Viñeta de Manel Fontdevila sobre la masacre en Gaza.
Los niños son siempre las víctimas más injustas de cualquier conflicto. Todas las víctimas son injustas. De hecho, todo conflicto armado es injusto porque los que sufren sus consecuencias son quienes no han hecho nada para provocarlo. Estos días nos horrorizan las imágenes terribles que nos llegan desde Gaza. Resulta incomprensible un uso tan desproporcionado de la violencia en base a un supuesto derecho a la defensa que lo único que está consiguiendo es infligir un dolor inimaginable para quienes vivimos cómodamente instalados frente a una pantalla. No existe justificación posible, no la hay, de ningún modo y en ningún grado, para el asesinato de personas indefensas. La maldad, el odio, el sadismo son los impulsores de esos crímenes contra la humanidad que están dejando a tantas familias destrozadas, que, a sangre fría, están cercenando la vida de quienes apenas habían empezado a vivirla, aunque fuese en condiciones infrahumanas.
Pero no quiero repetir lo que ya habréis leído en otros muchos artículos. Lo que pretendo con este post es poner un pequeño foco de luz sobre iniciativas solidarias que intentan que esos niños y niñas que viven en el infierno no pierdan la esperanza.
Hace unas semanas me llegó un email de la Fundación Mutua Madrileña en el que me invitaban a participar en el concurso de posts solidarios de los II Premios al Voluntariado Universitario y se me ocurrió que era una buena excusa para escribir este texto. No estoy muy seguro de que responda al 100% a los propósitos y al formato de la convocatoria, pero en cualquier caso sí responde a lo que quiero transmitiros hoy.
Podría fijarme en montones de conflictos. Lamentablemente, el planeta está repleto de ellos. Pero como no pretendo escribir una tesis, me voy a centrar en tres: la agresión de Israel a Palestina, la incomprensible (por lo menos para mí) guerra civil en Siria y el eterno olvido que padece el pueblo saharaui, oprimido y reprimido por el reino totalitario de Marruecos desde que España lo abandonó a su suerte. No voy a buscar causas ni a analizar los motivos de unos y otros, sino que voy a acercaros algunas iniciativas que intentan alejar, aunque sea durante unos días, a las víctimas más inocentes de la terrible realidad en que se han convertido sus vidas. De hecho, en conflictos eternos como el del Sahara los niños y niñas no han conocido nunca otra realidad, nunca han tenido la oportunidad de vivir en paz, de ejercer los mínimos derechos que se supone que nos pertenecen a todos los seres humanos por el simple hecho de nacer.
Sin embargo, son los niños saharauis los más “afortunados” de estas tres realidades, ya que cuentan con la solidaridad de buena parte de la comunidad internacional. En España, por ejemplo, desde hace tres décadas se organizan cada verano colonias solidarias, ‘Vacaciones en paz’, mediante las cuales miles de estos pequeños que soportan durante todo el año las duras condiciones de vida de los campamentos de refugiados en el desierto tienen la oportunidad de convivir con familias españolas que los acogen en casa con los brazos abiertos. Este año son unos 4.500. En otros países europeos también se llevan a cabo iniciativas similares.
Lo que me parece más positivo del programa es que se establecen lazos afectivos realmente sólidos entre las familias de acogida y los niños, muchos de los cuales repiten cada año en la misma casa. Hay que aclarar que no son niños desatendidos por sus familias biológicas, sino todo lo contrario. Los padres colaboran con la iniciativa, conscientes de que sus hijos tienen de esta forma la oportunidad de disfrutar de unas vacaciones de otro modo inimaginables. Y por lo que he tenido ocasión de escuchar de familias que han participado en el programa, a menudo son ellas las que sacan mayor provecho humano de la experiencia.
La infancia siria, masacrada por una guerra sangrienta e interminable, no tiene tanta suerte. Son millones los sirios desplazados de sus hogares, huyendo de la muerte. Muchos buscan la protección dentro de su propio país o en los campamentos absolutamente desbordados instalados en países vecinos, como Jordania, y algunos miles prueban fortuna mucho más lejos con la esperanza de poder acogerse al estatuto de refugiado, reconocido internacionalmente. En países como Alemania y Suecia reciben a la mayor parte de los que intentan llegar a Europa, mientras que conseguir el reconocimiento en España se convierte en una tarea prácticamente imposible por culpa del desinterés absoluto de la administración y las montañas de trámites burocráticos que tienen que superar. Pequeñas ONGs, como la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, denuncian las trabas que sufren estas personas que, recordémoslo, huyen de la guerra. A modo de ejemplo, citaré el caso de un centenar de refugiados sirios que esperan en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Ceuta a que les permitan trasladarse a la península, la mayoría de ellos con la intención de continuar viaje hacia otros países de Europa. Hartos del desinterés que padecen por parte de la administración, han decidido dar visibilidad a su realidad acampando en el centro de la ciudad, cosa que ha acabado costándoles multas y amenazas de desalojo.
Mientras, un pequeño país suramericano, Uruguay, se ha tomado la cuestión de los refugiados sirios como un asunto de estado, hasta el punto de que, por iniciativa de su presidente, José Mujica, en los próximos meses hasta 120 familias serán acogidas con el objetivo de alejar a los niños de la guerra. Puede parecer un número muy modesto, pero hay que tener en cuenta que en Uruguay pretenden hacer las cosas bien, de modo que no sólo van a acoger a las familias, sino que les van a proporcionar un hogar y salida laboral a los adultos. Las encuestas aseguran que más del 60% de la población aprueba el plan, aunque como era de esperar ya han surgido voces que critican tal deferencia hacia personas extranjeras cuando en el país muchos nativos se encuentran en situación de pobreza. Imagino que para esta gente el detalle de la guerra debe ser irrelevante. Tristemente, solidaridad y xenofobia a menudo son dos caras de la misma moneda.
Y dejo para el final el “conflicto” más reciente. Bueno, en realidad es el más antiguo, pues las raíces de la agresión continua de Israel al pueblo palestino se hunden en décadas de historia. También el pueblo hebreo ha sufrido las hostilidades de los radicales musulmanes, pero la desproporción es tal que uno no puede mantenerse equidistante ante la magnitud de las barbaridades que estamos presenciando desde hace tres semanas. Gaza está siendo destruida por el ejército israelí y su población, atrapada en una gigantesca cárcel a cielo abierto (no hay modo de huir de allí), busca refugio donde no lo hay. Es fácil encontrar los datos de la masacre, más terribles a cada hora que pasa. Pero hoy quiero hablaros de una modesta iniciativa, anecdótica si queréis, que ha tenido como protagonistas a un vecino de la guipuzcoana localidad de Tolosa y a un grupo de jóvenes palestinos. Gracias al tesón de Jesús Artetxe los 17 integrantes del equipo Hai Al Bustan participaron a mediados de julio en la Donosti Cup, un gran evento futbolístico en el que se reúnen cientos de jóvenes deportistas de todo el mundo. Fue apenas una semana en que los chavales vivieron una especie de oasis en medio de la durísima realidad que los azota. Jugar a fútbol frente a la paradisíaca playa de la Concha mientras en una playa de Gaza el ejército israelí asesinaba a sangre fría a cuatro niños culpables de una actividad tan potencialmente terrorista como dar patadas a un balón.
Los chavales del Hai Al Bustan recibieron el calor y la solidaridad de la ciudad y de sus rivales deportivos. La palabra “rival” debe sonar a gloria cuando lo peor que puedes esperar es que te marquen un gol. Sin embargo, las mentes y los corazones de los jóvenes palestinos no pudieron alejarse en ningún momento de la realidad de sus familias atrapadas, llegando incluso a querer regresar antes de tiempo. No puedo imaginar lo que debían sentir sabiendo que en cualquier momento una bomba podía acabar con sus padres, sus hermanos, sus amigos…
Vaya desde aquí mi admiración hacia las personas que, como Jesús Artetxe, buscan siempre la manera de ayudar, de mitigar el dolor de quienes no tienen medios para hacerlo. Palestina, Siria, Sahara, y tantísimos otros escenarios de dolor, de injusticia, de maldad. Ojalá llegue el día en que los Jesús Artetxe del mundo viajen a esos lugares devastados por el odio y la codicia simplemente por el placer de viajar.
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