En épocas pretéritas, muy anteriores a la aparición de la contaminación lumínica en nuestras ciudades, los seres humanos mirábamos más a menudo el firmamento. Era nuestro reloj, nos servía para conocer el paso de las estaciones o para saber cuándo había que levantarse antes del amanecer. Filósofos, artistas, sacerdotes y sabios exploraban el cielo en busca de respuestas. Algunos hicieron de la contemplación del cielo estrellado su propia profesión, preparando catálogos de estrellas y complicados tratados en donde se explicaba el movimiento de los planetas según un modelo geocéntrico, esto es, con la Tierra (y no el Sol) como el centro del Sistema Solar. Estos astrónomos conocían tan bien el cielo que sabían identificar rápidamente los acontecimientos extraordinarios, como la aparición de un cometa. Quitando el movimiento de los planetas, los cielos eran inmutables, y nos siguen pareciendo inmutables hoy día. Por eso, cuando en noviembre de 1572 el astrónomo danés Tycho Brahe identificó una nueva estrella en la constelación de Casiopea, sus observaciones chocaron fuertemente con la idea aristotélica de la época de la inmutabilidad de los cielos. En 1973 Tycho publicó su libro “De nova et nullius aevi memoria prius visa stella“, en latín “Sobre la estrella nueva y nunca vista antes por nadie”, que describía sus observaciones. Desde entonces a este tipo de estrellas que aparecen repentinamente en el cielo se las conoce como “novas” o “supernovas” (las novas más brillantes).
No fue hasta la década de los 30 del siglo pasado cuando se estableció que una “nova” y una “supernova” eran cosas distintas. En la actualidad el término “supernova” indica la destrucción completa de una estrella tras una violenta explosión, pero esto no ocurre en una nova. La explicación que los astrofísicos dan a las novas es la siguiente: son estrellas enanas blancas que poseen una estrella compañera muy cercana. La enana blanca va arrancando poco a poco material a la estrella compañera. Este material (hidrógeno y helio) cae a la superficie de la enana blanca, donde de repente se fusiona, esto es, el hidrógeno y el helio robados se transforman en elementos más pesados. Este proceso libera gran cantidad de energía, lo que se traduce en un gran aumento en el brillo de la estrella. En muchos casos, la nova pasa de no verse a simple vista a ser un astro destacado en el cielo. En este punto hay que matizar que un tipo de supernovas, las clasificadas como “Ia”, tienen un origen similar: es una enana blanca robando material a una estrella compañera cercana. Pero en una supernova de tipo Ia es la propia enana blanca la que explota, destruyendo completamente el sistema. La “estrella nova” de Tycho Brahe era en realidad una supernova de tipo Ia. Esto no ocurre con las novas: ambas estrellas siguen vivas tras la explosión termonuclear. De hecho, las novas suelen ser “recurrentes”, esto es, cada cierto tiempo (años o decenas de años) experimentan un aumento repentino de brillo.
(Izquierda) Mapa de Hevelius, fechado el 25 de julio de 1670, detallando la posición de la “Estrella Nova” bajo la cabeza del Cisne, en la constelación de la Raposa (Vulpecula). (Derecha) Imagen de los restos de la nova observada en 1670 tal y como se observan en la actualidad. En azul se codifica la luz en en rango óptico usando observaciones del telescopio Gemini Norte (Hawaii, EE.UU.). En rojo y en verde se codifican la emisión en ondas milimétricas detectada por el radiotelescopio APEX (Atacama, Chile) y el radiointerferómetro SMA (Hawaii, EE.UU.), respectivamente. Crédito: Royal Society (mapa de Hevelius), ESO/T. Kamiński (imagen).
Justo estos días han aparecido dos noticias astronómicas relacionadas con novas. Por un lado, el 15 de marzo el astrónomo aficionado australiano John Seach descubrió una nova en Sagitario. Bautizada como Nova Sagittarii 2015 No. 2 se ha podido incluso ver a simple vista a principios de semana. Pero su brillo ya está decayendo, ahora mismo está justo en el límite de visión con el ojo desnudo (*). Por otro lado, el Observatorio Europeo Austral (ESO) hizo pública la noticia del nuevo estudio sobre la “misteriosa” nova de 1670. Estudiada por Hevelius y Cassini en el siglo XVII y localizada en la constelación de La Raposa (Vulpecula), justo debajo de la cabeza del Cisne, el comportamiento de este objeto nunca fue similar al observado en otras novas. Gracias a nuevos estudios usando telescopios y radiotelescopios se ha podido demostrar que el fenómeno fue originado por el choque de dos estrellas. Así se ha creado una nueva definición de estrellas explosivas: las “novas rojas luminosas”, producto del choque de dos estrellas. Poco a poco seguimos arrancando secretos al Cosmos.
(*) OJO: las observaciones enviadas a AAVSO en los últimos días indica que la nova Sagittarii 2015 No 2 ha vuelto a subir de brillo. Ahora está entre magnitud 4.5 y 5, así que se necesitan más observaciones de este objeto