Yo confieso

Por Eltiramilla

–Padre, confieso que he pecado. El otro día…

–Cuenta, hija, cuenta.

–El otro día vi un partido de fútbol con mi hijo.

–Mujer, que ver la tele no es pecado. Que los lectores también lo hacen. ¡Y los escritores! Si no fuera por el secreto de confesión, si yo te contara…

–Lo sé, padre, lo sé. Pero no, que no era por la tele, que era en directo. Un partido en el colegio de mi hijo.

–El fútbol tampoco es pecado, que pareces una campaña institucional de fomento de la lectura de esas que da a elegir entre leer o ver la tele / hacer deporte / jugar a videojuegos / ser guay.

–Ya, padre, que no es eso, es que es mucho peor.

–Dime.

–Es que era un partido entre niños de Primaria de dos colegios distintos, y en el campo, entre todos aquellos canijos emergía como Goliat un árbitro cuarentón sobrado de carnes y falto de pelo: el árbitro. Y mientras corría de un lado a otro sudando la gota gorda, yo… yo…

–¿Sí?

–Yo… sentí lástima de él.

–¡Cielos!

–Ya. Lo confieso. Lo vi ahí, y me lo imaginé con menos años con sus aspiraciones de pitar en La Romareda, en el Bernabéu, en el Maracaná, ante cien mil espectadores, poniendo en su sitio -tarjeta va, tarjeta viene- a esos niñatos que cobran salarios de ocho dígitos. Y sin embargo, ahí estaba, rodeado de un montón de criaturas que apenas sabían distinguir un fuera de juego.

–¡Ah! ¡Tanto reclamar, tanto reclamar! Que si escribir para niños y jóvenes es tan importante o más que escribir para adultos, que si se merecen lo mejor, que si es aún más difícil escribir para ellos… ¡Pues no es poco difícil arbitrar un partido de esos! ¡Que un Mourinho es un gatito de peluche comparado con el padre de un aspirante a Messi que siente que no han tratado con justicia a su niño! ¿Y no se merecen esos pequeños futbolistas una recta justicia y un arbitraje profesional? ¿Eh? ¿Eh?

–Ya, padre, no me torture más, que no dejo de pensar en ello. Con la de veces que lo he dicho yo.

–Bueno, hija, en penitencia tendrás que leer diez veces el artículo Fútbol es fútbol de Jorge Gómez Soto.

–Ay, padre, que ya me lo he leído y me gusta mucho. Dígame otra cosa que me mortifique más.

–Pues… este fin de semana, a escuchar Carrusel deportivo.

–¿Entero, padre?

–Entero.

–Y sin hacer otra cosa mientras tanto, que nos conocemos.

–¡Ay, padre!

–Ego te absolvo…