos de oro, plata y piedras preciosas, que debería entregar al dios cuando llegase al fondo.
Entre los presentes se hallaba Bolon Ti, un amigo suyo desde la infancia, pero que hacía unos días que se había posicionado a favor de su antagonista. Muchos conocidos le habían abandonado en los últimos tiempos, deslumbrados por las promesas del infame ‘Doble Mandíbula’, o quizás temerosos de sus amenazas.
Sabía que era un honor ser sacrificado en nombre de su pueblo, pero aun así, le habría gustado servirle de otra manera. El golpe con la superficie del estanque fue terrible, y pronto sus lágrimas se fundieron con el agua, mitad dulce, mitad salada, del pozo.
Al día siguiente, una multitud se congregó delante del Templo de K´uk´ulkan, centro de la metrópoli y del universo, para contemplar el mágico espectáculo que inauguraba la temporada de siembra.
El movimiento descendente del astro provocaba que el cuerpo de la serpiente emplumada pareciese descender por una escalinata. Y es que todos los edificios estaban alineados según los estudios de los sacerdotes astrónomos, un oficio muy complejo y de mucho prestigio, ya que era esencial que el diseño de las ciudades respondiese al orden cósmico.
Una primavera más, el dios K´uk´ulkan no faltó a la cita para inaugurar la estación de lluvias e investir al nuevo ahau de Chichén Itzá. Al concluir el fenómeno sobrenatural, 'Doble Mandíbula', en compañía de la princesa, se acercó hasta el Templo de Noh Ek, la estrella de la mañana, ubicado en el extremo norte de la gran explanada, donde tendría lugar la entronización, así como el matrimonio de ambos.
El pretendiente lucía la vestimenta ceremonial y se sometió, con ademán de sacrificio, al interrogatorio que debía certificar su noble linaje. Acertó sin problemas los enigmas que le formularon en el lenguaje suyud, cuya comprensión estaba limitada a los miembros de la nobleza, al transmitirse dichos conocimientos solamente de padres a hijos.
Así demostraba que era merecedor de ostentar el cetro, la estera sagrada y el trono. En breve recibiría también el tocado de piel de jaguar y el libro divino que contenía la sabiduría de Itzam Ná, el dios creador.
Afortunadamente, la representación acaparaba la atención del público. Nadie se dio cuenta de su presencia. En un momento dio un salto sobre el escenario, ante la perplejidad de todos.
Yax T’ul había vuelto del reino de los muertos, como en su día hicieron los hermanos Hunahpú e Ixbalanque. Le rodearon, manteniéndose, eso sí, a una cierta distancia, hasta comprobar que realmente se trataba de él, y no de un impostor.
Ninguno podía imaginar que unos días atrás había bajado con una escala hasta la base misma del cenote, con el objeto de preparar unos matojos a ras del agua, para ocultarse de la mirada de los ejecutores.
Allí aguantó, agarrado a un tronco que había insertado por debajo de la superficie, hasta que todos se retiraron. Su amigo Bolon Ti, que había simulado su adhesión incondicional a su rival, mientras le anudaba el peso a los pies, le facilitó un pequeño cuchillo de obsidiana para que pudiese cortar las ataduras, y luego acudió con una cuerda para que escalase el muro.
E inmediatamente después, sin que su esposa Kayam Kuk se atreviese a realizar alguna objeción, tomó en matrimonio a la princesa Sastal Ek, que no salía de su asombro. No le cabía duda de que aquella celebración se recordaría por muchos k’atun.
y...