Revista Cultura y Ocio

Crítica teatral "a media luz los tres" miguel mihura

Por Orlando Tunnermann

"A MEDIA LUZ LOS TRES"EL CORRAL DE LOPE. C/LOPE DE VEGA 31.UNA OBRA DE MIGUEL MIHURA EN LA VERSIÓN DE LA DIRECTORA CRISTINA QUEROS28/05/17-04/06/17
REPARTO DANIEL BOLORINOS, EMANUELE TERRACINI Y CRISTINA QUEROS(DIRECTORA Y ACTRIZ SUSTITUTA)DIVERTIDA, GRAN TALENTO DE LOS ACTORES.
Crítica teatral media tres
SINÓPSISComedia de enredo donde un solterón muy divertido comprobará que acaso sus dotes de Romeo sean más imaginarias que reales. Situaciones surrealistas, humor a raudales. Como lema de la función: " Un burro no es sino un caballo que no pudo ir a la escuela". Creo que esto define bastante la enjundia de la obra.ORLANDO TÜNNERMANN.
En este país nuestro, donde la cultura aún se escribe con "K", no sé si me explico, creo menester comenzar mi crónica teatral aclarando que: Miguel Mihura no era ganadero ni mucho menos un toro llamado Miguel. Mi crítica se centra hoy en la figura de este excelsodramaturgo natural de Madrid (1905-1977). En mi memoria de recuerdos desvaídos, si con mi catalejo trato de avizorar mi remota adolescencia, puedo vislumbrar escenas y fragmentos de una serie de televisión tan hilarante como singular: "Ninette y un Señor de Murcia". Los actores estaban colosales, especialmente, a mi modo de ver, la sensual Victoria Vera. Mihura volvió a sorprenderme gratamente de nuevo con su "Maribel y la extraña familia" (1952). Por supuesto, yo vi una versión de actores bisoños (aprendices), donde rutilaba (destellaba) con luz propia una estudiante con vocación artística que se enfundó en la piel de la estrambótica Maribel. Aquella chica era un portento, un ejemplo más del talento dispersado por nuestro país con nombres que esconden su gloria en los pliegues del silencio rotundo. Ya entonces Mihura era para mí sinónimo de grandeza, ingenio, gracejo chusco, comicidad burlesca, sátira y astracanadas (payasadas) concatenadas que descoyuntaban las mandíbulas de las estatuas del Museo Del Prado, si se entiende la hipérbole (exageración). No necesita presentación un título tan celebérrimo, por ejemplo, como "Tres sombreros de copa" (1952).
Ahora, muchos años después, cae en mi regazo la ocasión para disfrutar de Mihura en la versión de la directora Cristina Queros, a quien dedicaré unas líneas más adelante. Antes de arrancarme yo a desplegar epítetos, metáforas, metonimias y esta suerte de recursossemánticos que tanto me gustan a mí, me gustaría decir que leí con atención las críticas publicadas en el portal www.atrapalo.com
Como no podía ser de otro modo, cuando uno es justo y no dominan tu vida el desdén y la apatía más intratables, las referencias allí expuestas eran en su gran mayoría muy benéficas, positivas. En mi zurrón he embutido, así a lo bruto y a presión, un buen arsenal de calificativos y opiniones análogos a aquellos, para asfaltar el camino de mi crítica teatral con destino al corazón mismo de esta función tan divertida y llevada a buen puerto con la profesionalidad de los tres actores que pululan por un escenario minimalista, con predominancia de maderas en plan cabaña rural sueca. Totalmente recomendable y saludable para el alma y el corazón es la versión que acomete la resolutiva Cristina Queros, amén de gran directora, según pude descubrir, actriz de esas que surgen una vez en la vida, en compañía ella de sus "Caballeros de la Mesa Redonda", paladines del denuedo y el trabajo que gesta en algo maravilloso cuando se faena duro, con cariño a la profesión y sobre todo respeto, anhelo por crecer y aprender, emprendiendo desafíos nuevos que naveguen por rutas diferentes. Es el caso del magnífico actor Daniel Bolorinos, a quien ya había visto con anterioridad en un rol mucho más hierático y flemático que en esta ocasión, en la obra de John Ford "Lástima que sea una puta". Si allí se me antojaba casi turbulento e impredecible, en "Los tres a media luz" Bolorinos brilla con una alegría y un desenfado propio de los actores que aman lo que hacen y se desenvuelven con donaire, soltura, ingenio y dominio del plano corto, usando un término cinematográfico. La proximidad entre actores y público es íntima, palpable, tangible, me siento como si me hubiese "teletransportado" al salón de casa y estuviese observando a unos amigos que han venido a improvisar una representación de lo más jocunda y divertida delante de mis narices, todos en el salón, como una familia bien avenida que solo lograse ser dichosa cuando es en compañía de esos seres tan queridos.
Daniel Bolorinos es una presencia difícil de obviar o soslayar, con esa figura suya casi apolínea y belleza helena (griega), un tipo elegante y atractivo, mirada metálica que te traspasa, un tipo grande en su físico y en su manera de comerse las escenas, como si devorarlas y disfrutarlas fuese su placer predilecto. Me gusta cómo logra abordar toda suerte de registros emocionales imprimiéndolos en su rostro y sus gestos de manera natural. Viaja Bolorinos por el estupor, la rabia y la frustración, el embeleso y el hastío y la jactancia del bellaco conquistador que presume de romances y de sus dotes innatas para arrasar corazones de bellas damas "desvalidas". Bolorinos es el candidato perfecto para representar el papel, ahí lo dejo caer, del galán irresistible de corazón "dicotómico" o maniqueo: esto es con dos secciones diferenciadas, una, la del galán adorable y risueño, otra la del hombre atormentado y peligroso. Un gran actor, siempre insisto en esto, debe saber despuntar en toda suerte de registros: debe saber llorar y reír, conocer el lenguaje inherente al miedo, la felicidad, el sobresalto, la decepción, la comedia y el drama. Es un don despuntar en todos esos campos tan dispares. A Bolorinos le he visto cruzar en esta obra, por esos trampolines emocionales de diferente pendiente, con soltura. Gran cómico, sentido del humor, presencia en el escenario. Una ristra interminable de emociones queplasma en su faz y acompaña con sus ademanes para que el espectador forme parte de la trama y la identifique como veraz y no algo puramente artificial. Sólo un "pero" minúsculo que pude transmitirle a Daniel en persona, después de la función. Me sobran esos espacios trabados donde las palabras a veces colisionan por abusar de una dicción a veces presurosa. Insignificantes momentos, casi inapreciables, que solo ven quienes nos dedicamos a esto de diseccionar al milímetro el trabajo de los demás. Son textos largos, profusos, es el teatro, la vida misma, el terreno de la improvisación, y por ello, es maravilloso comprobar cómo los grandes actores crecen ante las dificultades en vez de arredrarse. Necesitamos errores en nuestra vida para hacerlo mejor al día siguiente. En esto de los "atascos" fugaces caen todos los actores alguna vez, pero las grandes historias se cuentan por el conjunto global, no por los tropiezos inherentes a todos nosotros. Es el modo de seguir adelante lo que nos hace grandes y en esto, Bolorinos me pareció excelso en su gran capacidad de concentración.
Un dichoso cachivache que debía reproducir efectos sonoros no hacía más que caerse al suelo. Tiene su gracia, acompaña a la comicidad propia de la obra. No vi a ninguno de los actores despistado por estos "accidentes", como decía antes, esto subraya la profesionalidad de estos jóvenes actores.
Emanuele Terracini aparece desde el primer instante, muy cachazudo y sereno él, leyendo un periódico antiguo que se me antoja anterior a la "Revolución francesa...". Forma con Bolorinos un tándem que funciona a las mil maravillas. Me recuerdan juntos a los inolvidables Jack Lemmon y Toni Curtís, curiosa pareja que sin embargo siempre funcionó como un talismán. Terracini pasa casi de refilón, casi pidiendo perdón con su actitud pacata, humilde y discreta. El "buenazo" por antonomasia que no se altera ni tiene altibajos su corazón a medio gas. Acostumbrado a ser el subalterno del galán, apenas puede comprender la atracción que sentirá por él el personaje femenino de esta función.
Se ufana vanaglorioso cuando cambian las tornas y el galán conquistador sufre en silencio y estupor el fracaso de sus propósitos, mientras el segundón adocenado (vulgar) recaba las atenciones de la chica. Fantástico Terracini, que no pierde el hilo y se gana el afecto del espectador con su talante bondadoso, natural y translúcido.
Un apunte postrero para Cristina Queros, directora de este proyecto que a su antojo ha adecuado para imprimir su propio marchamo. También tuve ocasión de revelarle en persona, tras la función, mis impresiones sobre su rol en este disparate tan divertido. Le dije entonces que me pareció una actriz sobrenatural y ahora incido. El teatro necesita actrices de su talento. En ocasiones creí ver a Lina Morgan, aquel desparpajo, una metralleta que disparaba a bocajarro palabras y frases concatenadas a velocidad sideral.
Cristina borda papeles dispares en la misma función: esa vecina adorable demudada por un catarro de órdago, elegante y locuaz "viene dispuesta a todo" pero se pone histérica perdida cuando la roza Bolorinos. Y esa asistenta que alucina en colores con el estilo decorativo de esa casa, donde las revistas acaban en el suelo y hay un burro pegado a la pared, un burro, "que no es sino un caballo que no pudo ir a la escuela". Cristina está centrada y sobresaliente, todo reparto debiera contar en su elenco con Cristina Queros. En definitiva, con actores como los de "A media luz los tres" lo normal es que el público regrese a casa con una sensación de felicidad mayor a la que traían antes de ocupar las butacas junto al escenario. Ha sido un placer asistir a esta función y espero que mis palabras animen a otros espectadores a pasar un rato de humor y entretenimiento junto a este trío de actores magníficos.

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