Todas las ninfas del Olimpo, eran cortejadas por Zeus. Orgullosas de tal merecimiento, sus vidas estaban inmersas en canciones, danzas y sonrisas. Bellas, delicadas y con una picardía digna del mejor de los truhanes, correteaban por los bosques intentando atraer la atención del padre de los dioses.
Pero una ninfa preciosa, llamada Hermetia, no compartía con sus amigas tal afición al coqueteo. Protegida desde su nacimiento, personalmente por Hera, esposa de Zeus, sufría viendo la aflicción que los escarceos del dios , producían en el corazón de su benefactora.
Intentaba distraer a Hera, con dulces cánticos que la relajaban, evitando así que el tormento de los celos la volviésen loca.
Hermetia estaba obsesionada por lograr que la paz reinase en el espíritu de Hera, y poco a poco, la locura que intentaba alejar de su diosa, comenzó a invadir su propia mente. No podía soportar a las otras ninfas. El simple sonido de sus alegres voces, la hacía correr a esconderse, pero era tan fino su oído, entrenado durante tanto tiempo para la música, que no siempre conseguía alejarse lo suficiente para no escuchar a sus amigas. Cada vez las oía antes acercarse, y también le resultaba más difícil esconderse donde no escuchar sus felices alborotos.
Una tarde tras conseguir tranquilizar y dormir a Hera, después de que fuese conocedora de la última conquista de su esposo, Hermetia a su lado, disfrutaba del silencio de aquél rincón del Olimpo.
Sin esperarlo y creyéndolo lejos con su nueva amante, vió que Zeus se acercaba lentamente. Se puso nerviosa pues a ella nunca la había cortejado, quizás porque en su presencia, solía enmudecer para no llamar su atención.
- ¿Porque nunca te escucho cantar bella Hermetia ? – le preguntó Zeus mientras la tomaba de la mano.
- Solo canto para Hera señor, – respondió Hermetia.
- ¿porqué motivo mi esposa es la única privilegiada ? – insistió Zeus.
- Porque ella sufre mucho viendo como la compartís con las ninfas y mis melodías la ayudan a mantener la cordura.
Zeus se quedó absorto, la miró embelesado y por un momento se sintió como un niño culpable.
Tras unos segundos silenciosos, mirándose a los ojos, empezaron a escucharse los alegres parloteos de las ninfas, que extrañadas de no hallar a Zeus en los bosques, jugaban a ver cual de ellas lo encontraba primero.
Hermetia no podía soportar la algarabía de las ninfas y cuando estaban cerca comenzó a huir.
- ¡Noooooo! ¡Vuelve! – gritó Zeus.
La potente voz de su esposo, despertó a Hera que todavía medio dormida vió como el brazo de Zeus se extendía intentando alcanzar a Hermetia.
- ¡Noooooo! ¡Con ella no! – exclamó Hera mientras miraba a su protegida con auténtico rencor.
- ¡Noooooo! ¡Hermetia noooooo! – cantaron las ninfas intentando aclarar el malentendido que acababan de presenciar.
- ¡Nooooooo! ¡Yo noooooo! – dijo Hermetia desesperada.
- ¡Nooooo, nooooo, nooooo, nooooo! se escuchó por todo el Olimpo.
La pobre ninfa, asustada y confusa corrió y corrió cuanto pudo para alejarse del antojo de Zeus, de las risas de las ninfas y de la cólera de Hera. Pero los poderes de la diosa a la que tanto había cuidado, la alcanzaron fácilmente.
- ¡Dejarás de ser hada, Hermetia! ¡Vivirás y lucharás para siempre con el estiércol como yo lucho con mis celos! – la oyó gritar.
Zeus, sintiéndose culpable no la quiso abandonar a su suerte. Jamás volvió a pronunciar su nombre. La llamaba “mi soldado” para no levantar las sospechas de Hera y todas las tardes iba a observar como Hermetia trabajaba en las ciénagas sin dejar nunca ser descubierto por ella.