Revista Maternidad

17 escalones

Por Mamaenalemania
Lo sé, lo sé, lo sé. La familia política es… primero política y después familia.
Tú que creías que terminabas de independizarte cuando te arrejuntaste y resulta que en el lote vienen de serie unos pseudopadres sin lugares comunes. Te tienes que hacer querer sin gugútatás y se tienen que hacer respetar sin poder recurrir a la paga semanal.
En mi caso la suegra fue pan comido. Literal. El mismo día que les conocí me zampé un estofado de la señora acompañado de varios mmmms y rematado con un rebañe sin pan (claro que después de 2 horas ayudando a mi futuro en el arroyo me hubiese comido hasta las algas). Ella, consciente de sus carencias culinarias, debió de pensar que eso era amor del de verdad verdadero, lo demás tonterías y me acogió bajo sus alas.
Con mi señor suegro costó un poco más: un positivo en el test de embarazo que dejase de tratarme de usted y un gugútatá de verdad (del niño, no mío) que me liberase de formalidades y de tener que dirigirme a él como Herr Dr.
Los años y la (ya no tan reciente) cercanía de nuestros respectivos hogares han hecho que la relación se estreche y las reuniones tiren más a distendidas que a lo contrario. Varios hits (o puntos de inflexión) han ido rematando y/o redireccionando el trato: El nacimiento de un nieto (para bien), una mala cara a mi cuñada (para un poco mal), la primera vez que te ven llorar (para depende)…etc.
El último hit político sigue pendiente de clasificación pero sus efectos no tardarán en hacerse notar, me temo.
Hace un par de días en casa de mis suegros, hasta el moñen ya de las disertaciones de mi biocuñada sobre la injusticia del circo (conste que a mí también me parece injusto que vaya al circo: si quieren verla, que vengan a casa, ¿no?), accedí a los grititos suplicantes del mediano y le acompañé a su nuevo juguete preferido: las escaleras.
Las escaleras de mis suegros tienen exactamente 17 escalones, que el niño kamikaze sube y baja con su divino culo varias veces en cada visita. Acompañado, claro está, que sus dientes también le quedan divinos y quiero que los conserve.
Nada más empezar con el segundo escalón, se abre la puerta del baño (en el piso de arriba) y de ahí que sale el Herr Dr. en albornoz dirección a… vestirse, supongo. Como cualquier persona a la que los niños ni fú ni fá hasta que sepan jugar al ajedrez, sus esfuerzos carantoñescos suelen ser justo la que no tenía que ser en el momento que no hacía falta. O sea, por ejemplo, en ese mismo instante.
Tal cuál divisó al pequeño Destroyer dirección arriba, tal cual se agachó a animarle en su tarea. (Leer con cejas levantadas:) Tal cual.
A partir del escalón 8 más o menos, dejé de rezar para que se diese cuenta y se tapase y empecé a intentar sobornar mentalmente a la Providencia para todo lo contario: No volveré a meterme con mis cuñadas, fumaré menos, llamaré a mis abuelas todas las semanas, me comeré las acelgas… lo que sea… pero por favor por favor por favor quiero llevarme este secreto a la tumba.
Parecía que funcionaba, ya llegábamos al final de la escalera y aquí nadie había visto nada. Por supuesto, en ese momento tuvo que aparecer la hippypollas (gracias Anónima por este nuevo concepto) a gritarle a su padre que le estábamos viendo tó.

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