El sábado 20 de mayo se presentó en la librería madrileña La Hora Azul el libro colectivo Arquitectura con arquitectas, coordinado y dirigido por mis compañeras y amigas profesoras de la URJC Fermina Garrido, Elena Escudero y Raquel Martínez.
El libro surge de un grupo de trabajo y de investigación de la Universidad Rey Juan Carlos y trata de un montón de aspectos, proyecciones y consecuencias del género en el ejercicio y el uso de la arquitectura y del urbanismo.
(Ni que decir tiene que la elaboración, coordinación y, sobre todo, financiación del libro ha sido una labor ardua, difícil, lenta y paciente, que ha acabado con este fruto tan hermoso y necesario editado con Ediciones Asimétricas).
No es "un libro de chicas sobre arquitectura" (de hecho en él escriben unos cuantos chicos), ni "un libro para chicas", ni un "ya estamos con la milonga del género por aquí y por allá", sino que aglutina unas cuantas investigaciones que nos interesan y nos importan a todos (y aquí uso el masculino genérico con toda intención).
No voy a desarrollar el contenido del libro (aunque merecería una entrada más que de sobra), sino que, egoístamente, voy a contar cómo vi la presentación y cómo la sentí.
En la librería no se cabía. Es una librería pequeña, y la sala dispuesta para este tipo de eventos es reducida, aunque suele ser más que suficiente porque nunca hay tanta gente. Las sillas se ocuparon en un momento; después la gente se fue sentando en el suelo, luego se fueron colocando de pie contra la pared de esta salita, a continuación de pie en la zona de venta y por último de pie en la calle. Qué locura.
Estábamos bastantes amigos pero, sobre todo, había bastantes alumnas y no pocos alumnos. Incluso exalumnas que empezaban su esperanzadora vida profesional. Algunas de ellas habían escrito algún capítulo, e incluso alguna había participado cuando era estudiante y ahora asistía a la reunión ya como incipiente y prometedora arquitecta.
Al final ir a la presentación del libro (que estuvo muy bien y contaron cosas muy interesantes) es lo de menos. Es lo bien que se lo pasa uno cuando está entre personas queridas, simpáticas, inteligentes y buenas. Las risas, la cerveza de después, entre la librería y la calle. Los saludos y abrazos de quien te encuentras de sopetón y no te esperabas. Los saludos y abrazos de quienes sí esperabas encontrar y has buscado con afán.
Me olvido de todo pudor y cuento que se me acercó una chica y me dijo que lee este blog desde hace mucho tiempo, que le ha acompañado durante toda la carrera y que le ha gustado siempre, animado algunas veces, emocionado otras... y ya no sé qué más dijo porque creo que me desmayé.
Después del acto, del post-acto y del requete-acto nos fuimos a comer. En principio la cosa era solo entre profesores amigos, pero de forma muy espontánea se apuntaron una media docena larga de estudiantes.
Yo, persona de provecta edad, educado en un ambiente bastante diferente, me sigo sorprendiendo no de que estas profesoras encantadoras quieran comer con estas criaturas como una cosa natural de tú a tú, sino de que a las criaturas les parezca incluso divertido comer con nosotros.
(Aclaro que el más mayor soy yo con diferencia, y que el resto de docentes pueden pasar por discentes ante cualquier observador imparcial, lo que hace que no haya ningún bache).
En la comida una estudiante me dijo que le marcó una vez que fui a la universidad (yo aún no era profesor) a contarles no sé qué, y que lo recordaba con gran viveza porque había significado mucho para ella. No sé qué más me dijo porque me volví a desmayar.
Otra alumna me enseñó a usar los palillos y lo acabé haciendo casi bien.
Tras la comida hubo karaoke, lo que para mí fue un shock, porque tuve ocasión de comprobar que las dignísimas profesoras habían estado usando todo el tiempo su carrera docente como tapadera para enmascarar su verdadera dimensión de estrellas del rock, del bolero y del tango. Los no menos respetables profesores se arrancaron con dondiablosehaescapado túnosabeslaquehaarmado y en ese momento recordé súbitamente que había quedado con unos exploradores del bajo Annapurna para escardar unos cebollinos y salí como salió la Cenicienta del baile a las doce de la noche. Mala suerte para el grupo, que no pudo disfrutar un estrányers in de nait de escándalo.
Creo que no he dado demasiados datos como para prestigiar como artistas del show business a mis compañeros y compañeras, aunque soy un bocazas y tal vez me haya extralimitado. He de recordar la primera regla del Club del Karaoke: Nadie habla del Club del Karaoke.
Cada vez escribo peor: El otro día quise hacerlo sobre este libro, esta presentación, esta sensación de comunidad y me derivé con la frase del tío Alex: "Si esto no es bonito..." Me despisté de mi intención por una foto en la que salía con Fermina, una de las coordinadoras del libro. No estaba seguro de quién la había hecho y no fui capaz de decirlo. Hoy sé que fue quien tenía más probabilidad, pero a quien no sé por qué descarté de entrada, Bernardo Angelini, de zigzag arquitectura, un gran arquitecto, pero sobre todo un lujazo de compañero que con su cordialidad, con su sencillez y con su bondad consigue que yo deje de sentirme por unos minutos como un impostor y me integre entre tanta gente tan buena.
Un pedazo de arquitecto de primerísima línea que, a propósito del leit motiv de estas dos entradas, me ha dado una profunda enseñanza sobre el término bonito y su aplicación. Me he dedicado ya alguna vez a ese escurridizo y antipático palabro (por ejemplo aquí), pero él me ha hecho repensarlo y quiero escribir sobre ello.
No anuncio una tercera parte, porque ya sería demasiado pesado este rosario, y porque tal vez no sea la siguiente entrega de este blog, pero no lo olvido. Creo que es muy interesante hablar un poco de su punto de vista, siempre digno de consideración y de aprendizaje.
En fin, todo suma y todo se mezcla. Todo es fértil y de todo sale conocimiento y alegría. Qué estupendo, qué... Un momento; parad. Si esto no es bonito yo ya no sé qué es bonito.